Capítulo 8

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CÉSAR

ACTUALIDAD

—Solo por ti. —dije después de haberle expuesto un sermón, del que ni siquiera estaba seguro.

Habíamos expuesto nuestras verdades sobre la mesa, revelando las intenciones ocultas y desatando la próxima jugada que pondría a prueba nuestra lealtad. En este drama envolvente, éramos como marionetas, moviéndonos al ritmo de hilos invisibles que dirigían nuestra danza.

Aunque éramos conscientes de nuestra condición de títeres, seguía teniendo al esperanza de que algun pueda encontrar mi propio camino dentro de este baile de máscaras y entre las sombras que nos rodeaban. Las dudas que me habían acosado encontraron cierta claridad, pero ahora, la misma mujer a la que intenté mantener alejada de mi mundo criminal tomaba las riendas de mi vida y posiblemente de mi muerte.Qué ironía.

Reconocía que no debía ser fácil para ella asumir este nuevo rol, pero estaba convencido de que, si tuviera que elegir a alguien para acompañarme en este turbio camino, ella sería la indicada. Era la única que realmente me conocía, la que, en momentos de confusión, recordaría quién soy. Aunque mi semblante no reflejara romanticismo, sino más bien una resignación melancólica, no podía negar que parte de mi identidad reposaba en sus manos.

Más tarde, me encontré inmerso en la encantadora atmósfera del local conocido como Arcadian. Para mí, ese lugar representaba un remanso de belleza clásica que lograba cautivarme con su elegancia refinada. Detalles cuidadosamente seleccionados y una ambientación distintiva conferían al espacio un encanto único que capturaba mi atención. Siempre me había fascinado, y podría decir que es uno de mis lugares favoritos de la ciudad. Me recordaba mí mismo, el haber estado perdido y encontrarme por un segundo. Aunque luego me haya vuelto a perder, por un momento, en aquel lugar, pensé haber encontrarme, cuando Diana apareció de la nada.

De repente, una breve interrupción rompió el flujo de la conversación que intercambiaban con Diana, llenándome de incertidumbre. La llama corta de diálogo dejó en suspenso la armonía que había percibido en el entorno. Fue entonces cuando el teléfono de Diana sonó, introduciendo un tono inesperado en la escena. Aunque el Arcadian seguía siendo un lugar de belleza innegable, la intriga que acompañó esa interrupción arrojó una sombra sutil sobre la experiencia. Me hallaba sumido en un estado de inquietud, tratando de desentrañar el significado detrás de ese abrupto quiebre en la conversación, mientras el sonido del teléfono añadía un matiz de misterio al momento.

Después de la llamada, sin conocer exactamente lo que me aguardaba, nos dirigimos hacia el elegante coche clásico y descapotable de Diana. Me miro y allí pude notar que no era algo bueno. Su vehículo, de un rojo profundo, evocaba una sensación de lujo atemporal. Los detalles cromados relucían bajo la luz del lugar, y el aroma a cuero en el interior realzaba la experiencia de viajar en aquel automóvil que parecía sacado de otra época.

Recorrimos un trecho del camino, y finalmente, Diana estacionó frente a Aarón, delante de su mansión a al que yo llamo "Castillo de papel" Aaron, como de costumbre, lucía sus gafas y vestía con un estilo beige, como si hubiera salido de una película antigua de psicología. En ese momento, señaló el lugar exacto: "La casa celeste, puerta azul marino, ventanas blancas". La urgencia y la gravedad del encargo pesaban sobre mis hombros, sumergiéndome en un terreno de incertidumbre donde la amenaza de un ataque sorpresa acechaba en cada sombra.

Apresurándome hacia mi objetivo, reconocía que cada paso reflejaba una orden directa del jefe. Suponía que el objetivo ya estaría neutralizado en el sótano, pero mi mente no dejaba de cuestionarse sobre el porqué de la sentencia. Un impulso visceral me incitaba a actuar con crueldad y dolor, a infligir sufrimiento al traidor. Era una oscura fuerza que se apoderaba de mí, una sed de sangre que eclipsaba cualquier deseo de venganza.

