Capitulo 8

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Mientras nos alejamos del aeropuerto internacional Ronald Reagan, el paisaje cambia, pero mis pensamientos son los mismos. No dejo de dar vueltas a las mismas preguntas, y llevo así una semana. He estado ocupado, pero no tanto como para no notar su ausencia en todo momento.

La de Jungkook.

El hombre que afirma amarme apasionadamente pero del que no he sabido nada. Y la falta de distracciones no me ha ayudado a equilibrar mis pensamientos. Los conflictos están tan frescos como el día en que me enteré de mi sucesión; no dejo de darles vueltas en ningún momento.

«Puedo hacerlo. No puedo hacerlo. Puedo vivir sin Jungkook. No puedo vivir sin Jungkook. Nací para ser rey. No nací para ser rey.»

Mi mente lo busca constantemente, pero cada vez que lo hago, como por arte de magia —o colaboración divina—, aparece algo que reclama mi atención, alguien a quien recibir, algún sitio adonde ir. Y cada vez que cumplo con mis obligaciones, me siento descorazonado, hueco por dentro. Nadie que lleve la corona debería aborrecer tanto sus obligaciones y yo aborrezco de una manera bárbara cada una de ellas. De vez en cuando, el desánimo y la rebeldía se apoderan de mí y oigo en mi mente las palabras de mi padre:

«No tienes solución, Jimin. Eres una deshonra para la familia real».

Tal vez tuviera razón, pero una cosa es indiscutible: el pueblo me ha dado la bienvenida con los brazos abiertos. No dejan de aparecer reportajes en los periódicos, los monárquicos cantan mis alabanzas e incluso los republicanos han dejado de atacar. O, al menos, eso es lo que me dice el equipo de Relaciones Públicas. Estos días no tengo ni tiempo de leer la prensa. Al pensar esto, recuerdo que Kim me dio una revista para que me entretuviese durante el viaje a Washington. La tengo en el regazo, pero no la he leído. Paso la primera página e, inmediatamente, deseo no haberlo hecho.

—¡Por el amor de Dios! ¿Por qué no te vas de una vez?

—¿Disculpe, señor? —Kim me mira, alarmada, y yo cierro la revista con brusquedad para no ver la foto de Jungkook, que está guapísimo vestido de esmoquin en una alfombra roja.

—Hay una mosca pesadísima —murmuro, golpeando la ventanilla con la revista—. No ha parado de molestarme desde que salimos del aeropuerto.

—¿Ah, sí?

Kim examina la ventanilla mientras yo sigo dándole golpes con la revista mientras por dentro me felicito por haber sido tan rápido de reflejos. Me extraña, porque llevo semanas con un dolor de cabeza que no me deja en paz. ¿De cuándo es la foto? ¿Dónde demonios está ahora?

«¡Para!»

—La tengo —digo, y veo los ojos sonrientes de Damon por el espejo retrovisor.

No sé qué le hace tanta gracia, pero ya puede dejar de reír, porque si hay un culpable de mi dolor es él. Si no hubiera conspirado con Jungkook para meterme en su hotel, no estaría tan desanimado. Ya, ya sé que la culpa no es suya, pero no pienso reconocerlo. Ya sé que lo único que me haría sentir mejor sería que desaparecieran mis conflictos, pero eso no va a pasar.

Nunca.

—El Saint Regis, señor —anuncia Damon cuando aparca frente al hotel.

Admiro la fachada mientras Damon baja del coche y habla con sus hombres y Jenny me atusa el pelo y comprueba el maquillaje para que mi aspecto no demuestre cómo estoy: destrozado.

Cuando mi jefe de seguridad abre la puerta, me dirige una sonrisa afectuosa.

—¿Listo?

—No —respondo con ironía antes de respirar hondo y salir del vehículo.

Se me acercan hombres desde todas las direcciones, para protegerme de las cámaras. Mi visita a Estados Unidos ha despertado mucha expectación, así que la escena que nos encontramos no me sorprende. Han colocado vallas y hay policías protegiéndolas. Saco una sonrisa de no sé dónde y levanto la barbilla.

—Gracias —le digo cuando entramos en el hotel, sanos y salvos.

—Por aquí, señor —me indica Kim, que señala hacia los ascensores, y pronto estoy dentro y elevándome hacia el cielo.

Sir Don y el doctor Goodridge permanecen en silencio, como casi durante todo el viaje. Si de mí hubiera dependido, se habrían quedado en Londres.

Pero se ve que es impensable que el monarca viaje sin su médico personal y el consejero principal. Al menos he conseguido que David Sampson no viniera, gracias a Dios. Aún me siento desanimado por que Davenport no se presentara en el trabajo la mañana después de mi visita. ¿Realmente pensaba que iba a aceptar mi oferta? O, para hablar con propiedad, ¿obedecer mi orden? En el fondo no, pero la esperanza es lo último que se pierde.

—El plan para esta tarde —me dice Kim, mostrándome el móvil—. Hemos de estar en la Casa Blanca a las siete. Deberíamos salir de aquí a las seis y media para no llegar tarde.

—Seis y cuarto —dice sir Don, que está de cara a las puertas del ascensor y no se digna a volverse para hablar con ella—. Si no queremos llegar tarde, debemos salir a las seis y cuarto.

Kim entorna los ojos y abre mucho las ventanas de la nariz para demostrar hastío.

—A las seis y cuarto —confirma, y vuelve a dirigirse a mí—: Jenny y Olive estarán aquí a las tres para ayudarlo a arreglarse.

—¿A las tres? —pregunto, extrañado.

Pero si con una hora tenemos suficiente. ¿Por qué tanto tiempo? Kim se encoge de hombros.

—Esto es América, señor. Todo el mundo está esperando ver el modelo que va a llevar a la cena de gala. No queremos defraudar a sus fans.

—Muy graciosa.

Cuando las puertas se abren, Damon va delante para mostrarme el camino.

—Vamos, me estás diciendo que tengo que dejarlos boquiabiertos, ¿no? — prosigo, mirando a Kim por encima del hombro y, al hacerlo, veo la mirada hastiada de sir Don.

Me encanta que se ponga así.

—Mañana aparecerá en todas las revistas, los periódicos y programas de televisión. —Kim me sonríe—. Así que, sí, déjelos con la boca bien abierta. El mundo entero lo observa, señor. Es su primera cena oficial, y en el país más poderoso del mundo.

—Ya veo —musito.

Nunca me han tenido que insistir demasiado para convencerme de que me arregle.

—Pues eso haremos —digo, y entro con decisión en la suite, sintiéndome un poco... poderoso.

Y no porque toda América tenga los ojos puestos en mí, es porque sé que Jungkook estará allí. Que ser el rey de Inglaterra no es mi auténtica vocación, dice... ¡Eso ya lo veremos!

Cojo una de las bolsas de Olive.

—Asegúrate de que esté reluciente para esta noche —le digo a Kim, entregándosela.

—¿Qué hay aquí? —pregunta Kim, mientras la deja en una mesa cercana y busca el cierre.

En vez de responder, dejo que lo averigüe por sí misma. En cuanto lo saca, me busca con la mirada, pero no hace ningún comentario.

—Señor, tiene que llevar la corona del Soberano —dice sir Don—. Esa corona es una herencia de la familia real española.

—Llevaré la corona de mi abuelo materno—contesto, y sin hacer caso de sus palabras, me dirijo al dormitorio.

No pienso permitir que me diga lo que tengo que hacer. Hoy no. Él no. Aquí mando yo.









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2/2.
Matenme por durar tanto en publicar😥😥.

MI ALTEZA II: Mi Unico Rey ~KOOKMIN~ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora