01. Baila conmigo

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Gulf se deshizo de sus zapatillas deportivas y se dejó caer sobre el sofá mirando el paisaje estrellado que le ofrecía el gran ventanal frente a él. Eso fue lo que lo hizo enamorarse de aquel departamento: la exagerada cantidad de luz natural que obtenía por las mañanas y el espectáculo que el cielo le regalaba por las noches, por lo que decidió no arruinar la increíble vista con estorbosas cortinas.

Ese día había sido especialmente pesado. La compañía de ballet tendría una nueva puesta en escena para comenzar el otoño, y que lo eligieran como el bailarín principal solo implicaba dos cosas: ensayar el doble y también obtener el doble de la presión para que cada movimiento fuera perfecto, aunque recibir ovaciones de pie por minutos enteros hacía que todo el esfuerzo valiera la pena.

Un pequeño gato de pelaje gris llegó hasta el sofá y se acurrucó en el regazo de Gulf, el cual automáticamente comenzó a pasar sus dedos sobre la cabeza del felino en dulces caricias, que eran correspondidas por la bola de pelos con pequeños ronroneos.

El adorable minino era la única compañía de Gulf en esa gran ciudad. Había llegado a New York hacía ya dos años en busca de cumplir su sueño: ser miembro de la más importante compañía de ballet. Y lo había conseguido. Su talento era oro puro, la gracia de sus movimientos hipnotizaba y conmovía hasta el más escéptico, era capaz de hacer que un auditorio entero enmudeciera y rompiera en llanto. Eso lo llenaba de satisfacción.

Sin embargo, para lograrlo sacrificaba todo su tiempo libre. Aprovechaba cualquier momento para practicar, y eso significaba no tener tiempo para añadir nuevas personas a su vida. En los dos últimos años los únicos rostros que conocía pertenecían a compañeros y maestros de la academia y, aunque no era un problema de todos los días, algunas veces la soledad golpeaba con fuerza su voluntad.

Lanzó un suspiro al aire, se puso de pie, estiró brazos y piernas calentando sus músculos, y con pasos suaves se dirigió al tocadiscos que descansaba sobre una mesita frente al ventanal. En ese cuerpo lleno de vitalidad y juventud se escondía un alma vieja, que prefería las caricias que el sonido proveniente de esa bocina le hacían a su oído.

Seleccionó un disco de vinilo de los tantos que se ocultaban tras la puerta de esa mesita, colocó la aguja en posición y en las paredes comenzó a rebotar una dulce melodía que sus pies reconocieron al instante. Tomando como compañero de baile a su querido amigo, lo alzó en brazos y juntos comenzaron a dar vueltas sobre el piso de madera del salón.

Una gran sonrisa surcaba su rostro, estaba satisfecho con lo que hasta ahora había conseguido, le gustaba su vida y gozaba sus logros. Su talento más desarrollado sin lugar a dudas era el baile, sin embargo, disfrutaba cantar casi tanto como bailar.

Mientras giraba sobre el piso con los brazos alzados al cielo sosteniendo al felino, Gulf cantaba con toda la emoción que la canción requería, no lo hacía muy bien, pero nunca le había importado mucho lo que los demás pudieran opinar de él. Era su momento y lo estaba disfrutando.

En una de esas vueltas alcanzó a ver por el rabillo del ojo un halo de luz que lo hizo detenerse y dirigir la vista hacia el edificio que tenía enfrente, hacía más de un año que el departamento frente al suyo estaba deshabitado, y podría jurar que aquella luz provino de ese lugar, aunque luego de observarlo por un par de minutos se convenció de que aquello era imposible.

Puso fin a su baile y devolvió el gato al piso para explorar su refrigerador: ensalada con pollo era el menú de cada noche. Estaba en un estricto régimen alimenticio y, pese a que llegaba a hartarse de eso podía jugar con los ingredientes de los aderezos para hacer su cena más interesante, eso era mejor que nada.

Una vez que su plato estuvo limpio lo metió al lavavajillas y caminó escaleras arriba hacia su habitación, un acojinado edredón gris le daba la bienvenida y lo miró con añoranza mientras resignado se dirigió al baño para darse una ducha. Una vez que estuvo limpio y con el pijama puesto, se acomodó bajo la cobija con el minino descansando a su lado y ambos se internaron en un profundo sueño.


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El chico de enfrenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora