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—¿Estás lista?— pregunta Emma.

—Por supuesto—respondí con una sonrisa de boca cerrada.

Lo que ella no sabía era para qué estaba lista.

Ya habíamos llegado al instituto. Ella, como aseguró miles de veces, había elegido un outfit perfecto para mí. Llevaba puesto un pantalón estilo jogger, una camisa un poco holgada azul marino y unas vans que hacían juego con la camisa. Dejé mi cabello suelto para que así se notaran las ondas que con tanto esfuerzo me había hecho Emma una noche anterior. En cuanto al maquillaje utilizó algo sofisticado pero llamativo. Me veía hermosa. El atuendo resaltaba las partes apropiadas de mi cuerpo y el maquillaje mis pocas pecas en el rostro.

Ya estaba lista para patear culos.

Entramos al instituto, cada una con su mochila colgada de los hombros y vimos a un sinfín de alumnos. Bueno, claro que había un fin, pero eran cientos. Unos moviéndose de un lado a otro, algunos comiendo, otros haciendo deporte y muchos descansando en el campus.

Con ayuda de Emma busqué mi primera clase, literatura. Por suerte ésta materia nos tocó verla juntas. No quería estar completamente perdida.

Y entonces lo vi.

Simplemente apareció.

Matthew Foster.

Un chico alto; 19 años; con algunas marcas en sus brazos de, tal vez, ejercicio; con una mirada fría para las personas que no eran de su grupo; cabello castaño oscuro le caía a un lado de su rostro; ojos tan oscuros que, muy bien, podrían confundirse con negros...¿Lo más llamativo? Sus ojos puestos en mí.

—Matthew Foster—dijo, para colmo, Emma—uno de los chicos más codiciados en el Seattle. Muchas chicas aseguran haberse acostado con él y pues, es creíble, siempre busca objetivos fáciles como cualquiera de noso...—tosió—perdón, cualquier chica del instituto—dijo todo casi en un susurro ¿Acaso Emma...?—El chico que ves a su lado es Gregory y el que está detrás es Adam. Se conocen desde pequeños y hasta ahora siempre han estudiado juntos.

Los tres chicos saludaron a algunos alumnos, pero Matthew aún tenía su mirada clavada en mí, haciéndome tener una sensación de familiaridad.

Ven a mí, pequeña. No te haré daño...

Vienen hacia acá—dijo Emma al ver que se aproximaban hacia el lugar dónde estábamos.

—Hola belleza, ¿Eres nueva?—-me preguntó Gregory dándome una hermosa sonrisa.

Adam estaba a su lado y Matthew un paso atrás de Gregory con las manos en sus bolsillos y el mentón ligeramente levantado. Emma y yo nos encontrábamos al final del salón. Aún el profesor no llegaba.

¿Qué le importaba a él si yo era nueva o no?

No pueden sospechar, April, no pueden sospechar.

—Sí—dije finalmente con una sonrisa fingida pero bien disimulada.

—Uhmm...bizcochito nuevo—dijo en un tono de...¿Perversión?

Dicho esto se hizo a un lado y, con un tono más amable, se me acercó Adam. Al parecer les gustaba presentarse ante los nuevos.

—-Hola, ¿Cómo te llamas?

—April.

—¿April...?—preguntó algo confuso. Sabía que se refería a mi apellido.

—Adams. April Adams.—respondí con una sonrisa.

—Oh, genial. Yo llevo tu apellido como nombre pero sin la s. Me llamo Adam—dijo sentándose en una silla quedando de frente hacia mí—¿De dónde vienes? Nunca te he visto por aquí y eso que en Seattle todos nos conocemos.

—De California, me mudé a aquí hace un par de días.

—Bien, pues, bienvenida. ¿En cuál bloque está tu departamento?—preguntó, ¿Cuál era...? ah, sí, 17.

—17.

Miró de reojo a Emma—¿Tu compa—y antes de que lanzara su próxima pregunta el chico que no había intervenido durante toda la conversación, cuyos ojos eran tan intrigantes, lo interrumpió.

—Ya cállate, preguntas tantas mierdas, Adam...—dijo Matthew y con ello se acercó a la puerta y se fue.

Así, sin más.

Escuchar su voz pareció un claro recordatorio de todo. De todas mis heridas y noches de pesadillas en las que no pensaba en otra cosa que no fuera dolor. En las mentiras que salían de mi boca para no explicar lo que me causaba tanta depresión. Su simple voz me causó repulsión y, a su vez, estragos que no pude controlar.

Ven a mí, pequeña, no te haré daño...

Esa terrible y torcida sonrisa aún estaba en mi mente y las lágrimas amenazaban con brotar de mis ojos.

¿Alguna vez se han enfrentado a algo que les cuesta tanto superar pero que tienen que sobrellevar para no ser una vergüenza ante todos? No hablo de cualquier cosa como hacerte pis en la cama y luego esperar a que todos se olviden de eso. Esto es algo más grande. Algo que mis años con un terapeuta no pudieron solucionar...algo que aún me hace sentir manchada en todos los sentidos. Algo que probablemente no salga nunca de mi cabeza y esté siempre como un pasaje a la tortura.

Me quedé tan sumida en mis pensamientos que cuando salí de ellos me fijé en que los otros dos chicos se habían ido y, que, a su vez, había entrado al salón el profesor de literatura. Un hombre de unos cuarenta y tantos años ya con algunas canas visibles.

—Buenos días...—no le quise prestar mucha atención y me dediqué a sacar mi celular para escuchar alguna canción.

«Hey Jude» de The Beatles. Me coloqué en posición de descanso con la excusa de que me dolía la cabeza, me puse los auriculares y me dejé sumir por la canción, hoy será un día agitado...

Hey Jude, don't make it bad. Take a sad song and make it better.

Remember to let her into your heart then you can start to make it better.

Hey Jude, don't be afraid you were made to go out and get her...

FOSTER ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora