Capítulo 6: Legolas y el Concilio de Elrond

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La joven caminaba entre medias del mago y el Medio Elfo con la cabeza baja y la mirada fija en el suelo. Sus facciones no quedaban a la vista debido a la capa con capucha que llevaba puesta y nadie que la viera podría adivinar de quién se trataba.

—Bien, escúchame Deween, no digas ni una palabra hasta que yo te lo diga y por nada del mundo se te ocurra quitarte la capucha, ¿Está todo claro?
—le preguntó el Gris a la chica antes de adentrarse más al fondo.

—Por supuesto Gandalf, me mantendré oculta como tú quieres
—le afirmó la chica aún con duda en su interior.

—Bien, ya es la hora —habló Lord Elrond—, a partir de este momento el destino de la Tierra Media está en nuestras manos...en varios sentidos.

Lord Elrond miró a la chica de reojo y ella se sintió intimidada por la mirada del señor de Rivendel.
Gandalf y él reanudaron el camino y ella los siguió unos cuantos pasos por detrás. Pronto estuvieron en un palacete en el que había colocadas unas sillas y, en ellas, se encontraban varios grupos de personas de distintas razas: Elfos, Enanos, Hombres y un Hobbit, según le pareció a Deween por las descripciones de ellos que había leído en sus libros.

Lord Elrond se sentó en un trono mientras que Gandalf se dirigía al lado del pequeño Hobbit al mismo tiempo que le indicaba a Deween que se sentara a su otro lado.
La chica sintió como todas las miradas se dirigían hacia ella y se encogió sobre su silla. Pero pronto comenzó a fijarse en quiénes la rodeaban y por poco soltó un grito.

El pequeño Hobbit que estaba colocado cerca suya, el Enano de voluminosa melena pelirroja, el caballero moreno y de mirada firme y, por último, el Elfo rubio portador de esos electrizantes ojos azules. Todos ellos eran los que aparecían en su sueño.
Gandalf pareció adivinar los pensamientos de la joven y carraspeó levemente para que esta volviera a la realidad y que el Concilio diera comienzo por fin.

—Forasteros de tierras lejanas, amigos de siempre —habló Lord Elrond primero, paseando su mirada por todos los presentes—, habéis sido convocados para atajar la amenaza de Mordor. La Tierra Media se encuentra al límite de la destrucción, no podéis escapar a ella. Debéis uniros o pereceréis. Toda raza se enfrenta a esta maldición.

Los presentes se miraban entre ellos con ojos desconfiados y Deween se fijaba en cada uno de ellos. El pequeño Hobbit parecía atemorizado cuando Lord Elrond lo miró y le pidió que les mostrara el Anillo. Así Deween descubrió que se llamaba Frodo y guardó ese nombre en su cabeza para siempre.
Frodo se levantó de la silla y, a paso lento y tímido, dejó el anillo en una mesa de piedra en el centro del palacete. Todos lo contemplaron y sus expresiones cambiaron al ver el Único. Se escucharon susurros mientras que Frodo volvía a sentarse y Deween sintió pena por el Mediano.

—En un sueño —habló un hombre de melena medio rubia que le caía hasta los hombros a la vez que se levantaba
—, vi el cielo oriental oscurecerse, pero en el oeste persistía una pálida luz y una voz gritaba "tu maldición está cerca" —continuó mientras, lentamente, se iba acercando al anillo—. "El daño de Isildur ha sido hallado...el daño de Isildur..."

¡Boromir! —le llamó la atención el Medio Elfo mientras se levantaba y en ese momento, Gandalf comenzó a repetir unas extrañas palabras en una lengua horrenda, que hizo temblar la tierra y oscurecerse el cielo y les produjo dolores de cabeza a Deween y a los Elfos que había en el lugar:

"Ash nazg durbatulûk, ash nazg gimbatul, ash nazg thrakatulûk agh burzum-ishi krimpatul"

Tras decir estas palabras la tierra dejó de temblar y el cielo se aclaró de nuevo. Deween estaba perpleja.

—Jamás antes una voz dijo palabras en esa lengua aquí, en Imladris —aclaró Lord Elrond mientras miraba a Gandalf.

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