Al abrir la puerta y sumergirme en la oscura habitación, me enfrentaba a un caos que reinaba en su interior. Reconocía que todos llevamos demonios internos, pero los míos se manifestaban en medio de esta tarea siniestra. Diana, caminando delante de mí, parecía ajena al conflicto interno que libraba. Atravesé el pasillo y, al abrir la puerta que conducía a las escaleras del sótano, me encontré con una revelación abrupta.

Mis ojos se abrieron de par en par al descubrir a Kyle, el hombre encargado de recibir y transmitir las órdenes. Había eliminado a la única persona que podría proporcionarme nuevas instrucciones en estas circunstancias caóticas. Todo se tornaba más complicado y confuso, sumiéndome en una espera incierta de nuevas directrices que sabía que llevarían tiempo en llegar.

Había sometido a Kyle a un infierno autoinfligido, consciente de que mi odio hacia todo este entramado oscuro se manifestaba con cada acción. Quizás, en esta nueva realidad que había forjado, mi madre se vería impulsado a ejecutar un plan diferente.

DIANA

Esa noche, permanecí inmóvil en un rincón oscuro del sótano, atónita ante las atrocidades que César estaba cometiendo contra aquel hombre. Le hizo vivir el infierno en vida, y presencié cómo su cuerpo era consumido por las llamas hasta convertirse en cenizas. Fue un acto vil y brutal que me dejó sin aliento. Jamás habría imaginado que César, el hombre afable y amable que conocía, fuera capaz de infligir tanto sufrimiento a otro ser humano. En ese momento, la máscara de luz que solía llevar se desprendió, revelando su verdadero rostro, aquel que emerge sediento de sangre y sin remordimientos. Ahora poco a poco, vamos conectando con nuestro ser y rompíamos poco a poco nuestro guion teatral que hemos construido.

César salió del sótano a toda velocidad, como si estuviera en un estado de shock tras cometer el asesinato. Sus pasos eran torpes y se chocaba con los bordes de las paredes, como si la realidad se le escapara de las manos. Aunque intenté seguirlo de cerca para asegurarme de que estaba bien, él era mucho más rápido que yo, y me costó alcanzarlo. Finalmente, ambos nos encontramos en mi casa, pero que ahora era suya, donde la camisa de César descansaba en la entrada, manchada con pequeñas porciones de sangre. No pareció percatarse de mi presencia, lo que me llevó a suponer que mi compañía no le molestaba, sino que tal vez buscaba mi ayuda en medio de su turbación.

César se dirigió hacia el baño con determinación, colocándose en la puerta y solicitándome, con una mirada silenciosa, que fuera una testigo discreta de lo que ocurriría a continuación. Intenté apartar de mi mente las imágenes espeluznantes del sótano y me quedé sentada como había cambiado mi habitación, observando cada detalle y rincón del lugar para distraerme. No obstante, la imagen de su cuerpo envuelto en esa oscuridad persistía en mi mente, enviando escalofríos a lo largo de mi espina dorsal y haciéndose eco en mi parte baja, mezclando un extraño temor con una atracción inquietante. Traté de alejar esos pensamientos y, despidiéndome en silencio de mi propio desconcierto, me dirigí a casa.

Decidí salir de allí, y caminar a nuestra casa donde se encontraba mi padre. Intento pensar que quizás había una justificación, pero César ni siquiera sabía cuál era la razón. Quizás lo conocía o quizás, César no están idiota y sabe la conexión que tiene Kyle con La División. Al llegar, me tumbé en mi cama y contemplé el techo de mi habitación, permitiendo que mi mirada vagara desde el techo hasta la pared. Justo allí, en ese muro, se encontraba mi obra de arte favorita: "La caída de Ícaro" de Jacob Peeter.

Dudaba de mi capacidad para enfrentar el pasado, especialmente ahora que lo tenía frente a mí, y era mucho más peligroso de lo que inicialmente parecía. La presencia del pasado se cernía sobre mí, como una sombra inquietante que había decidido materializarse.

No sabía si estaba preparado para desenterrar los recuerdos sepultados, ni mucho menos para confrontar las facetas más oscuras que aquel pasado albergaba. Cada gesto, cada mirada, se convertían en señales ambiguas que revelaban un peligro que estaba más allá de lo superficial. El pasado no era solo una carga emocional, sino una amenaza tangible que podía resurgir en cualquier momento, desafiándome a enfrentar lo que preferiría dejar en el olvido. 


NémesisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora