Tras varios días sin salir a caminar, Andrés sentía la necesidad. Apenas había pasado una semana. Pero necesitaba hacerlo. En sus piernas sentía ese impulso. El de dar pasos. De forma libre. Sin ataduras. El de caminar libremente. Sin dificultades. Sin dolores. Sentía el impulso de, incluso, correr. Algo le decía que podía hacerlo. Eso sentía. Eso pensaba. Que podía hacerlo. Pero, en ocasiones, cuando creemos poder hacer algo es porque en realidad deseamos hacerlo. Solo que nos dejamos engañar por nuestros impulsos. Por nuestras ganas. Por nuestros deseos. Tan traicioneros ellos, que en ocasiones es mejor que no estén, porque, tenerlos, lo único que nos puede producir es un sentimiento de tristeza. Un sentimiento de decepción, de fallarse a uno mismo. Pues bien, el no poder cumplir su deseo, él lo sabía, produciría en Andrés un sentimiento así. Algo normal en un hombre como él, que lograba todo aquello que se proponía por la forma que tenía de enfrentarse a las cosas y por superar las muchas adversidades que pudiese encontrarse en su camino con tal de fastidiarle. Quería hacer aquello. Quería salir. Pero en parte le daba miedo. Sin embargo, su deseo estaba ahí, latiendo como late el corazón cuando una se siente viva. Era algo que quería planteárselo a su hermano. Era algo que llevaba dándole vueltas en la cabeza desde hacía noches. Todas las noches, desde que estaba enfermo, acudía a su cabeza ese deseo. El de salir a pasear. Y se ilusionaba. Se emocionaba. Solo lo sabía él, porque cuidaba que su hermano estuviese dormido, para poder secarse las lágrimas sin la necesidad de recibir cariño. Un cariño que Andrés siempre había odiado recibir. Pero que, en verdad, le era muy necesario.
Esa mañana Sergio lo notó atabalado y algo triste en sus pensamientos. Notó así a Andrés mientras frotaba la esponja por el cuerpo de su hermano.
–Andrés... ¿todo bien?
–¿Eh?
–Si estás bien. Te veo extraño. Espera ―dijo cogiendo una toalla para secarse las manos―, voy a subir la temperatura de radiador. Tal vez estás pasando frío.
–Ah, no, no. No tengo frío. Estoy bien.
–¿Seguro?
–Sí. ―Sergio volvió a jabonarle. ― Hay buena temperatura. No te preocupes.
–No me preocupo ―dijo aclarando la esponja―.
–Te preocupas, Sergio. Te preocupas demasiado. Por mí.
–Bueno ―dijo despejando su garganta mientras buscaba en el agua del grifo la temperatura adecuada para aclarar a Andrés―, no quiero que pilles un catarro y te pongas peor.
Su hermano Andrés le lanzó una sonrisa. Negó con la cabeza a la vez que salía de él una ligera carcajada, para sí, mirando al agua, como buscando el reflejo de su cara.
–Fantástico... Pues ya está el señor de Fonollosa perfectamente limpio.
–Para seducir a las mujeres que pasen por mi costado.
–O no necesariamente para eso.
–Sergio, vamooos... Siempre estás igual. Es solo una broma.
A Sergio aquellos temas siempre le habían resultado muy incómodos. Hablar de mujeres. De seducción. De sexo. De ligar. No era algo que le gustara. Nunca le había gustado. Y era muy comprensible. Tras cuatro décadas aún no se había enamorado de nadie. Por ello lo esquivó, para no hablar de un tema que le producía hasta vergüenza.
–Bien. ¿Qué pijama quieres ponerte hoy ―preguntó Sergio terminando de secar a Andrés―?
–Escucha. No me quiero poner el pijama, Sergio...
Sergio miró extrañado a su hermano.
–¿Cómo?
–Pues eso. No es tan difícil. Quiero vestirme. Como sabes que a mí me gusta.
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JUNTOS
قصص عامةEsta es la historia de Andrés de Fonollosa y Sergio Marquina. Unos hermanos que han vivido con muchas dificultades a lo largo de su vida, pero siempre, pese a los problemas, han estado ahí. El uno para el otro. Juntos. Esta es una historia de amor...