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El miedo que de apoderó de su cuerpo, y que lo impulsó a correr como reflejo natural, desapareció de su mente al entrar en el cuarto y cerrar la puerta tras de sí bajo llave.

Subconscientemente, no quería asustarse porque dos hombres que eran más altos que él, incluso tal vez con más fuerza, que era posible que tuviesen armas, porque él no era así. Fue criado por un policía, su padre habría lidiado con eso y mucho más.

Sus manos, en movimientos extraños, rebuscaban en los cajones de ropa de sus progenitores, aquella pistola que su padre guardaba. El padre de TaeHyun, como ex-policia, tenía derecho a guardar un arma de fuego. La tenía bien escondida, debajo de la madera de un cajón. Una nueve milímetros, arma que portaba cualquier agente de la ley promedio. 

Tomó la pistola, cerciorándose de que estuviese cargada. Su mano tembló, el arma era un poco pesada.

Buscó el teléfono fijo, aunque sabía que no estaba en el cuarto. El suyo estaba en su habitación, y no era una opción factible, por el ruido que haría si lo iba a buscar.

Cualquier posiblidad era procesada con detenimiento. Su corazón latía desbocado, pero aún así ignoraba la adrenalina para concentrarse en su estrategia.

No sabía si los sujetos desconocidos estaban al tanto de su presencia. Así que salió con el arma en la mano. Agradecía, haberse tomado el día anterior para reparar las cosas de la casa. Entre esas, aceitó las bisagras. Así que no sonaban cuando abría la puerta.

La segunda planta estaba oscura, representaba una ventaja para él, podía camuflarse en la oscuridad y tomarlos por sorpresa. Su vista, aguda como su oído gracias a las prácticas de música, podía aprovecharse de ello. Aunque la mayor prioridad, era llamar a la policía. 

Ya estando en el pasillo, los nervios lo consumían. El miedo, estaba apuñalando su estómago, pero sus manos permanecían firmes. Caminó con lentitud, observaba las siluetas negras creadas por la luz, mientras llegaba hasta su habitación. Escuchaba dos voces murmurar, ambos permanecían abajo. Seguía ventajoso. Empujó con suavidad la puerta de su cuarto.

Entró de espaldas, apuntaba el arma al pasillo. Su guardia no bajaría, no debía hacerlo, sino era hombre muerto. Sus clases de karate, junto con su instructor cruel, le habían enseñado eso.

Luego de entrar en un estado mínimo de seguridad, tomó con rapidez su teléfono. Como no era estúpido, lo silenció. Marcó en número de emergencias.

Con voz baja, reportó la situación tal cual lo haría un soldado. Cantidad de hombres: 2, Dirección, Calle 13, casa 1342. Cinco minutos. En cinco minutos llegarían los policías. Hasta entonces debía controlar la situación.

Decidió expectar la situación desde su alcoba. Era lo más sano. Su presión arterial debía estar por las nubes, puesto que sentía su cuerpo entero palpitar, estaba sudando. Sus piernas comenzarían a temblar en cualquier momento. 

Dios, había logrado mantenerse tan bien hasta ese momento, en donde el tiempo parecía avanzar cada vez más lento. Se desesperaba, mucho. Por eso no le gustaba tener la capacidad de pensar, entonces comenzó a preguntarse, interrogantes que no tenían respuestas. Cómo habían entrado los hombres, quiénes eran, qué querían, por qué mi casa, cuánto tardarían en llegar los policías, porque no soportaba más esa ansiedad que comenzaba a consumirle.

Por primera vez en su vida, se sentía inseguro. Realmente inseguro.

Y era una sensación terriblemente angustiante. Porque, ni papi ni mami estaban ahí para defenderlo. Estaba solo.

Por primera vez odiaba estar solo.

Los murmullos aumentaron. ¿Discutían? No podría decirlo, solo escuchaba vagos sonidos. Estaba muy asustado como para tratar de descifrar las palabras que escuchaba. Quería bajar y decirles que se callaran. Le fastidiaba el ruido, a pesar de que no lograba percibirlo bien.

Pasos, subían la escalera. La maldita escalera. Entonces su miedo aumentó, y sus piernas comenzaron a temblar. Mierda, mierda y más mierda. 

Sólo rezaba porque no escucharan la especie de llanto que ahogaba en su garganta.

Desde que aquella llamada finalizó, se había sentado en posición fetal detrás de la puerta de su habitación. Era el lugar, estratégicamente hablando, mejor para esconderse. El elemento sorpresa, era una ventaja que iba a necesitar sí o sí.

Pero la valentía que lo llenó cuando buscaba el arma y se sentía listo para dispararles en la cabeza, parecía habérsela comido el pavor que hacía chocar sus rodillas entre sí.

No era un policía, ni un bombero. Era un estudiante de escasos diesciete años, con el cabello teñido, y experiencia nula enfrentando criminales.

Escuchó como un arma era cargada. 

Entonces quiso gritar. Gritar por ayuda.

No quería morir, no aún. Era virgen, no tenía novia, ni siquiera se había emborrachado la primera vez. Ni había salido de Corea, él quería visitar Grecia y apreciar el monte del Olimpo, o Latinoamérica, e ir al Machu Pichu. Tal vez viajar a Estados Unidos.

Pero con un disparo todo eso podía desaparecer. Y le temía, temía que su vida acabara antes de siquiera haber comenzado. 

Los pasos cada vez se escuchaban más cerca. El respiro profundo un par de veces, diciéndose a sí mismo que todo iba a estar bien. 

8:46, tres minutos hace, que había llamado a la policía.

Sólo debía mantener todo bajo control. 

Sin disparos. 

Sin muertos. 

Sin sangre.

Todo iba a estar bien. Eso pensó, mientras sus manos sudaban lo suficiente como para llenar una bañera.
























wow, actualicé.

¿les gusta mi cagada? sean sinceros

∂µℓ૮ε αɠσɳíα || TaeGyu (CORRIGIENDO...)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora