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Habían llegado al corazón mismo del laberinto. Atravesaron lo que quedaba del muro, como un campo de fuerza. El espacio era amplio, lleno de mesas con probetas y hornillos, tubos y espirales. Llenos de líquidos borboteantes, humeando, subiendo y bajando, desplazándose, cambiando de color.
Estaba todo bañado por una suave luz blanquecina, lejana, situada en algún punto sin concretar, por encima de sus cabezas, alrededor de ellos.
-Lo que quiera que haya aquí, nos a dejado entrar - dijo el Doctor observándolo todo, sacó unas gafas de uno de sus bolsillos, y se detuvo a admirar un tubo lleno de líquido dorado. Le dió unos golpecitos con el dedo - fascinante - comentó cuando el líquido se apartó de su dedo.
-Me alegro de que te guste - dijo una voz extraña y conocida.
-¡Tizne! - exclamó Ámbar.
-No te acerques - dijo el Doctor, sujetandola suave pero firmemente.
-Pero, Doctor, es Tizne.-protestó la chica.
-¿Seguro?, haz lo que practicamos - pidió el Doctor.
Ámbar se concentró levemente, y el velo cayó. Era parecida a Tizne, pero no era ella, no del todo. Sus rasgos eran más severos, sin los ojos chispeantes ni esa sonrisa a punto de aflorar.
-Zentha, supongo - conjeturó el Doctor.
-Supones bien - dijo la extraña.
-¿Pero, qué? - preguntó Ámbar perpleja.
-Gemelas, la elección de los monjes, su anterior líder dio a luz a gemelas;el título es hereditario, sólo una. Eligieron. A ti. Pero no tienes el Don. Lo ocultaste, por supuesto, con tus experimentos. Desterraron a tu hermana a las minas. Ella sentía la llamada del planeta. Ahora estás atrapada por uno de tus experimentos, que salió mal - dijo el Doctor, encajando las piezas.
-Al contrario, salió bien, demasiado bien. - dijo Zentha.
-Pero estas atrapada - puntualizó Ámbar.
-En realidad, no. Este es mi laboratorio - replicó la mujer.
-Aún así, te escondes de algo, de verdad, que puedo ayudar, cuéntamelo - pidió el Doctor.
Por un momento, pareció que iba a negarse, luego las palabras fluyeron, derramandose de su boca como un torrente.
-Tenía un experimento activo, la planta carnívora definitiva, la alimenté con los insectos mutados de ahí fuera. Un día, cayó una nave del cielo, había una criatura extraña, como de leyenda, enjaulada en una armadura de metal.
-Cogiste a una criatura viva y alimentaste a la planta - dijo el Doctor furioso.
-No. Estaba casi muerta, le di la vida con semillas. - Zentha negó con la cabeza, pesarosa.
-Injertaste a un ser vivo con semillas, que abrieron su armadura, plantandose en él.
-Mutó. Creció y se volvió voraz. Cazaba por diversión.
-¿Qué criatura? - preguntó el Doctor alarmado - ¡Dimelo!

Muerte VerdeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora