Los días pasaban y Gulf ya casi se acostumbraba a no estar completamente solo a catorce pisos de altura. Fueron cientos de noches las que no tuvo interacción con ningún ser humano después de salir de la academia, por lo que llegar y de vez en cuando saludar al vecino o verlo pasearse en pijama por su departamento era algo que le resultaba extraño. Aunque no le disgustaba.
Algunas veces no estaba seguro de si él debiera saludar primero. No quería que lo viera como alguien intenso, raro o algo parecido, pero era imposible no observarlo, puesto que el vecino también había decidido no poner cortinas en su ventana. Eso le daba a Gulf una vista completa a su intimidad. Cuando el chico lo atrapaba observándolo, Gulf solo podía sonreírle incómodamente, lo que parecía divertir a Mew.
Sus habilidades sociales se habían deteriorado con el aislamiento auto impuesto, a eso se le podrían añadir las extrañas reacciones que tenía su cuerpo cuando Mew entraba en su campo de visión: su corazón latía rápidamente, justo como lo hacía cuando estaba a punto de salir al escenario, sus nervios se disparaban y sus movimientos se volvían torpes; incluso llegó a tropezar con su propio pie mientras repasaba algunos pasos. Para su mala suerte en todos los momentos vergonzosos Mew lo estaba observando.
No entendía por qué aquel par de ojos que pertenecían a alguien que conocía hacía solo una semana lo perturbaban tanto, ese hombre despertaba una curiosidad diferente en él. Algo mas parecido al interés.
Conforme pasaban las noches Gulf notó que Mew también tenía una rutina nocturna: lo suyo era la lectura. Cuando regresaba de la academia lo encontraba cada noche en pijama sentado frente a la ventana con un libro entre sus manos; a veces estaba tan inmerso en sus libros que no se percataba de los saludos de Gulf y no los devolvía, lo que lo hacía dudar si debía saludarlo o no la próxima vez.
¿Qué libro estaría leyendo que lo atrapaba de esa forma? Varias noches se preguntó lo mismo hasta que decidió resolver su duda. Buscó una hoja de papel y su marcador y escribió en ella la palabra libro encerrada entre signos de interrogación y la pegó en el cristal antes de irse a dormir.
Por la mañana vio que su pregunta había sido respondida y el nombre del libro estaba escrito en una hoja que pendía del cristal de la ventana. Alegre por haber conseguido su objetivo se preparó para sus actividades diarias, se despidió de su amigo peludo y salió hacia la academia haciendo una rápida escala en la librería.
Ese día fue más duro que el resto de la semana, algo no estaba funcionando con la coordinación de los bailarines; por lo que tuvieron que repetir la escena por lo menos una docena de veces para obtener un resultado, «mediocremente aceptable», en palabras de su director. Lo que logró que el ánimo de todos cayera, en especial el de Gulf, ya que según el director él tenía que esforzarse el doble que todos ellos y no lo estaba haciendo. Gulf no estaba de acuerdo con eso, lo único que hacía en todo el día era bailar. Su gato y ahora su nuevo vecino eran testigos de eso.
Al regresar a su hogar más cansado de lo normal encendió las luces y como cada noche pudo ver a Mew en su sofá devorando aquel libro con la mirada. Leía con tal avidez que se antojaba conocer cada palabra que captaban sus ojos. Omitió el saludo ya que el chico no se había percatado de su presencia, y después de encender el tocadiscos fue directo a recargar baterías con una muy merecida cena.
Sacó de su bolso el libro que aun se encontraba sellado con plástico transparente y lo abrió en la primera página. Terminar de cenar le llevó más tiempo del normal, incluso dejaba de masticar cuando algún párrafo lo conmocionaba; y no era por el exceso de drama o romanticismo, sino por esa forma tan peculiar que el autor tenía de narrar. Las palabras lo colocaba en el lugar exacto y con las emociones justas para encarnar al protagonista.
Una vez que terminó de cenar, Gulf regresó al salón donde podía tener una vista perfecta del chico: el acompasado ritmo en que su pecho subía y bajaba con cada respiración, la desordenada forma en la que algunos de sus cabellos descansaban sobre su frente, y la curvatura en sus labios cuando de ellos se escapaba una sonrisa. Eso lo llenó de tranquilidad y dio calidez a su pecho; de pronto todo se sentía bien para él, a pesar de haber tenido un pésimo día ya no parecía ser tan malo.
El vecino de enfrente fijó sus ojos en él cuando nuevamente lo atrapó observándolo. No podía culpar a Gulf por tener un aura magnética, era como si Mew fuera un agujero negro para las miradas, pues siempre terminaba atrapándolas todas.
Gulf levantó el libro mostrándoselo para terminar con el incomodo momento. La sorpresa en los ojos de Mew fue enorme, seguramente había pensado que le preguntó el nombre del libro solo por cortesía, y no porque de verdad estuviera interesado en leerlo.
Ese gesto hizo que el corazón de Gulf saltara y rápidamente tomó una hoja y comenzó a escribir la palabra página entre signos de interrogación.
Mew hizo lo mismo contestando con un número, solo le llevaba una ventaja de cinco capítulos, no era demasiado. Otra hoja apareció en el cristal y esta vez una oración estaba escrita en ella: «Te esperaré, avísame cuando estés listo».
Gulf tenía una dedicación impresionante para todo aquello que le interesaba, y en su lista Mew estaba justo debajo del baile. Dedicó cada minuto de su tiempo libre a leer. Lo hacía en todas partes: mientras comía, mientras esperaba su turno en los ensayos, en el transporte y hasta en el baño. Aunque en muchas de esas ocasiones no podía terminar ni siquiera una página completa, lo que lo hacía tener que repetir la lectura desde un punto anterior. Su intención era llegar a una comprensión perfecta de la esencia, los personajes y los acontecimientos de la trama, solo en caso de que a Mew se le ocurriera preguntar.
Tres días después pegó en su ventana una hoja donde se leía: «Gracias por la espera, ya estoy contigo». No se le ocurrió una mejor frase para darle aviso, puesto que un: «Te alcancé», «Estoy listo» o «Me encuentro en la misma página», sonaba muy impersonal, poco amistoso y con el impacto contrario al que Gulf quería generar en Mew.
Las palabras «estoy contigo» eran perfectas. Con ellas no solo lo hacía conocedor de que ya había leído los cinco capítulos, sino también, era una invitación a entablar una amistad y tal vez de ella podría nacer algo más.
En ese momento Gulf se dio cuenta del significado de sus pensamientos, el vecino le gustaba.
-No. No solo me gusta Ju, creo que estoy sintiendo algo por él -le confesó a su gato con consternación.
ESTÁS LEYENDO
El chico de enfrente
أدب الهواةCon un extraño baile atrapó su atención, y con mensajes en la ventana le robaron el corazón. *Prohibida la copia, reproducción o adaptación de este libro. *Contenido LGBT+