Capítulo 1

731 200 118
                                    


DIANA

El último día de septiembre había teñido el entorno de tonos grises, acorde con mi estado de ánimo. Un día lúgubre que se rompió abruptamente cuando alguien impactó contra mi parabrisas, generando un sonido estridente que perforó el silencio. El cuerpo del individuo yacía en el suelo, una mancha de sangre marcando su presencia. Mi primera reacción fue salir del coche, y en ese momento, el gigante se acercó al cuerpo herido.

La figura imponente rugió mientras agarraba al hombre por el cuello, presentándolo ante mí. Un rostro familiar lleno de moratones, sangre y esa sonrisa que llevaba consigo la sombra de aquel verano que casi destruye todo. Recuerdos dolorosos se agolparon en mi mente, recordándome la fragilidad de la paz que habíamos construido.

Salí del vehículo antes de que pudiera reaccionar, y el gigante liberó al casi moribundo César. Después de golpes y sangre, lo dejó en el suelo, con la cabeza apoyada en la acera, en una posición incómoda que palidecía ante la brutalidad de los golpes recibidos. Caminé hacia él, observando sus ojos hinchados, su camisa desgarrada y manchada de sangre. Aunque inconsciente, gemía en silencio por el dolor.

Extendí mi mano para ayudarlo a levantarse, y sus ojos, hinchados y magullados, se encontraron con los míos en un gesto de agradecimiento. La conexión entre nosotros seguía intacta, a pesar de los años y de los problemas acumulados.

—¿Por qué siempre eres tú quien aparece cuando estoy en problemas? —preguntó, su voz llevando una mezcla de vergüenza y agradecimiento.

—Te advertí que estarías a salvo con nosotros —respondí, dejando entrever que su aparición no era casualidad, sino parte de un acuerdo tácito. Resulta casi irónico. Estoy aquí, pidiendo que se una a nosotros para protegerlo, cuando en realidad debería estar buscando su respaldo en términos de seguridad. Todo este asunto parece un juego mental retorcido, pero detrás de esta contradicción aparente, existe algo más. Su valor es mucho mayor de lo que él mismo imagina, y al mismo tiempo, su peligrosidad supera lo que cualquiera podría sospechar. Es como un giro inesperado en una trama, ¿quién hubiera pensado que las cosas podrían ser tan complejas?

—¿A cambio de qué? —inquirió con cierta ironía, consciente de que trabajar en su mundo no era para mí, una realidad vigilada por mi propio padre.

—Protección—afirmé, insinuando que esta vez, no había deudas pendientes. Parece irónico, que la razón por la que estoy pidiendo a que se una con nosotros es para protegerle y que lo que debería hacer es apretarnos protección, parece un juego mental, pero el es mas valioso de lo que cree y mas peligroso de lo que parece.

—¿El qué? ¿Qué se supone que les debo? —inquirió, desafiante, con un tono de voz que reflejaba su conocimiento de no pertenecer a ese mundo y la constante amenaza que representaba su sola presencia.

—¿Qué hacemos? —pregunté, mientras César quedaba frente a mí, sosteniendo mi mirada.

—No voy a ser como ustedes —afirmó con determinación—. No pienso seguir sus reglas.

—No tienes otra opción —le dije con firmeza, sabiendo que era la verdad. Lo seguí mientras avanzábamos por el oscuro sendero que nos esperaba.

—Sí la tengo —replicó, desafiante—. No pienso seguir sus reglas.

Cuando finalmente César subió al coche, su semblante reflejaba cansancio, como si esa escena se hubiera repetido incontables veces. Miré su rostro familiar: cabello hasta las orejas, el anillo girando en su dedo y la camisa manchada de sangre. La quemadura en su brazo izquierdo no había sanado completamente, y la cicatriz en su mano seguía visible. Aunque su apariencia era más la de alguien en constante apuro que un criminal, su presencia recordaba un pasado oscuro. —¿Cuánto durará hasta que huyas de nuevo? —preguntó, y arranqué el coche, dirigiéndonos a nuestro hogar.

NémesisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora