Marco su número y espero. Suena un tono... dos... tres... el cuarto y acto seguido el contestador.
«El número al que llama no está disponible en estos momentos. Por favor, deje su mensaje después de oír la señal.»
Puuuup.
—Hola... Cris. Te echo de menos. Hace unas horas me he despertado en una cama vacía, sin ti, y me he puesto algo triste. Las sábanas aún huelen a ti, a la colonia que sueles echarte antes de ir a trabajar. Sé que ahora no tendrás tiempo para mí, pero me gustaría que estuvieras aquí, en casa, y poder hacer en compañía cualquier cosa, por tonta que sea. Tomar el desayuno —zumo de naranja y tostadas con mermelada de melocotón, como a ti te gusta—, mientras vemos un par de noticias, nos aburrimos y lo cambiamos a una serie de policías para averiguar antes que los protagonistas quién es el asesino. Y luego, antes de salir, poner nuestras canciones favoritas y bailarlas juntos, sin prisa. Y besarnos raudos, que llegamos tarde.
Hago una pausa, jugueteando con un rizo del cable del teléfono. Miro las teclas, tienen un poco de suciedad encima. Finalmente acabo:
—Te echo de menos, vuelve a casa pronto. Por favor.
Cuelgo.
Me quedo unos segundos ahí de pie, sin moverme.
¿Le habrá llegado el mensaje? ¿Lo escuchará? ¿Se habrá grabado todo o se habrá cortado parte? Entonces, ¿hasta dónde me habrá escuchado? ¿Me llamará de vuelta? Si lo hace, ¿levantaré el auricular?
Suspiro y me pongo manos a la obra. Ya me he aseado y desayunado. En soledad. También he hecho la cama y ventilado la casa. Solo me queda prepararme para irme, como bien me lo recuerda el mensaje de mi colega Martín, con el que tengo que hacer un trabajo de la uni.
Frente a su ropa en el armario mi mente se bloquea en el recuerdo. Su estilo y género varían según se sienta. Hombre, mujer, ambos o incluso ninguno. A veces me cuesta entenderlo; pero no soy como mis padres, intento comprender. Porque yo le amo, independientemente de la etiqueta que le toque ponerse.
Me visto sin más desvaríos. Una sudadera azul marino, unos vaqueros y mis deportivas negras que me llevan a todos lados. Cojo el móvil, la cartera y las llaves y me dispongo a salir de casa para comprar unas cosas antes de reunirme con Martín y hacer las fotografías y los planos para el proyecto.
Llaman al fijo.
Me recorre un escalofrío.
No. No voy a cogerlo. No puedo. No después de lo que he dicho.
Si es que es Cris quien llama. Si es que es, y no un policía diciéndome que ha muerto, o su madre, tan angelical, o los de la telefónica y sus promociones.
Bajo a comprar a la pequeña tienda de la esquina justo enfrente de casa que lleva una familia de hijos de inmigrantes ingleses. Los del barrio le dicen el inglés, pero la verdad me parece un tanto irrespetuoso, así que yo le llamo la tienda de abajo. O bueno, según me pille, también la tienda de la esquina. O la tienda, sin más.
Tienen de todo. Compro papel higiénico, que queda poco; gel de ducha, porque nunca está de más tener dos; y un paquete de galletas saladas porque, desde que me las descubrió Cris, no hay cosa que me guste más. Bueno, a excepción, claro está, de Cris.
Dejo las cosas en el mostrador para pagar. Miro el reloj de pulsera que me regaló mi hermano por mi vigésimo cumpleaños... Su último regalo. Hace cuatro años ya. El tiempo vuela. Y si no me doy prisa, llegaré tarde a la cita con Martín.
—¿Me pones también una barra de pan?
La hija mayor, que me sacará un par de años, me pone en una bolsa de papel un pan que huele a las mil maravillas. Pago en efectivo.
—Muchas gracias. Adiós.
—Hasta luego.
Subo corriendo las escaleras. Guardo todo en su sitio. Tengo unos minutos de margen, no me gusta llegar tarde... y tampoco a la hora. Siempre unos minutos antes.
El teléfono móvil suena y vibra desde mis pantalones. Miro quién es.
Cris.
Inspiro, agitado, y presiono el botón verde sin más dilación.
—Amor, ¿estás bien? ¿Ocurre algo? ¿Qué puedo hacer por ti?
—Solo te echaba de menos.
—Ay, cariño. Si es que eres más drama que persona. —Su tono de preocupación inicial pasa a uno divertido—. Pensaba, no sé. Igual te habías tomado algo. Ya desde por la mañana.
—No, no. Era solo eso —sonrío—. Es que como no te has despedido de mí esta mañana... Me he sentido solo.
—Te dije anoche que hoy tenía una reunión en la empresa y que tenía que madrugar. No quería despertarte.
—¿Me lo dijiste antes o después de hacerme olvidar todo con el sexo?
—¡Francisco! —exclama con un grito medio susurro, alarmad- Espera, no sé aún...
—¿Hoy cómo te...?
—Ella.
—Vale.
—Escucha, tengo que volver dentro. He salido de la reunión en cuanto he recibido tu llamada perdida. No has cogido el teléfono de casa y me he preocupado.
—Había salido a comprar —miento. Un poco—. ¿Cómo va la reunión?
—Pfff, como el culo. Sinceramente no quiero volver ahí dentro. Son todos unos viejos amargados que no tienen visión del futuro. Para 2020 hay estudios que demuestran que los recursos naturales se van a agotar. O que quedarán pocos. Como ya te comenté en los simulacros que me hacías para practicar, la ecología es el camino. Poco a poco, paso a paso, vale, pero es el futuro. ¡Estamos en 2012!, tampoco es que estemos sobrados de tiempo. Pero nada, ellos en sus trece y mi tío tampoco me apoya.
—Desde que se enteró de tu... eh... tus géneros, no hace más que hacerte la vida imposible.
—Ni que lo digas. Ya veré cómo me las apaño. No pienso dejar que me joda más, estoy harta. Por cierto, ¿no habías quedado con Martín? Mira a ver, no llegues tarde.
—Ay, cállate. Yo nunca llego tarde.
—Ajá. ¿Y en nuestra primera cita?
—¡Estaba nervioso!
—¿Y cuando deliberadamente tardaste una hora en elegir la ropa para comer con mi madre?
—Pues también estaba nervioso.
—Excusas, excusas. —Noto que tapa el micrófono y se dirige a otra persona antes de despedirse de mí—. Tengo que irme. Nos vemos luego, amor.
—Te quiero.
—Y yo a ti.
Cuelga. Guardo el móvil en el bolsillo de la sudadera. Mientras hablábamos, había cogido la mochila con las cámaras y dirigido hacia mi destino por un enorme parque próximo a nuestra casa por el que, por las horas que eran y el tiempo que hacía —bastante raro en esa época del año—, no estaba muy concurrido.
Llegué dos minutos antes de la hora acordada. Martín diez tarde. Hicimos durante la mañana el proyecto y luego la tarde la pasé con Cris.
Quién iba a saber que después la situación mundial se complicaría tanto.
Quién iba a decirme que aquella sería la última noche normal con mi amor. Que sus roces los recordaría los siguientes años con tanto cariño.
Que el proyecto que tan perezosamente estábamos haciendo acabaría salvando tantas vidas.
Que el tiempo que habíamos pasado juntos me iba a ser tan preciado como para morir por él.
Quiero decir, ¿el fin del mundo? ¿En serio?
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29 de julio 2021
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Historias hialinas
Short Story«Más» historias, relatos, lo que surja. Hialinas de traslúcido. Todo está ahí, pero no completamente. Todo te llegará, pero no lo sentirás enteramente. O sí. ¿Qué sé yo? Historias de todos los géneros, con amores de todas las clases (o eso intentaré...