Capítulo 6

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DIANA

En este día gris y lluvioso, con una tormenta asomándose por la ventana, siento cómo las gotas de agua golpean el cristal. Observo el exterior y me doy cuenta de que cada vez disfruto más del otoño que se acerca. Las hojas con tonos amarillos y naranjas caen y cubren el pavimento, el frío no es tan intenso, sino más templado, y las calles están tranquilas después de un verano arrollador. 

La noche pasada fue una travesía llena de desafíos. Al regresar de aquella reunión, me encontré con un César enigmáticamente mareado e inconsciente, y el peso de esa situación se posó sobre mis hombros como una carga insoportable. En ese momento, mi mente estaba plagada por la mirada decepcionada de mi padre, y la angustia de defraudarlo me carcomía por dentro. A lo largo de mi vida, siempre me esforcé por complacer a mi padre, por evitar conflictos y mantenerme alejada de ellos. Sin embargo, la ironía de la vida hizo que me enredara en problemas de la manera más absurda posible.

Cuando me acerqué a mi padre para pedirle perdón, percibí una extraña dualidad en sus ojos. Como si, de alguna manera, él también quisiera disculparse, como si compartiéramos un peso culposo en ese momento. Sin embargo, soy consciente de que las decisiones erróneas que tomé son responsabilidad mía. No buscaré culpar a mi padre por no recibir suficiente amor o cariño, ya que sé que él ha intentado brindarme todo lo que está a su alcance. Esa era su manera peculiar de expresar afecto, y comprendía que, aunque no podía llenar el vacío que hubiera dejado una madre, estaba dando más de lo que podía imaginar.

Ahora, la expresión de mi padre refleja una decepción que me resulta dolorosamente familiar, reminiscente de aquella primera vez que lo defraudé. Sus ojos evitan los míos, y yo, a su vez, me siento incapaz de sostenerle la mirada. La responsabilidad de cuidar de César recae sobre mis hombros, y el hecho de que no haya logrado controlar la situación aquel día, permitiendo que César se excediera con la bebida y arruinara la noche, pesa sobre mí como una losa.

Nos encontramos compartiendo la mesa para la comida, y la atmósfera es más incómoda de lo que jamás hubiera imaginado. La cocina acoge nuestra mesa redonda, y sobre ella reposa un amargo plato de arroz que apenas logra disimular el sabor acre de la tensión en el aire. Los cubiertos chocan de manera desigual contra los platos, mientras intentamos llenar el espacio con conversaciones triviales que no logran disipar la incomodidad. César está presente, su presencia silente acentúa la extrañeza que se cierne sobre nosotros como una sombra densa, alterando incluso el sabor de la comida que apenas probamos.

Mientras saboreo los últimos bocados, las palabras de César de ayer persisten en mi mente. Mis pensamientos retroceden al día anterior, cuando me planté en la puerta de su habitación a las seis de la mañana, lista para correr por toda la comunidad. Toqué su puerta repetidas veces hasta que, finalmente, cedió. Él temblaba de frío mientras yo lucía unas mallas negras con un top azul eléctrico. Mientras aguardaba a que se vistiera, me sugirió ponerme una sudadera, y, por un instante, sentí cierto alivio, hasta que noté que pertenecía a otra mujer. No pude contener mi curiosidad y le pregunté de quién era, aunque me mordí la lengua al percatarme de que yo era la única con respuestas a esas preguntas. Era evidente, pero él simplemente respondió con un escueto "no lo sé, simplemente la encontré en mi armario y la traje aquí".

Después de una agotadora carrera, mientras él intentaba seguir mi ritmo, aparentando que todo estaba bien, nos sentamos a tomar un café, intercambiando miradas incómodas que surgieron de nuestra última conversación. A lo largo de toda la ruta, evitamos abordar lo sucedido, actuando como si no hubiera pasado nada. Este es un patrón recurrente entre nosotros, un hábito de pasar página y dejar todo atrás. Así es como gestionamos cada situación, como una relación de hermanos que debe seguir adelante a pesar de las tensiones. Quizás llegue el momento en el que podamos tener una conversación honesta y abordar todos los temas pendientes. Mientras tanto, continuaremos corriendo juntos, compartiendo ese espacio en el que las palabras no son necesarias y solo queda la acción y la compañía silenciosa. Quién sabe, tal vez en esas carreras encontremos la forma de reconciliarnos y recuperar lo que se perdió. 

NémesisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora