Capítulo III: Consentimiento.

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Por unos segundos, Kocho Shinobu no pudo reconocer al hombre que estaba con ella, sabía que era Tomioka, pero su aura se había tornado errática y desenfrenada, lo que se reflejaba en un rostro inexpresivo pero que de alguna forma le infundía un profundo terror.

— ¿Tomioka? — Preguntó la joven al borde de las lágrimas. No lloraría puesto su carácter era fuerte y temeraria, no obstante, las lágrimas eran de tristeza más que de miedo, ya que aquel hombre era atractivo, pero bajo los efectos de esta planta se había convertido en un verdadero demonio.

Giyu se colocó entre las piernas de la joven y antes de continuar notó la inquietud e incomodidad de la joven la cual se mantenía mirando hacia la pared con las manos cruzadas sobre el pecho, temblando y con algunas lágrimas en los ojos. Tomioka cerró los ojos por un segundo, sintió como la cabeza le daba vueltas para luego volver a la normalidad, cuando los abrió se quedó unos minutos sentado sobre sus piernas como si meditara, no le había apartado la mirada a la joven la cual había notado que el muchacho se había detenido.

— Lo siento. — Dijo él apartando la mirada—. Nunca me había pasado esto... Me dejé llevar, perdón.

Kocho flexiono las piernas para poder sentarse de rodillas sobre la cama.

— No tienes por qué disculparte, lo disfruté, pero es mejor dejarlo, ¿Sí? — Comentó ella con una sonrisa y recogiéndose el cabello. Giyu por primera vez notó algo de fragilidad en la joven del Haori de mariposa, se sintió enternecido por aquella muestra de fragilidad en la joven.

El efecto de la planta duró una hora, y ahora ambos estaban perdiendo el efecto eufórico que esta producía, Tomioka perdía la libido después de unos minutos estando sentada al borde de la cama y viendo la pared controlando su respiración y ralentizando su pulso logrando hacer que su pene se pusiera flácido, por su parte, al no haber consumido el mejunje, no tanto como su compañero, Kocho había perdido los efectos quince minutos antes que él, por lo que se había angustiado después de que Tomioka la había intentado forzar, si bien ella sentía algo por él no pretendía perder la pureza bajo los efectos de una planta afrodisiaca, si llegaba a tener relaciones iba a ser completamente sobria, o es lo que esperaba.

Después de un rato, Tomioka se levantó de la cama tomando sus pantalones y poniéndoselos rápidamente.

— Es mejor que me vaya. — Comentó el joven si voltear.

— Si, está bien. — Respondió Kocho con las piernas recogidas y pegadas al pecho, casi en posición fetal—. Ya nos veremos.

Tomioka solo asintió, salió de la habitación con el resto de su uniforme y su Haori en su mano, mientras tanto Kocho se abrochaba la chaqueta de su uniforme manteniendo una pequeña sonrisa, miro hacia los lados buscando su fundoshi de seda.

Para la joven esto le daba fin a su experimento, había concluido que la planta funcionaba cómo lo decía el libro, demasiado bien, a decir verdad, el efecto varia de cuánto se consuma, sin mencionar el estado eufórico que ocasiona en las personas.

Shinobu, ya vestida, salió de la habitación mientras se acomodaba el Haori, conservaba la pequeña calabaza con el líquido adentro, por el peso de la calabaza la joven calculo que aún quedaba más de la mitad de la sustancia, y tenía pensado en tirarla por la cañería, no quería que nadie pasara por esto.

La joven dejó la calabaza sobre la mesa de la cocina para poder tomar la tetera y terminar de echar el mejunje por el fregadero. Mientras lo hacía, el frio chorro de agua helada le recordó lo sucedido con Tomioka. << ¿Qué hubiese pasado si él no se hubiera controlado?>> Se preguntaba. De pronto, se le vino a la mente una amarga sensación que la hizo soltar la tetera sobre el fregadero, armando un escándalo.

Kocho sintió inseguridad que le oprimía el pecho y le estrangulaba la garganta, trato de controlarse, pero su pulso estaba errático, era la primera vez que la joven sentía un ataque de pánico, dicho ataque la llevo al jardín de la finca en donde se dejó caer sobre el césped, con la mano en el pecho y la otra oprimiendo el gras bajo de ella, su agitación se agravo haciendo que hiperventilara y sintiera que le faltaba el aire.

― Kocho, Kocho...

La joven escuchaba una voz en la lejanía, pero al girarse en su dirección, se dio con la sorpresa que aquella persona estaba a su lado preocupado por ella.

Lo último que ella vio antes de desmayarse fue una cálida sonrisa como aquel sol de verano, que ahora está lejano.  

Un ligero empujónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora