III

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Jugueteaba nerviosa con sus manos, ya era el día siguiente y estaba sentada en un banco que se encontraba a las afueras del centro comercial esperando a su "amor platónico", al ser viernes sus clases eran solo dos separados por dos horas; una ventana, lo cual le había dejado el margen de una hora para arreglarse, cosa que consiguió sin problemas. Decir que no estaba emocionada sería mentir, de hecho hasta había llegado diez minutos antes, no le molestaba esperar.

Su celular emitió el característico sonido de una notificación el cual le hizo revisarlo, era un mensaje de la joven donde se adjuntaba una foto con la pregunta.


« ¿Eres tú? »


Sonrió, la foto era suya. Tecleó asegurando que sí se trataba de ella y en menos de cinco segundos la joven ya estaba a su lado.


―Hola, yo soy Antonia, un gusto conocerle― sus nervios le habían traicionado haciendo que le hablara de manera formal y hasta extendiera su mano lo cual hizo que la muchacha frente suyo riera.


―No hace falta ser tan formal, Antonia― aun así le siguió tras haber notado su nerviosismo―. Mi nombre es Amelie, y el gusto es mío― correspondió el saludo con la mano, pero luego se acercó para dar un beso en su mejilla.


Antonia sabía que ese beso se trataba solo del saludo que caracterizaba a ese país y a decir verdad otros más, le sonrió antes de explicarle en resumidas cuentas como sería la sesión de fotos. Caminaron hasta un sitio en el centro comercial donde se pudiera notar la claridad del día y que a su vez no estuviese tan lleno de gente para que Amelie no se incomodara, cuando llegaron a un sitio adecuado empezó a preparar su cámara.


― ¿Qué edad tienes, Anto?


―Veintiuno, ¿y tú? ―apuntó a la joven con su cámara a la vez que colocaba el autofoco, la contraria sonrió.


― ¡Oh!, eres mayor que yo, tengo diecinueve, la verdad no se te nota, eres pequeñita.


Las mejillas de Antonia se tornaron de un ligero tono rosa, no esperaba ser mayor que su "amor platónico" y mucho menos que resaltara su estatura, sí, medía un metro con cincuenta y nueve centímetros pero no se había considerado del todo baja.

Teniendo ya lista la cámara le dijo a la joven que primero se colocara a contraluz, le sugirió unas cuantas poses que esta llevó a cabo, logrando las capturas que quería. Luego le pidió que se colocara al otro lado donde tanto la luz como la sombra cubrían el cuerpo de Amelie, esta vez Antonia quedó embobada mirándola en más de alguna ocasión, le veía posar como si de una modelo profesional se tratara mientras una boba sonrisa adornaba sus labios, sonrisa que le contagió a su modelo tomando así quizás la mejor foto hasta el momento.

Alrededor de veinte minutos más se extendió la sesión, ahora Amelie veía con admiración las fotografías preguntándole a la estudiante si acaso estaba segura de ser solo una estudiante.


― ¿Quieres ir por un helado?, yo invito.


Antonia se sorprendió, era ella quien debía tratar de enamorar a la chica y no al revés, aunque bueno, tampoco podía asegurar que la joven sintiera lo mismo por ella, de hecho ni siquiera sabía sobre sus preferencias amorosas. Dejó de lado esos pensamientos, no tenían importancia en ese momento, aceptó la invitación mientras guardaba sus cosas, estaba aguantando sus deseos de chillar, gritar y mantener una boba sonrisa sobre sus labios, de verdad se esforzaba en ello.


― ¿Cuál es tu sabor de helado preferido?― esta vez la tímida pero a la vez segura voz de Antonia se dejó oír―. A mí me gusta el pistacho y chocolate― añadió.


― ¡También me gusta el pistacho!, y la frutilla, creo que ambos sabores hacen una buena combinación.


Ambas jóvenes hicieron sus pedidos y luego de tanta insistencia por parte de la más baja logró convencer a Amelie de que pagasen la mitad, o al menos eso creía porque la menor le entregó ambos helado a Antonia impidiendo que buscase su dinero, luego de que hubo pagado le sonrió a la joven mientras tomaba su helado para empezar a comerlo.


― ¡No se vale!, eso fue trampa― alegó fingiendo estar enfadada, lo cual hizo reír a su acompañante―. Mnh, mañana yo invito.


Mantuvieron conversaciones amenas, Antonia aún mantenía la compostura frente a su flechazo lo cual le hacía sentir orgullosa. No supieron en qué momento ocurrió pero ya empezaba a oscurecer por lo que inevitablemente debieron despedirse yendo cada una por un camino distinto.

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