Capítulo 2

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Las mañanas eran su parte favorita del día, en las mañanas las castañas se iban a la universidad y llegaban hasta la tarde, su madrastra trabajaba y solo los sirvientes quedaban en casa.

En las mañanas los sirvientes dejaban que el chico descansara e hiciera lo que quisiera, pues sabían de primera mano los maltratos que sufría este.

Cada mañana hacía algo diferente para entretenerse, unas veces horneaba algo para él y los sirvientes, otras veces regaba las plantas del jardín, eso se había vuelto un pasatiempo; y otras veces, como en esta ocasión, leía un libro.

La mansión contaba con una gran biblioteca con diferentes tipos de libros, leía uno diferente cada vez, siempre los leía sentado en el sofá de la sala o en una pequeña mesa que da al jardín. Sus favoritos eran los de romance y misterio, pero también disfrutaba de leer algunos de historia y botánica.

Empezaban a interesarle las plantas, sobretodo las flores, estaba pensando estudiar botánica en la universidad, en cuanto su padre volviera de su viaje de trabajo se lo diría.

Levantó la vista del libro que estaba leyendo —el cual era sobre flores— y pensó en su padre, no lo había visto en dos semanas y no sabía cuándo volvería. Por lo general se va por dos o tres semanas, en algunos casos muy raros hasta un mes, y siempre que volvía su tiempo en casa era muy corto, su padre siempre estaba trabajando, pero agradecía el poco tiempo que le dedicaba.

—Daniel, querido—escuchó la voz de su abuela—, mira, te traigo unas galletas.

—Gracias, abuela.

La señora dejó una pequeña bandeja con galletas con chispas de chocolate en la mesa de centro para luego sentarse al lado de su nieto, Daniel tomó una galleta y la llevó a su boca, probando el delicioso y dulce sabor del chocolate.

—Veo que otra vez estás leyendo un libro sobre flores—comentó la anciana.

—Sí, me gustan mucho—contestó con un leve tono rosa en sus mejillas—. Estoy penando decirle a padre que quiero estudiar botánica.

—Oh, eso es bueno, me alegra que quieras estudiar algo que te guste.

—Síp—sonrió ampliamente—. Aunque no dejo de pensar en lo que me dijo antes de que se fuera—su sonrisa se borró y bajó la mirada.

Antes que su padre se fuera al viaje de trabajo éste le mencionó que quería que él se encargara de la empresa cuando se jubilara o incluso antes, pues sus otras hijas estaban estudiando carreras relacionadas al diseño y la moda, tal como su madre.

Su padre le había comentado que estaba pensando dejarle la presidencia de la empresa a uno de sus subordinados que considerara mejor capacitados, pero ya que estaba él y no había decidido su carrera pensó que sería mejor que el negocio siguiera la línea familiar, su abuelo le había heredado la empresa a su padre y su padre a él, y él se la quería pasar a su único hijo varón.

Daniel no quería decepcionar a su padre, pero las carreras de Botánica y Administración Turística y Hotelera no podían ser más diferentes, su padre le dijo que se tomara su tiempo para pensarlo y que estaría de acuerdo con cualquiera que fuera su decisión, aún así quería hacer algo para agradecer le a su progenitor el siempre brindarle su amor y el aceptar su propuesta sonaba como la mejor opción, pero algo impedía que aceptara de inmediato.

Sin duda una decisión difícil y era cuestión de tiempo decidir, lo había estado pensando y decidió que lo mejor sería hablarle a su padre sobre la carrera que él quería estudiar y escuchar su opinión.

De pronto se escuchó la puerta abrirse y por ella vieron entrar a Sofía, sus corazones se detuvieron por un momento, eran apenas las diez y treinta y la joven mujer llegaba a eso de las una de la tarde por esto se sorprendieron al verla.

Un sudor frío recorrió la espalda de ambas personas en la sala cuando la mujer fijó su vista en la sala, más específicamente en el sofá, al ver al chico y a la anciana su ceño se frunció dejando ver su molestia.

Sofía odiaba ver a Daniel con su ropa casual, pues esta se la había dado Marco, lo hacía ver como parte de la familia y eso lo detestaba. Para ella, el chico no era más que un bastardo que vino a irrumpir su paz, era el hijo de una trepadora que solo buscaba quitarle su puesto como señora de la casa. Él era idéntico a su madre, su rostro le recobrada a esa mujer y cada vez que lo veía le daban ganas de golpearlo.

Al ver al chico junto a su abuela sentados en el sofá como si nada su furia no se tardó en presentar, caminó a paso rápido a donde ellos, Daniel se levantó del lugar por inercia, su expresión reflejaba el miedo que le tenía a esa malvada mujer, su abuela repitió las mismas acciones y su rostro reflejaba el mismo terror.

Sofía tomó el cabello del castaño y lo jaló con fuerza.

—¡De rodillas!— gritó con fuerza, el joven no le hizo caso, esto provocó más su furia y golpeó su pierna derecha—¡De rodillas, dije!—volvió a gritar.

El golpe no dolió tanto, pero aún así hizo lo que su madrastra le indicó a pesar de que sabía que venía algo peor.

—¡Tú!—gritó dirigiéndose hacia la anciana, esta brincó del susto—Toma, lleva mi bolso a mi habitación ¡rápido!— ordenó entregando el objeto a la señora, de inmediato acató la orden aún temblando de miedo y temiendo por lo que le pasaría a su nieto a continuación.

Cuando la mujer de avanzada edad se fue regresó su vista al chico arrodillado frente a ella. Sus ojos verdes llenos de odio vieron esos ojos café claros llenos de temor, le complacía verlo de esa manera. Comenzó con una bofetada, luego otra y luego una patada en el estómago, él se inclinó pasando sus brazos sobre la zona golpeada haciendo que la mayor soltara su cabello.

—Estúpido, ¿cómo te atreves a relajarte de esa manera en MÍ casa?—espetó, poniendo un pie sobre la espalda contraria— ¡¿Por qué no estás usando tu vestido, bastardo hijo de puta?!— gritó y empezó a patearlo.

El joven en le piso no podía hacer más que proteger su rostro, los tacones dolían pero no más que las palabras de su madrastra, ella lo insultaba mientras lo golpeaba, soltaba todo tipos de improperios mientras pateaba e insertaba los puntiagudos tacones en la joven y lastimada piel, provocándole heridas que sangraban.

Cuando la castaña se cansó de golpearlo le ordenó que fuera a ponerse su traje y fuera a realizar sus deberes, empezando por lavar los baños.

Con dolor y esfuerzo se levantó, con paso algo rápido caminó hacia su habitación y, una vez allí, fue su baño a lavarse las heridas, esa mujer tenía una fuerza brutal a pesar de su delgada figura, empujaba con fuerza los tacones para hacerle heridas profundas y con más dolor.

Una vez bañado vendó los agujeros que los tacones le dejaron, por suerte estaban en lugares no visibles y su rostro estaba ileso, luego de vendarse se colocó el vestido y, cuando estaba a punto de colocarse la peluca, se vio al espejo.

A pesar de haberse aseado hace poco podía ver su piel pálida y una pequeñas ojeras bajo sus ojos, recordó todas las palabras que su madrastra le dijo hace poco.

«¡Bastardo, inútil hijo de puta, estorbo, nunca debiste haber nacido

Entre otros insultos más que no quería ni recordar. Sus ojos se aguaron y las lágrimas no tardaron en aparecer.

¿Por qué las palabras dolían tanto?, a veces se preguntaba.

«Pero...yo...no pedí nacer»

Y las lágrimas no se hicieron esperar.

No pedí nacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora