Era una tarde lluviosa, a través de la ventana se podían contemplar los árboles sacudidos por el viento. No había pasado mucho rato, cuando empezó a tronar. A Mia le asustaban las tormentas. Desde su habitación, veía el patio que rodeaba el convento; siempre se había quejado, porque el muro hacía que se sintiera prisionera, pero ahora le ofrecía tranquilidad.
¿Por qué no habría llegado? ¿Qué le habría hecho retrasarse? Estaba impaciente por la llegada de Louis Tomlinson.
Se levantó del sillón para dar vueltas por la habitación. Eran las tres y media, pero el día estaba tan oscuro que parecían las siete. Mia se sentía deprimida.
Volvió a mirar por la ventana. No le agradaba esperar. Cogió su bolso y sacó una cajetilla de cigarrillos que ocultaba en el fondo, ahora nadie podría prohibirle que fumara uno o varios cigarros al día, a no ser que Louis Tomlinson no permitiera que las jovencitas fumaran. Las monjitas, con las que había vivido tantos años, le habían prohibido fumar dentro del convento. Mia no quería que la hermana Theresa la encontrara fumando, aunque ahora dejara de ser responsabilidad de la comunidad.
Encendió su cigarrillo y siguió mirando por la ventana; observaba la verja, todos los coches tenían que entrar por allí. Oyó el ruido del motor de un coche, que pasó de largo. Seguramente se trataba de alguien que pasaba delante del convento por casualidad.
Mia temblaba al pensar lo que sucedería a partir de ese día. ¿Es que acaso Louis Tomlinson no imaginaba su estado de ánimo y la inseguridad de encontrarse tan de repente ante una nueva vida? ¿Por qué tardaba tanto tiempo en llegar?
Se levantó y apagó el cigarrillo, guardó la colilla en la caja de cerillas y la volvió a meter en el bolso. Se miró en el pequeño espejo de su polvera, uno de los pocos que había en el convento y la imagen que vio no le agradó demasiado. Se preguntaba qué pensaría de ella Louis Tomlinson cuando la viera. ¿Cómo sería él? ¿Cuál habría sido su reacción al saber que se convertía en tutor de una chica de diecisiete años?
Se retiró el pelo de la cara y se miró en el espejo. Su piel era muy blanca, y sus ojos, bastante grandes. Las cejas y las pestañas las tenía oscuras, y le resaltaban mucho con el maquillaje que les permitían usar en ocasiones especiales las monjas; también se pintó los labios, aunque en un tono bastante pálido. Su pelo, rubio y muy largo, brillaba gracias a que lo cepillaba con regularidad, pero no lo lucía, ya que tenía que llevarlo siempre recogido.
Guardó la polvera mientras pensaba en lo que le diría a Louis Tomlinson cuando le conociera. En realidad, sabía muy poco de él, ignoraba cómo tratarle. Tenía más de cuarenta años y se dedicaba a escribir obras de teatro, seguramente hablaría con un lenguaje bastante cuidado. Sólo en una ocasión había oído hablar de él a unos actores, en un café en el que estaba con dos amigas, y esto había sido hacía ya mucho tiempo. Supuso que sería una especie de tío para ella, aunque no les unía ningún vínculo familiar. No acababa de entender los propósitos del tío Henry. ¿Qué era lo que esperaba nombrando a Louis Tomlinson su heredero, después de que durante tantos años no le había reconocido como hijo?
Apartó de su mente ese pensamiento, el dinero era lo que menos le importaba, pero si esto hubiese sucedido seis meses más tarde, ella tendría entonces dieciocho años y todo hubiera resultado mucho más fácil. Sería mayor de edad y podría rechazar la caridad que ahora le ofrecían.
No había otra alternativa, tendría que acatar los deseos del tío Henry. Durante los nueve años que había estado bajo su custodia, nunca estuvo en la casa que poseía en Yorkshire, conocida con el nombre de Grey Witches. Él pasaba allí nueve meses del año, y los tres restantes se los dedicaba a Mia. La llevaba a un hotel en Bognor sin fallar un sólo año y allí celebraban la Semana Santa, las Navidades y pasaban las vacaciones de verano.

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El sueño de una adolescente | l.t|
FanfictionDespués de la muerte de su tío, Mia quedó bajo la tutela de Louis Tomlinson hasta su mayoría de edad. Louis poseía un irresistible atractivo que enloquecía a las mujeres, y fue inevitable que Mia sucumbiera a sus encantos. Pero para él sólo era una...