3. Muy antiestético

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—¿Somos guapos, gato?

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—¿Somos guapos, gato?

Estoy frente al espejo del baño. Él se encuentran sentado en el lavamanos, escudriñando nuestros reflejos y moviendo la cola mientras pienso:

Nunca me pregunté si era atractivo hasta que te conocí.

Antes solo me preocupaba por estar presentable en público, pero contigo en escena las inseguridades se hicieron un festín conmigo.

¿Te molestaba que mi piel no fuera perfecta? ¿Con o sin barba? ¿Debería haberme emprolijado las cejas un poco? ¿Cómo te gustaba que me peinara? ¿Querías a alguien que te triplicara en músculo y con quién te sintieras pequeña y delicada? ¿Te disgustaban mis piernas de pollo? ¿Más o menos alto? ¿Sin six-pack era un problema? ¿Debería haber ido al gimnasio más seguido?

¿El color de mis ojos te recordaba a la mierda? ¿Era eso?

Me rio de mi propio pensamiento. No creo que los ojos de nadie te hagan recordar aquello, pero exagerar me ayuda me ayuda a descargarme en risas y no en llanto.

Ya lloré mucho por ella.

Quería verme lindo para ti. Necesitaba sentirme así por mi propia estabilidad, porque de otra forma siempre que te quedabas mirando a alguien más, creaba una lista mental de todo lo que ese chico tenía y yo no.

¿Era yo tu tipo?

¿Eso de que te puedes enamorar de cualquiera por fuera cuando ya te enamoraste del interior era mentira?

Espera, ¿siquiera estabas enamorada de mí tanto como yo de ti?

No recuerdo que me hayas dicho las palabras, pero yo a ti sí. Muchas veces.

—Hay solo un guapo aquí —digo.

El gato mueve los bigotes como si quisiera estornudar o no estuviera convencido de mis palabras.

—Sí, hablo de ti —confirmo.

Apago la luz del baño y no me levanto de la cama hasta el día siguiente.

Gato sin coloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora