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Muy lejos de allí, y a la vez, muy cerca, Ámbar se encontró de rodillas sobre un extraño suelo rojo y negro. Miró aturdida a su alrededor. Entonces lo vió, una figura humana, tocando una guitarra; era la misma canción, tan triste, tan solitaria, tan amarga. Estaba de espaldas.
-¿Cómo has llegado hasta aquí? - preguntó entonces, sin volver la cabeza, totalmente concentrado en la música.
-Dímelo tú. Oí tu canción - contestó ella.
La música cesó.
-Esa voz. Te conozco - dijo entonces el hombre, sorprendido.
-Lo dudo - comentó Ámbar cáustica.
-Eres Ámbar - fue una afirmación.
Dejando a un lado el instrumento, se giró de un fluido salto. Sus ojos claros, centelleaban bajo la extraña luz; su ceño, en un fruncido perpetuo.
-No te he visto nunca - dijo Ámbar, mientras cogía la mano tendida del hombre, y la ayudaba a incorporarse.
-A mi no. No exactamente. Soy el Doctor - dijo alzando la cabeza, orgulloso.
-Imposible - comentó Ámbar.
-Improbable. Un Doctor del futuro.
¿Cómo llegaste? - dijo el Doctor.
-Se abrió una especie de portal en la Tardis, surgía una canción, me vi arrastrada - resumió la chica.
-Lo recuerdo vagamente. El futuro, ya sabes. Hay que devolverte, las líneas temporales pueden verse afectadas. Todo se desmoronaria, como un castillo de naipes. - explicó el Doctor rápidamente.
Al menos eso no había cambiado, pensó Ámbar amargamente. En cambio dijo:
-¿Qué es este sitio?
-No lo sé. Tocaba y caminaba. Multitarea. Simplemente llegué aquí. - dijo el Doctor sin darle importancia.
Sus ojos se movían incesantemente, abarcandolo todo. - Es un lugar, no lugar. Un punto de conversión de las líneas temporales. Nada crece, porque no puede hacerlo. Todas las posibilidades y ninguna.
-Con el tiempo, te vuelves aún más criptico - dijo Ámbar estudiandolo cautelosamente.
Llevaba un traje oscuro; aunque con aquella extraña luz parecía entre granate y negro. Su pelo, canoso, era abundante y formaba ondulaciones en todas direcciones. La miraba sin apartar la vista, como esperando;allí, de pie, sobre el suelo rojo y las piedras negras, semejaba un espolón surgido de la tierra misma.
El cielo también era rojo, como la sangre coagulada.
-Dices que, ¿aquí no vive nadie? - preguntó Ámbar.
-Eso mismo - contestó el Doctor, impasible.
-Entonces, ¿qué es aquello? - inquirió Ámbar señalando un punto lejano.
Al borde del horizonte, crecía una nube de polvo, como una tormenta.
El Doctor se giró un poco, para verlo mejor, sin esfuerzo aparente, solo frunció un poco los labios.
-No es de origen natural - afirmó él - hay algo de motores, escucha.
Si, el sonido aumentaba por momentos, el eco lejano de maquinaria.
-Nos han visto - dijo el Doctor, entornando los ojos.

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