08. ¿Te gustan los gatos?

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Mew

Sin duda haberse mudado de cuidad se estaba tornando en una aventura más que interesante, aunque al principio no estaba conforme con su cambio en la empresa, conocer a su vecino estaba haciendo que cambiar de ambiente no fuera tan malo.

El bailarín se robó su atención desde el primer momento, su cuerpo se movía con tanta gracia que le fue imposible apartar la mirada, aunque se obligó a hacerlo por miedo a ser descubierto. No quería quedar como un acosador. Cosa que ya de por si era difícil de lograr, puesto que su vecino de enfrente le daba vista de primera fila a su rutina diaria, lo había visto en pijama y con el cabello despeinado, lo observaba mientras danzaba en el salón con su gato entre los brazos, y también en aquellos días en los que solo se sentaba en el sofá mirando por la ventana directo a la nada.

El chico de pies ligeros lo intrigaba, tal vez demasiado, por lo que para disimular un poco su interés colocó su sofá favorito justo frente a la ventana, así podía verlo mientras leía por las tardes sin parecer estar obsesionado con él.

La primera vez que sus ojos se encontraron con los del bailarín su corazón implosionó, se quedó sin habla, cosa que no importaba mucho ya que, aunque hablara él no podría escucharlo. Su pulso se aceleró dramáticamente, su mente no lograba comprender de dónde provenía ese intenso nerviosismo que le recorría por completo el cuerpo. El chico solo estaba sonriéndole con una mano en el aire, no era más que un saludo cordial, pero las comisuras de sus labios se elevaron por si solas mostrándole la más boba de sus sonrisas.

Mew tuvo que salir huyendo a su habitación, necesitaba volver a sentirse protegido por la privacidad que le ofrecían las paredes a su alrededor, porque estaba seguro de que esos ojos avellana habían logrado perforar y escrudiñar cada rincón de su alma.

Conciliar el sueño se volvió un problema, pues en cuanto cerraba los ojos su cerebro empezaba a hacer preguntas aleatorias, pero todas sobre un tema en específico: el chico de enfrente. Lamentablemente para ninguna de ellas tenía respuesta, no sabía prácticamente nada de él, solo que a su vecino le gustaba bailar y que lo hacía estupendamente bien.

Verlo danzar se convirtió en pocos días en su pasatiempo favorito, algunas veces permanecía en la penumbra con el único propósito de verlo más desenvuelto, no sabía cómo acercarse a él y conocerlo un poco más. Entablar una conversación no era posible, ir hasta su puerta por el momento era impensable, y tampoco tenía forma de hacerle llegar su número telefónico. Quizá su relación con el chico nunca pasaría de ser algo platónico, lo que era algo lamentable para su ilusionado corazón.

El timbre de la entrada hizo eco en sus oídos, comenzaba a odiar ese sonido, hasta el momento solo una persona se había presentado en su puerta, y no era una presencia que le agradaba soportar. Su rubia vecina tenía una personalidad efervescente y demasiado despreocupada, no tenían nada en común, tampoco compartían intereses, y le era difícil seguirle el hilo a una plática sobre chismes de la farándula cuando desconocía prácticamente la vida de todo el mundo. Sin embargo, eso no la detenía, la chica estaba dispuesta a acabar con su paciencia antes de cumplir su primer mes en su nuevo hogar.

El chico de enfrenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora