07. Odiosos rayos de sol

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Los días se le antojaban a Gulf con una esencia diferente. Desde que Mew apareció en su vida hacía unos meses muchos aspectos de la misma habían mejorado. Casi nunca se sentaba solo a la mesa por las noches porque siempre contaba con su compañía. Lo animaba a seguir luchando por sus sueños y siempre que lo necesitaba encontraba refugio en sus brazos.

Se había superado a sí mismo en su desempeño en el baile, ya dominaba a la perfección cada movimiento. El tiempo para el gran estreno se acercaba y no podía esperar para entregarle a Mew la invitación esa misma noche, había conseguido un asiento especial y un pase con acceso total para poder encontrarse con él detrás del escenario. Ese día sería perfecto.

Llegó a su hogar un poco más temprano de lo habitual, pues el director los había premiado con tiempo libre al haber logrado hacer el ensayo de forma perfecta. Ese tiempo le venía de maravilla, pues tendría la oportunidad de preparar una cena deliciosa para sorprenderlo.

Sus sentimientos crecían y cada vez le costaba más disimularlos, aunque la forma en la que lo miraba no dejaba mucho trabajo a la imaginación. El amor que sentía por él era exudado por cada uno de los poros de su cuerpo; no sabía con exactitud si éste sentimiento era correspondido de la misma forma o en la misma intensidad, pero lo averiguaría el día del estreno.

El sol brillaba tenuemente antes de ocultarse y el cielo se comenzaba a llenarse de pequeñas estrellas. Esa perfecta imagen lo transportó a un momento alegre de su adolescencia, y ese instante se conectaba con una asombrosa canción. Buscó el vinilo en la mesita y lo colocó en el tocadiscos dejando que la música perfeccionara su recuerdo.

Sus ojos se posaron sobre aquella ventana que ahora era diferente de todas las demás. Ese cristal era especial, fue el primer testigo de que el amor a primera vista no era un mito. Gracias a esa ventana su conexión se había dado y era más feliz que nunca.

En su campo de visión apareció de espaldas el chico que se había adueñado de todos sus pensamientos y no pudo evitar sonreír ante su presencia.

Dos segundos después la curva en sus labios cambió de dirección. Justo cuando unas manos delicadas rodeaban el cuello de Mew y las hebras de un cabello largo y rubio destellaban ante el contacto con los escasos rayos del sol. Sus rostros se encontraron y en movimientos sincronizados Gulf era testigo de cómo un beso nacía entre los dos.

No podía apartar sus ojos de aquella escena, no daba crédito a lo que estaba observando. Se había hecho ilusiones por nada. Lo único que había entre ellos dos era un amor no correspondido y muchos malos entendidos, no podía sentirse más ridículo por el papel de chico enamorado que había estado interpretando los últimos meses.

El nudo en su garganta era doloroso y sus ojos ardían ante el esfuerzo que hacía por suprimir las lágrimas. Ese era el punto final al castillo de sueños que había construido en el aire.

Una vez que se separaron la chica clavó sus ojos en Gulf y eso bastó para que su mente trabajara conscientemente otra vez. Mew era solo su amigo y eso no debía olvidarlo. No tenía derecho a sentir nada más que alegría porque él fuera feliz, aunque le hubiera agradecido que dejara de darle señales tan confusas.

La chica le informó a Mew de los ojos curiosos de Gulf, este se giró rápidamente quedando de frente a la vez que le ofrecía una expresión desconcertada y sorprendida.

Gulf le dio un asentimiento con la cabeza y una opacada sonrisa, para la cual tuvo que morderse los labios y así evitar romper en llanto. Se alejó del ventanal con pasos ágiles, pues estaba seguro que ambos agradecerían que les diera algo de privacidad.

Una a una vio cómo sus ilusiones dejaban de flotar en el aire para caer al piso como trozos de ceniza. Una punzada constante en el pecho incrementaba el flujo de agua salada que resbalaba por sus mejillas, había escuchado antes lo mucho que se podía sufrir por un corazón roto, pero esta era la primera vez que lo experimentaba, y dolía mucho más de lo que alguna vez imaginó.

Repasó en su mente cada momento en el que Mew tomaba la iniciativa para tocarlo, abrazarlo, incluso alzarlo en el aire mientras ambos reían. Todo fue una ilusión perfecta en la que creyó ciegamente. Juraba que Mew sentía algo por él, y había descubierto su equivocación de la peor manera.

El dolor no cesaba. Con cada lágrima derramada las heridas en su corazón se hacían más profundas. Estaba sufriendo y no podía evitar culparse a sí mismo por ese error, entregó su corazón a alguien que no lo deseaba, y ahora se sentía incompleto y roto.

Al llevarse las manos al rostro se percató de que entre sus dedos aún sostenía la invitación que con tanta ilusión pensaba darle. Mew era la única persona a la que podía invitar y eso lo hizo sentirse aun más solo. En un impulso de rabia arrugó el pequeño papel entre sus dedos y lo depositó en el cesto de la basura.

Necesitaba expresar todo lo que sentía, deshacerse del dolor que inundaba su pecho, y no conocía mejor manera de hacerlo que bailando. Así que tomó sus cosas y se dirigió a la academia.

Por los siguientes días se dedicó a ensayar. Pasaba todo el día y gran parte de las noches en ese gran salón rodeado de espejos. Regresaba a altas horas de la madrugada e iba directo a su habitación. Algunos días llevaba consigo a Ju a la academia, pues no le agradaba dejarlo tanto tiempo solo y todos en ese lugar lo amaban, su pequeño gatito disfrutaba la atención.

Con el resto de su tiempo libre montó nuevas coreografías solo por distracción, necesitaba mantener su mente ocupada y, sobre todo, buscaba mantenerse alejado de su departamento. No planeaba evitar a Mew para siempre, solo lo haría por un tiempo prudente para que verlo no le doliera tanto.



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El chico de enfrenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora