O 9

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Soltó un suspiro, acariciando con molestia su nuca, ¿De verdad planeaba no cumplir su promesa?.

— Lo siento, primero está mi esposo antes de alguna fiesta — murmuró y colgó.

No lo hacía por él... Lo hacía por su amado, aquel peruano que hoy estaba en aquella maldita camilla, contando los minutos de su vida.

Y tal vez hoy sería su último minuto de vida.

Guardó su celular en su bolsillo, entrando rápidamente al hospital y saludando a las enfermeras o algún otro conocido.

Se paró frente a la habitación número 12, soltando todo el aire que estaba conteniendo por sus nervios.

Tomó la perilla y lo giró, abriendo la puerta de aquella habitación, observando rápidamente que su esposo no estaba en la cama blanca.

Confundido salió del cuarto, para seguido captar la atención de una enfermera que pasaba por ahí.

— Disculpe señorita, ¿Sabe dónde está el joven Perú? — La de hebras azabeche asintió, regalándole una sonrisa.

— Está afuera, junto a una enfermera, ¿Algo más joven? — El más alto negó, para seguido pasar de largo y correr hacia fuera de aquel hospital.

Buscó por varios lugares, el patio, los largos pasillos, los pisos y no lo había encontrado.

Soltó un suspiro pesado, uno de muchos, para seguido sentarse en una banca, descansando de aquella recorrida que había dado, hasta que su vista captó el delgado cuerpo de su esposo, con sus bellos ojos castaños y cabello del mismo color.

Se levantó casi de inmediato al verlo, estaba tan angustiado al no encontrarlo y con solo verlo se había alterado y sus preocupaciones se habían acabado.

Rápidamente se acercó, llamando la atención de ambos castaños.

— Perú, dios, te estuve buscando como loco — Habló de manera divertida, sonriendo.

El peruano levantó la vista, mirando a su esposo de manera neutral, sin sentimientos.

Rusia borró su sonrisa, cambiando aquello por una mueca algo insegura.

— ¿Usted es su esposo? — pronunció aquella enfermera mirando detalladamente al más alto.

— Si, soy yo — respondió mirando aún a su pareja, queriendo saber el porque estaba así.

La enfermera sonrió y soltó los mangos de la silla de ruedas, rodeando está para poder hacer una reverencia.

— Bueno, pues como sabrá yo debo atender a demás enfermos, ¿Podría...? — El ruso asintió, aceptando aquello — Muchas gracias, que tenga linda tarde.

Y con decir aquello se retiró, dejando solo a la pareja.

Rusia se puso de rodillas, para poder ver el rostro de Perú, quien miraba al más alto con neutralidad.

— ¿Estás bien? — murmuró, acariciando las manos del más bajo.

— No... — respondió mirando fijamente a los ojos de aquel ruso, quien miraba con preocupación a su pareja.

— ¿Te duele algo? — el contrario solo negó, desviando su vista a otro lado que no sea los ojos de su esposo.

—... No... — El de hebras rubias sonrió, para seguido sacar de su bolsillo un chocolate.

— Mira cariño... Te traje tu chocolate favorito...

Aquello pareció incomodar al peruano, puesto a que frunció el ceño y quitó sus manos, separando sus delgadas manos con las de su esposo.

Rusia se levantó, está vez para desenvolver aquel chocolate y acercarlo a los labios del mayor, más este simplemente volteó la cabeza, negando aquel dulce.

— No me niegues el chocolate cariño, sé que es tu preferido...

— No lo quiero — aquella respuesta hizo sonreír a su pareja, quien mordió la mitad del chocolate y la otra mitad la acercó otra vez a los labios de Perú, quien desvió su vista a los ojos del menor.

Rusia sonrió, asintiendo, mientras el de hebras castañas abrió un poco la boca, aceptando el chocolate.

Aquello de verdad era doloroso e irritante, su garganta ardía y le incomodaba.

Rusia pudo notar la irritación en el rostro de su pareja, así que para poder calmarlo decidió besarlo.

¿Hace cuánto no tocaba los labios de su esposo?.

Aquellos dulces labios que tenían un sabor a fresa, tan suaves y atractivos, ¿Por qué ya no los probaba?.

Se separó, mirando fijamente los ojos de aquel peruano, aquellas lindas orbes color castaña.

Perú sonrió un poco, poniendo ambas manos en los cachetes del ruso, su tersa piel era tan suave con el tacto, sin duda había extrañado algo de afecto por parte de su pareja.

— Te amo... — murmuró, cerrando los ojos, juntando ambas frentes.

— También yo...

Solo faltaba algo de amor.







































































Pero el tiempo ya acabó.

𝐌𝐢𝐧𝐮𝐭𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐕𝐢𝐝𝐚 [ ℛ𝓊𝓈𝓅ℯ𝓇 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora