El descuartizador

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Todo parecía estar en orden hasta que un viejo amigo asesinó, descuartizó y empacó en un costal las partes de una persona y yo permanecí impávido.

Dos semanas luego de entrar en cuarentena por un virus que pareció cambiar el rumbo del planeta, me encontraba desayunando mientras escuchaba a mi hermano entrecruzar palabras con alguien en la puerta de la casa, luego de despedirse entra y me mira con la intención de contarme algo, se queda en silencio unos segundos, causando que el aura de misterio aumente y lo que evoca parece tener más impacto.
- picaron a alguien y lo dejaron en una esquina dentro de un costal. Me dice con un tono de preocupación y a la vez de emoción, por ser la única novedad en años en este barrio, donde lo más interesante que había pasado era una pelea de dos vecinos borrachos.
"Picaron a alguien" repetí en mi mente...
Aún lo estaba procesando, - bueno, son cosas que pasan. Dije con calma.
No requerí un proceso mental riguroso para asimilar la situación. Cinco minutos después, la mitad del barrio estaba afuera de sus casas.
Aún sigo sin entender como sucede esto, nadie pasó gritando "mataron y descuartizaron a una persona"  no se escuchaban sirenas, la noticia era muy reciente para aparecer en redes sociales o noticieros, simplemente estaban ahí, abrazados por la incertidumbre, buscando respuestas mientras se miraban entre ellos. Comienzan los rumores: "era un bebé", "era una niña", "un señor" y de más especulaciones que no hacían más que aumentar la tensión.

Recuerdo agarrar mi cámara y mi carnet que certificaba que era uno de los fotógrafos de la revista "el muro", uno de los medios de comunicación oficiales del municipio. Camino con la cámara colgada al cuello, con el carnet a la vista y una postura heroica. Mientras todos los vecinos expectantes me miran diferente a como siempre lo hicieron: con sus típicas miradas prejuiciosas y despectivas, por ser el skater sucio, el mechi pintado... El vago ese.
Ahora me miraban con esperanza, como el héroe que traería las primicias que los liberarían del peso de la duda.
No puedo negar que disfruté esa pasarela, me llené de orgullo, los vecinos más jóvenes no tenían miedo de mostrar su emoción al verme caminando hacia la escena del crimen, que se encontraba a unos cuantos metros. Se hablaban entre ellos, "él trabaja en una revista, va a tomar fotos".
Salgo de mi bloque qué es lo único que impide que se vea el lugar de los hechos, diviso un auto tipo ambulancia, una camioneta de policía y varias personas vestidas de blanco, mientras unas cintas rodean el perímetro. Justo donde años atrás aprendí a patinar con mi hermano y sus amigos, justo donde mi amigo, el ahora asesino, pasaba, saludaba y se sentaba a ver cómo patinabamos, justo donde se despilfarraba felicidad, era ahora el punto de donde emergía la intranquilidad del barrio, del pueblo y del país. Pero no la mía.

Cielo que no llueveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora