1. Nueva realidad

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Maialen miró hacia el andén, sin ser todavía del todo consciente de lo que estaba pasando. Esa mañana se había despertado como tantas otras últimamente, contenta de estar aprendiendo cada día y abrazada a Bruno, que empezó siendo su amigo y confidente y acabó convirtiéndose en algo que no podía ni describir. 

Hacía tan sólo una hora que se había despedido de él. Por la situación que estaba viviendo el país, habían tenido que abandonar la que llevaba meses siendo su casa. No tuvo la suerte de sus compañeros y ella tuvo que irse antes que los demás. Estaba triste y a la vez furiosa por no saber que su última noche en la academia había sido justo eso, la última. ¿Tanto pedir era dormir allí una noche más?

Se aferraba a esa idea como si haber tenido esa opción hubiera resuelto todos sus problemas. En realidad, estaba hecha un lío y no tenía ni idea de cómo iba a gestionar su llegada a Pamplona. El pitido del tren acercándose al andén la sacó de sus pensamientos. Mientras miraba con tristeza la estación, se recordó a sí misma que tenía sólo tres horas para centrarse y subió al vagón.

Durmió casi todo el trayecto. El traqueteo del tren la mecía, y las emociones de ese día habían sido tan intensas, que por una vez su cuerpo había caído rendido sin que su cabeza opusiera resistencia. Ni siquiera los miles de mensajes que tenía en su teléfono móvil habían sido capaces de mantenerla despierta. En el fondo daba las gracias por ello, pues iba a necesitar energía para enfrentarse a esta nueva realidad. Al llegar a su estación, cogió la maleta y la guitarra, Lina para los amigos, y bajó del tren.

- ¡Mai, maitia!

Buscó el origen de la voz y vio a su ama haciendo aspavientos en medio de la estación casi vacía. Maialen corrió hacia ella y, fundida en su abrazo, rompió a llorar.

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- Mai, ¿seguro que no quieres que vayamos a casa? -su madre la miró con ternura y preocupación al parar el coche en la puerta del edificio donde vivía su hija.

Ella le explicó que no, que su casa era la que tenían ahora enfrente, y que Gorka la estaría esperando. Su ama respondió que contara con ella y su aita para lo que necesitara, que aunque no siempre habían sido la familia ideal estarían allí para apoyarla siempre, y tras ayudarla a sacar sus cosas del maletero, le dió un último abrazo y observó cómo su hija desaparecía en el portal.

Al subirse al ascensor la invadió una sensación agridulce. Sentía pena por tener que estar de vuelta y una incertidumbre que casi no la dejaba respirar, pero a la vez la aliviaba la familiaridad de todo lo que la rodeaba. Para bien o para mal, estaba en casa. Por fin.

Los ladridos que escuchó desde que salió del ascensor la hicieron reír. Llamó a la puerta con la mano temblorosa y, tras lo que pareció una eternidad, esta se abrió.

-Mai, ¡menos mal! - Gorka la recibió con una sonrisa y una mirada hermética que le costó descifrar. Abrió los brazos para recibirla, pero Murphy salió disparado a su encuentro reclamando atención. Maialen, contenta de ver que su perro seguía siendo el mismo, lo acarició y le dio muchos besos y, cuando éste se calmó, finalmente acudió a los brazos del que había sido hasta entonces el amor de su vida. En ese momento, todas las emociones que llevaba acumuladas desde hacía meses afloraron. Y entre los besos y abrazos de Gorka, Murphy enredándose entre sus piernas, y las cuatro paredes que conformaban el hogar que tanto esfuerzo le había costado conseguir, sus ojos se llenaron otra vez de lágrimas. Y lloró a mares.

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Despertó completamente desubicada. Mientras abría los ojos, la luz que entraba por las cortinas entreabiertas la deslumbraba. Las imágenes del día anterior se sucedieron en su cabeza: la despedida de sus compañeros, el último abrazo de Bruno, el apoyo de su madre, la alegría que sintió al ver a Murphy y el recibimiento de Gorka. Miró a su lado y vio que el espacio de la cama que le correspondía a su novio estaba vacío.

Después de su llegada, y todavía entre lágrimas, se habían dejado llevar hasta la habitación y habían follado. El encuentro fue raro, diferente de tantos otros que había compartido con él. La intensidad de dos personas que vuelven a encontrarse tras meses de separación era palpable, pero al mismo tiempo existía un aura de tristeza e incluso rabia, propia quizás de quienes saben que su relación ya nunca podrá ser la misma, pero se resisten a dejarla ir.

No habían hablado. Maialen se estiró mientras escuchaba unos ruidos en la cocina, se puso una camiseta y unas bragas que encontró en el cajón de su mesita de noche, y salió a su encuentro.

Mientras Murphy corría a saludarla, el olor a comida la invadió. Al mirar el reloj se dió cuenta de que las manecillas daban casi las dos, y asombrada por haberse levantado tan tarde, le dió a Gorka los buenos días y le preguntó por qué no la había despertado. Él la miró con cariño y le dijo que dormía tan profundamente que no había sido capaz. Había dormido casi 10 horas, y para ella que era de sueño más bien ligero, eso significaba que necesitaba descansar.

Mai pensó que era una barbaridad, que tantas emociones le habían pasado factura, y mientras le daba un fugaz abrazo y un beso en la mejilla, elogió la cazuela que estaba al fuego diciendo que olía de maravilla. Gorka le dió las gracias, y le explicó que aunque con su toque seguro que estaría mejor, no había tenido más remedio que apañárselas sin ella.

Maialen le sonrió y se sentó en la mesa mientras le observaba cocinar. Le preguntó qué había pasado en su vida los últimos meses, y averiguó con sorpresa que muy poco había cambiado. Tuvo la sensación de que el mundo se había quedado exactamente donde lo dejó, pero ella ya no era la misma, y ambos lo sabían.

Ponía rumbo a la ducha cuando sonó el teléfono. Entre los cientos de mensajes que tenía, vio un nombre que hizo que se le saliera el corazón del pecho. Brunífero. Abrió el chat y leyó:

"Sé que te prometí tiempo, y prometo no volver a escribirte, pero estoy en el tren camino a Alicante pensando en los últimos días a tu lado, y quiero decirte que te llevo conmigo. El recuerdo de tu voz y tu adiós me acompaña y acaricia el alma. Lo que decidas va a estar bien. Yo voy a apoyarte siempre, pase lo que pase. Te quiero, Maialen. Nunca lo dudes."

La invadió una mezcla de sensaciones, en la que pesaban tanto el anhelo de sentir su cercanía de nuevo, como la culpa por haberse permitido llegar tan lejos.

Dejó el teléfono y se metió en la ducha. No estaba preparada para tomar una decisión. Todavía no.

Desorden sistemático (Brunalen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora