Andrés todavía dormía. Plácidamente. Estaba cansado después de pasarse gran parte de la noche sin pegar ojo. Le vino bien desahogarse para descansar de forma plena. Llevaba días sin hacerlo. A Sergio, en cambio, le costó volver a dormirse. Apenas durmió dos horas más. Ya desvelado, miró su reloj de pulsera. Eran las siete de la mañana. A Andrés le gustaba madrugar, pero ese día Sergio decidió no despertarlo. Sergio salió cuidadosamente de la cama de Andrés, su puso las zapatillas, se puso su bata de cuadros, se colocó las gafas de esa manera tan particular del señor Marquina y con suma delicadeza tapó a Andrés, colocando algunos cojines que tenía en la cama de una forma que él sabía que le gustaba. Andrés se recolocó y suspiró. La luz del día empezaba a colarse por los huecos de los porticones de la ventana de la habitación, así que Sergio, para evitar la entrada de luz, los cerró. Cogió el libro que se estaba leyendo esos días y se fue al comedor, cerrando la puerta de la habitación al salir. Se prepararó un café caliente y con él se sentó en el sofá con su libro, tapado por la manta que le había regalado su madre hacia algunas navidades.
Tras un buen rato leyendo, y viendo que la luz del sol ya entraba por la ventana con más insistencia, miró el reloj. Eran poco más de las nueve de la mañana. Sabía que Andrés necesitaba algo que estimulara su ánimo, alguna cosa que le hiciese sonreír. Así que tomó la decisión de vestirse e ir a comprar algo para desayunar. No sin antes dejar una nota en la mesita de noche de Andrés para avisarle de que había salido a comprar algunas cosas y que, si lo deseaba, se quedase descansando hasta que él llegara.
De vuelta a casa, con la bolsa de churros en la mano, a Sergio le sonó el teléfono. Se extrañó. Sacó el teléfono de su bolsillo del abrigo. Era Martín. Martín Berroti.
–Sergio, amigo.
A Sergio la voz de Martín le preocupó.
–¿Cómo estás, Martín? ¿Todo bien?
–Ando preocupado, ciertamente. Recién escuché tu mensaje de esta madrugada. ¿Qué pasó? ¿Cómo se encuentra tu hermano?
–No lo sé. Estoy confundido, Martín. Físicamente parece que cada día está mejor y tiene menos dolores. Pero...
–Pero ¿qué, Sergio?
–Le veo deprimido. Triste. No lo sé. Creo que en lo que a sentimientos se refiere está mal. Esta noche ha sido dura. Muchos días lo son. Pero hoy se ha llevado la palma.
–¿Qué le pasó a Andrés, Sergio?
–Me ha despertado a media noche. Me lo he encontrado llorando en mi cama. A mi lado. Pensando en nuestra madre. La echa mucho de menos, como es normal. Últimamente está abriendo mucho su corazón conmigo. Pero me da la sensación de que se siente solo. Creo que te echa de menos, Martín.
–Pelotudo, pero ¿cómo no me dijiste nada antes?
–No lo sé. Me dijo que estabas en Barcelona en un trabajo o no sé qué. Que no debía molestarte.
–¿En dónde? Pero si llevo sin moverme de Madrid desde hace año y medio. No fui a ningún sitio.
–¿Cómo?
–Que sí. No fui a ningún sitio.
–No entiendo... ¿Has hablado con él?
–He hablado con él, Sergio. Pero poca cosa. No sé. Parece que quiere interactuar conmigo lo menos posible. Dice que está cansado, que debe descansar. Está muy raro. No entiendo bien por qué actúa así. Tal vez es cierto que está cansado. Pero siento que pone distancia entre nosotros, ¿entendés?
–Claro que entiendo. Ayer me habló de esto. ¿Sabes... te ha contado lo que le pasa?
–Más o menos. Me dijo que se estaba medicando porque sentía debilidad en sus músculos por culpa de una caída. Pero dice que está bien, ¿cierto?
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JUNTOS
Fiction généraleEsta es la historia de Andrés de Fonollosa y Sergio Marquina. Unos hermanos que han vivido con muchas dificultades a lo largo de su vida, pero siempre, pese a los problemas, han estado ahí. El uno para el otro. Juntos. Esta es una historia de amor...