Resiliencia

29 6 34
                                    

Me senté sobre las losas de piedra que conformaban el camino y dejé la mochila a un lado.

—¿Cómo estás? —le pregunté—. He estado pensando mucho en ti. Es una pena que no te dejen salir de aquí. Lo que daría por una escapada al bosque. He encontrado una nueva ruta con la que fliparías, estoy seguro.

Noté su mirada de escepticismo.

—Vamos a ver, no me mires así. Te lo estoy diciendo en serio. El sendero va por entre los árboles a la par del río. Luego sube hasta lo alto de una colina desde la que puedes ver todas las casas del pueblo —me di cuenta de que estaba hablando de más y me interrumpí—. Bueno... no debería habértelo contado, porque ya no es una sorpresa, pero bueno, ¿qué le voy a hacer?

Sentía sus ganas por saber qué es lo que había pasado en su ausencia. Así que le puse al día de todo lo que conocía. Mientras, me escuchaba con atención.

—La directora se puso hecha una fiera cuando se enteró de lo que pasó. Suspendió las clases dos semanas durante las cuales los policías estuvieron investigando. Tampoco es que hubiera mucho que averiguar, ya sabes, pero así son los policías, al fin y al cabo. Hacen su trabajo, ¿qué podemos pedirles? Tus padres estaban devastados. Ni siquiera... bueno, es que no sé cómo contarte esto. Em... espera un segundo.

Recordé que me había llevado un tentempié. Lo saqué de la mochila. Los sándwiches estaban aplastados por culpa de la botella de agua. Lo cual no iba a ser un impedimento para que me lo comiera: era comida. Pero me pareció que a ella sí que le importaba, porque cuando se lo ofrecí, no hizo amago de cogerlo. Así que lo dejé delante de mis piernas cruzadas, por si cambiaba de opinión.

—Los he hecho yo —le informé—. Son de tus favoritos: paté.

Nada; quería seguir escuchándome hablar sobre los vecinos y los hechos de los últimos días.

Me encogí de hombros, simulando indiferencia por su rechazo a la comida.

—Como te iba diciendo... bueno, no ha pasado nada importante. Quiero decir, hubo varios actos, pero como de costumbre. ¿Sabías que nunca había estado en una boda ni en un entierro? Pues ambos, hace varios días, fueron los primeros. El sábado y el domingo, uno después del otro. Al final no sabía si las lagrimas eran de alegría o de tristeza. Pero da igual. Es irrelevante ahora.

Mientras hablaba, le iba dando mordiscos a mi sándwich. Estaba buenísimo.

—También se revolucionaron los compas de clase. Algunos, no te voy a mentir diciendo que todos.

En realidad habían sido poquísimos. Todos ellos mayores y que no la conocían ni de nombre. El resto había seguido con sus vidas como si nada hubiera pasado. De hecho, habían conseguido una nueva presa. Pero eso no tenía por qué saberlo, así que no se lo dije. Para que luego digan que no tengo corazón.

—Por lo que sé, crearon un grupo e hicieron pancartas y carteles que colgaron por los pasillos y en las farolas. Otros los metían en los buzones. No duró mucho porque los vecinos se empezaron a quejar y, en fin, ya puedes imaginarte —suspiré—. Por lo menos la directora pareció considerarse una de las propuestas en serio. Ahora tenemos talleres una vez al mes sobre la "inclusividad de las personas diferentes". Me parece una completa tontería. No lo de los talleres, no me entiendas mal, está guay que se visibilicen las demás formas de ser o lo que sea. Lo que encuentro estúpido es el nombre. Diferentes. O sea, ¿diferentes en qué? Solo no sois como los estándares que ha pautado la sociedad.

Acabé el manjar y saqué la botella de agua para dar unos sorbos.

—Me da asco. ¿A ti no? Bueno, no hace falta que respondas, ya sé que a ti también. Si no, no hubieras hecho lo hiciste. Ojalá no lo hubieras hecho, que lo sepas. Aquí me tienes a mí. Yo siempre he estado a tu lado y siempre lo estaré. No dejaría jamás que murieras. Al menos no sola.

Historias hialinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora