Parte dos

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El invierno había llegado por completo, cubriendo las calles de un blanco brillante y dejando los árboles sin ni una sola hoja por ver. Los colores cálidos ahora se habían vuelto sobrios, aunque el cielo seguía teniendo aquel gris que hace unos meses atrás había obtenido.

Esta época era una de las más anheladas por los restaurantes y cafés, ya que, si bien el clima podía ser el más difícil de soportar, era cuando mucha más gente estaba dispuesta a entrar a los locales en busca de confort y calidez. Y, de hecho, debido a la gran calidad y diversidad en gastronomía de la ciudad, en especial en el centro, solía considerarse la época más competitiva.

Quien pudiese obtener más clientes, obviamente sería el ganador, es decir aquel que tuviese los mejores platos, servicio y local.

Y por supuesto, las personas eran conscientes de la competitividad entre los locales, por lo que aquel que pudiese impresionarlos más seria aquel al que irían.

Era algo sumamente estúpido, al menos a los ojos de Aizawa. Ser solo bueno en una temporada o esforzarte más en una temporada, si bien no era malo, no era lo mejor, ya que conseguía que los restaurantes cayesen en una zona de confort que no estarían dispuestos a sobrepasar.

Las comidas en invierno eran más necesarias, más fáciles de pensar, además los sabores y colores eran parecidos en la mayoría de ellos. Lo interesante, al menos desde el punto de vista de Shouta, seria aquel restaurante que atrajese a las masas en un día de absoluto calor, cuando la gente lo que menos deseaba era entrar a un lugar cerrado, prefiriendo ir a la playa o a algún campamento.

Quizás era esa la fecha donde los locales se quedaban sin ideas, aunque tampoco es que fuesen impresionantes en invierno.

De hecho, a estas alturas, solo había un café que había logrado impresionarlo a través de los meses, aunque por supuesto, aquel lugar que había ganado su confianza e interés tenía que ser aquel local que ni siquiera debería ser considerado uno.

Aquel que solo tenía un personal, el cual era el chef también y en el cual las instalaciones eran incomodas y las luces demasiado bajas. Donde la música de jazz sonaba en las tardes, para luego convertirse en canciones lentas en inglés.

El café de Toshinori, o como él a escondidas solía decirle, el café fantasma.

Porque sin importar que sucediese, parecía que el único que podía ver el lugar era solo Shouta y aquel que atendía el local era un hombre raro, que más que un humano, parecía un personaje salido de algún libro de cuentos.

Era demasiado fantasioso y, algunas veces, Aizawa se preguntaba si en realidad todo este tiempo estuvo durmiendo en el medio de su clase, tratando de escapar de su tranquila y monótona rutina.

Por supuesto, aquel pensamiento era ilógico, en especial porque Aizawa nunca soñaba, pero eso no le impedía pensarlo de vez en cuando veía como toda la gente pasaba, ignorando súbitamente el lugar.

Era una lástima, en especial porque sabía bien que no podía hacer nada para cambiar aquel suceso.

A lo largo de los días, Shouta fue comprendiendo a que realmente se refería Toshinori con que aquel local no estaba ahí por negocios o fama, sino que era algo más personal.

A medida que lo fue conociendo entre aquellas noches frías y suaves charlas, pudo darse cuenta que en los ojos azules no había más intensiones que probar algo, pero no al mundo, ni mucho menos a Aizawa, sino más bien a si mismo.

No sabía con exactitud que deseaba probarse, pero de lo que si estaba seguro, era que aquel brillo en los ojos del hombre tenían una nostalgia digna de un error cometido.

Como si merecieramos el mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora