VOY A CUIDAR DE TI

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Habían pasado ya algunos días desde que Andrés estaba ingresado. Los médicos le hicieron un seguimiento de su estado de salud durante aquellos días. Y algunas pruebas para confirmar que se trataba de aquella enfermedad, heredada de su madre. Con el medicamento se iba encontrando cada día mejor. Por ello los médicos tomaron la decisión de darle el alta, con la condición de no vivir solo, porque podría sufrir más desmayos. Sergio no dudo ni un segundo en cuidarle. Durante esos días, además, solo estaba su hermano Sergio en la ciudad. No tenía otra alternativa.

Ya en el taxi, de camino a casa, Andrés parecía sentirse incómodo. Sergio lo notó:

-¿Estás bien, Andrés? --dijo poniendo su mano izquierda en el muslo derecho de Andrés.--

-Ay, no sé... ¡Qué me sabe mal, Sergio! Me sabe mal molestarte y que me tengas que cuidar. No quiero ser una carga para ti.

-Andrés, tú no eres ninguna carga. ¿Queda claro? Estamos juntos en esto. Y yo voy a estar contigo.

-Pero tú tienes tu vida.

-Una vida solitaria. Vivo solo. Así me haces compañía.

-Me quedaré unos días, luego me iré a casa y si necesito ayuda ya te la pediré.

-Tú te quedas en mi casa y punto, Andrés --le dijo con agarrando su mano--. El tiempo que sea necesario. Ahora me toca a mí cuidar de ti.

Los dos se lanzaron una sonrisa. Sergio besó la frente de Andrés, y Andrés llevó la mano izquierda de Sergio hasta sus labios, donde la besó, en forma de agradecimiento.

El taxista avisó de que ya habían llegado al destino, al ver a los dos hombres perdidos en su conversación y sus miradas.

-Genial --dijo Sergio quitándose el cinturón y sacando el dinero para pagar--, ¿cuánto es, caballero?

-Quince con ochenta.

Sergio contó el dinero y se lo dio al taxista.

-Aquí tiene. Quédese con el cambio. Andrés, tú no te muevas, salgo y te ayudo.

-Puedo yo solo, tranquilo.

-¿Seguro?

Andrés afirmo con la cabeza y la mirada puesta en su hermano, quitándose el cinturón.

-Esperen --dijo el taxista--, les echo un cable.

-¿Me puede sacar la mochila de deporte del maletero, por favor? --dijo Sergio saliendo del coche--.

-¡Enseguida!

Sergio abrió la puerta de su hermano y Andrés bajo muy despacio. Tenía muchos dolores y le costaba moverse. Tras levantarse, una pierna le falló y cayó al sillón, dándose un golpe en la cabeza al caer.

-¡Aaaah --expresó--! Mierda, joder... la pierna me ha fallado.

A Sergio le vino a la cabeza la imagen de su madre. Los días en que ella estaba igual que Andrés. Pero era normal. La doctora ya les había informado de posibles caídas por el fallo de algunos músculos, de los posibles desmayos, de los problemas de movilidad que tendría los primeros días hasta acostumbrarse a la medicación y otro tanto de efectos que todo, en conjunto, iba a traer.

-¡Andrés! ¿Estás bien?

Andrés respondió para sí, triste, mirando al suelo:

-Sí... Al final no voy a poder solo.

-Venga. Vamos a levantarnos despacio, eh. Ya sabes que debes hacer movimientos suaves estas primeras semanas --dijo Sergio agarrando de los sobacos a su hermano para levantarle--, eeeso es. No tenemos prisa. A tu ritmo.

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