Capítulo 24

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Mientras Mike y Daniel se despedían, Marco seguía en su oficina trabajando, cuando una llamada le llegó. Era su asistente quien le dijo que debía viajar para arreglar unos asuntos en otro país.

—Ya veo, me iré mañana por la tarde, ten listo todo para cuando llegue.

—Sí, señor— contestó su asistente al otro lado de la línea.

Odiaba tener que viajar, desde que tomó el puesto de jefe lo odio, y lo odio más cuando Daniel nació, el viajar le impedía estar las veinticuatro/siete con su niño.

Todavía recuerda la primera vez que viajó luego del nacimiento de su bebé, él apenas tenía siete meses, pero aún así lloró a montones cuando lo separaron de su padre, a Marco le partió el corazón verlo así.

Esta vez fue igual, temía que, mientras Daniel estaba en cama, él tuviera que salir por quién sabe cuántos días, no soportaría estar un segundo alejado de su hijo sin preocuparse por su salud.

Por suerte en ese tiempo no tuvo que salir. Esta vez se iba con la tranquilidad de que su pequeño estaría bien, además tenía a Mike para que lo vigilara y le informara cómo estaba, y también podría llamar a Daniel en cualquier momento.

La tarde pasaba dando paso a la noche, la luna brillaba en el cielo azul oscuro, con sus compañeras las estrellas siendo opacadas por algunas nubes.

Las actividades de la servidumbre se detenían un momento para dar paso a la relajante hora de cenar. Katherine fue hasta la oficina de su señor, quien no había dejado de trabajar y se le notaba estresado.

—Parece que alguien necesita unas vacaciones— comentó la anciana entrando al despacho con una bandeja con comida.

—Ah, señora Katherine— levantó la vista de los papeles para observar a la mayor—, puede que tengas razón, pero no me gustaría dejar toda esta carga a Mike— rasco su cabeza con notable frustración.

—Si no mal recuerdo, usted tenía la misma edad que Mike cuando asumió como presidente— la mayor dejó la bandeja a un lado del escritorio— y Daniel asumirá su mismo puesto en unos años. ¿No me diga que se arrepiente?

—No, claro que no, amo mi trabajo, pero a veces me gustaría tener más tiempo para pasarla con mis hijas, con Daniel. No me estoy haciendo más joven, solo quiero ver cómo crecen y maduran.

—Entiendo su sentimiento, señor, puedo decir que he tenido la suerte de ver a mi nieto crecer saludable, aunque no en el mejor ambiente.

—Sí, tienes razón— hubo silencio por un momento, no era un silencio incómodo, simplemente no había más que decir—. Gracias por traerme la comida, ¿Daniel ya cenó?

—No, aún no, ahora mismo iré a dejarle su comida a su habitación.

—Por cierto— habló antes de que la mujer mayor saliera de la estancia—, mañana por la tarde saldré de viaje, quiero que lo comuniques al resto de empleados. Y ya sabes que Sofía no puede pisar un pie en esta.

—Sí, lo sé. ¿Se lo comunico también a Daniel?.

—No, yo mismo se lo diré mañana.

—Entiendo, entonces con su permiso me retiro— haciendo una leve reverencia como despedida salió de la oficina.

Fue hasta la cocina y volvió a subir ahora hacia el cuarto de su nieto, a quien encontró acostado con los brazos extendidos sobre la cama y con una mirada pensativa.

—¿En qué piensas?— preguntó la mayor adentrándose al cuarto y dejando la bandeja sobre la mesita de noche.

El joven volvió sus ojos a su abuela por un momento y luego regresó su vista hacia el techo.

—En que voy a estar aburrido todo el mes sin poder salir de mi cuarto y no tengo idea de cuándo podré ver a Mike.

—Puedo traerte algunos libros.

—No es lo mismo, no podré salir al jardín o bajar a la biblioteca. No quiero solo estar encerrado en mi cuarto— mencionó mientras se sentaba en la cama para comenzar a comer.

—Tu cumpleaños es el mes que viene— cambió rápidamente de tema.

—Sí...cumpliré veinte, me siento viejo.

—Jajajaja imagínate yo.

—¿Cuántos años tienes, abuela?

—Tengo sesenta y ocho años.

—Wow, te ves más joven que eso.

—Jaja gracias, es de familia, por eso tú aún tienes cara de niño— lo tomó de los cachetes y tiró un poco de ellos.

—Abuela...estoy comiendo...

—Jajaja lo siento, es que eres tan lindo— el chico inflo sus cachetes haciendo un puchero que a su abuela le resultó adorable—. Bueno, te dejo para que comas en paz, si necesitas algo me avisas.

—Está bien.

Terminó de comer y a como pudo se dirigió al baño a lavarse los dientes, sacó un pijama de su guarda ropa y con dificultad se cambió. Se metió bajo las mantas de su cama y soltó un suspiro cansado, sería un difícil mes, lo único bueno que veía de todo eso era que ya no tendría el yeso para su cumpleaños.

A la mañana siguiente despertó irritado, sentía un escozor en la pierna que tenía el yeso y la sentía sudorosa, sentía unas intensas ganas de arrancarse el yeso, pero sabía que no debía hacer eso y probablemente tampoco podría.

—Buenos días, mi niño— su abuela entró con una bandeja con su desayuno y la dejó sobre la mesita de noche.

Daniel estaba tan concentrado en su incomodidad que no se dio cuenta que la bandeja de la noche anterior ya no estaba, probablemente su abuela había entrado más temprano esa mañana para llevársela o la noche anterior después de haberse quedado dormido, decidió restarle importancia a ese asunto para devolverle el saludo.

—¿Cómo amaneció mi príncipe?

—Mal— contestó simplemente.

—¿Eh? ¿Y eso por qué?

—Llevo más de dos semanas usando este yeso y nunca me había sentido tan incómodo con él hasta hoy.

—Oh pobre de mi bebé. De seguro se te quitará cuando te bañes, pero primero come.

—Sí.

Comió su desayuno mientras su abuela se encargaba de preparar su baño. Con vergüenza se bañó ayudado de su abuela, cubriendo el yeso con una bolsa de plástico para que no se moje.

Una vez listo volvió a recostarse en la cama, no es como que pudiera hacer mucho después de todo.

—Te traeré un libro— dijo la mayor.

—Que sea de historia, por favor.

—Entiendo.

No pedí nacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora