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Mientras la nube rojiza se acercaba, el Doctor no se movió; en cambio, cogió su guitarra con mano firme; con la otra, aferró a Ámbar, obligándola a retroceder, hasta que él estuvo entre el peligro inminente y ella.
Cuando estaban ya casi encima, el polvo se metió en la nariz de Ámbar, haciendola estornudar.
La extraña gente, que manejaba aquellas grotescas máquinas, parecían hechas de piedras negras. Cuando pararon los motores, los habían cercado. El Doctor los miraba sin decir nada, sospesandolos.
El que parecía ser el líder de aquella banda, se adelantó, bajando de su endemoniado vehículo. Aquellas cosas con ruedas, parecían ser una amalgama de retales. Nada semejaba tener una estructura.
El sujeto, llevaba una especie de armadura, de piedras largas, delgadad, fragmentadas. Pizarra. Le cubrían el pecho, parte de los brazos y las piernas. Al retirar el casco, una cabeza con un solo ojo apareció; su boca, cruel, sonrió perversamente.
-Este es nuestro territorio - dijo con voz chirriante.
-Solo somos unos viajeros accidentales - contestó el Doctor firmemente.
Ámbar temblaba un poco, mitad de miedo y mitad por el repentino viento frío; el Doctor, le apretó levemente la mano, tanto, que ella pensó haberlo imaginado.
-¡Este es nuestro territorio! - exclamó el cíclope, abriendo los brazos, bañandose en el griterío de los otros.
El Doctor, sacando sin disimulo unas gafas de sol, se las puso, ajustandoselas de un extremo de la montura. Miró hacia uno de los vehículos, e inexplicablemente, arrancó, desmontando a algunos de aquellos seres de golpe.
-¿Qué brujería es esta? - demandó el cíclope, viendo el caos desatado a su alrededor.
-Soy un poderoso hechicero. Un brujo. Un mago, ¿no lo mencioné? - dijo el Doctor sonriendo.
-¡Os aplastaré! - exclamó el líder de aquella chusma, subiendo a su quad.
-¡Espera!, ¡me lo llevaré lejos! - casi gritó Ámbar.
El Doctor la miró de reojo, pero ella no lo vió.
Aquel ser paró en seco, pensando.
-Iros a la Ciudad Roja, aquí no sois bienvenidos - decidió al fin el cíclope.
Con un gesto, congregó a todo su séquito y se marcharon entre el estruendo de los vehículos, el griterío y unas grandes nubes de polvo rojo.
-¿Por dónde se va a la ciudad? - gritó Ámbar a los rezagados.
Uno de ellos hizo un gesto vago, en una dirección.
-Se han ido - dijo Ámbar suspirando aliviada.
-No del todo, están vigilando, en la línea del horizonte. Vamos, pues, a la ciudad - añadió el Doctor, más jovial de lo que se sentía.
-Pero, el portal...
-Se ha cerrado. Una entrada y una salida podrían no ser lo mismo. Creo que los portales fluctuan, se abren y cierran un poco al azar - explicó el Doctor, comenzando a caminar.

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