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PRÓLOGO: INICIO DE LA AVENTURA.
El verano había llegado al pequeño pueblo de Avonlea, el cielo se presenciaba claro, sin una sola nube cubriendo su preciosa belleza celeste, y el sol irradiaba unos rayos tan intensos que provocaban que todos los habitantes de allí sufrieran por los acalorados días, sobretodo los hombres, pues la mayoría se dedicaba a sus cosechas y los ardientes días dificultaban aún más el trabajo, volviéndolo aún más agotador de lo que ya era.
Pero observándolo de otra perspectiva, era un perfecto día para el campo, para un sólo día de campo; sin embargo, la familia Bourgeois tenía otros planes completamente distintos a simplemente pasar un día en la Isla del Príncipe Eduardo. La autoridad de esta familia había decidido hospedarse allí por un tiempo indefinido gracias a la petición de Audrie Béatrice Le Brun, esposa del gran hombre Christian Adam Bourgeois y madre de dos bellos hijos llamados: Alessandra y Adrian Bourgeois. La de hebras rubias llamada Audrie, con ya treinta y seis años de edad, había solicitado visitar el lugar donde había pasado la mayor parte de su niñez y adolescencia: Avonlea. Y su maravilloso esposo no pudo resistirse ante los encantos de su compañera de vida y terminó aceptando. Llevando a toda la familia a aquel pequeño pueblo, de todos modos, unas pequeñas vacaciones alejados de la sociedad ruidosa de Paris no les causaría ningún mal.
Y ahí estaban, encaminándose hacia el pequeño pueblo que, sin saber, les traería miles de sorpresas a cada uno de ellos. Era una nueva aventura que todos, -sobretodo una joven castaña de dieciséis años de edad-, estaban emocionados de vivir.
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