6. Muy Sam

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—¿Eres tú el secuestrador de gatos?

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—¿Eres tú el secuestrador de gatos?

Ya hice girar la llave, pero no empujo la puerta del departamento para entrar. Echo una mirada sobre mi hombro y encuentro a una chica de expresión extraña. Parece estar al borde de las lágrimas pero también a medio segundo de lanzarme un puñetazo.

—No secuestro gatos, lo siento —digo extrañado, pero al instante me retracto—: Es decir, no lo siento por no secuestrar gatos. Obviamente estoy contra el secuestro de cualquier animal.

—También contra el de personas, ¿verdad?

La miro alarmado con la bolsa de la compra todavía colgando de mi muñeca. Ya me está cortando la circulación.

—Sí, claro, ¿qué clase de pregun...?

Antes de que pueda terminar, se acerca a toda velocidad y empuja la puerta. Irrumpe en mi sala girando la cabeza hacia cada rincón, hasta que sus ojos caen en el animal.

—¿Por qué tenías de rehén a mi gato sin colores?

Parpadeo aturdido. Para ser una persona muy normal en el exterior, todo lo que dice suena extraño. Una persona corriente preguntaría: ¿Acaso tú eres el chico que acogió a mi mascota? He venido a recogerla, muchas gracias por cuidarla.

Cierro la puerta todavía procesando las palabras, y porque los lácteos del mercado están por perder la cadena de frío. Debo acomodarlos en la nevera cuanto antes.

—Dijiste que no secuestrabas personas...

Miro otra vez a la desconocida. Tiene al felino apretado contra el pecho y me está apuntando con el índice. No me queda duda que le pertenece por la reacción tan mimosa de la bola de pelos. Me apresuro a abrir la puerta para que sepa que puede marcharte cuando antes y que no la estoy reteniendo para quitárselo o por una recompensa.

—Lo siento... —Me rasco la nuca y camino despacio hasta la cocina—. Por cierto, me llamo Axel, no secuestrador de gatos. Cuidé a tu mascota desde que la encontré perdida hace dos semanas. Lo publiqué en redes sociales, ¿por qué no me enviaste un mensaje antes de venir?

Ella acaricia el lomo del animal y le besa la cabeza, lo que me resulta desagradable.

Nunca le daría un beso a un gato.

—Porque no me enteré por las redes. Te vi afuera del mercado. Tu suéter está lleno de pelos.

Bajo la mirada a mi torso, confirmando lo que dice. Me lo quito y lo arrojo al sofá antes de abrir la bolsa y empezar a acomodar todo en el refrigerador, sin dejar de echarle miradas desconfiadas a la chica.

—Podría haber sido pelo de cualquier otra mascota —objeto.

Como si no me hubiera casi acusado de secuestrar personas, ahora está muy cómoda. Se balancea con el gato en brazos y sus ojos vagan curiosos por la caja de zapatos en la que vivo, hasta caer en la máquina de escribir.

—No era de cualquiera. Lo sentía en las entrañas.

Me echo a reír porque es ridículo. Al instante espero que me devuelva una mirada ofendida, pero en su lugar sonríe.

—Soy Sam —se presenta.

Genial.

Me deprimo al instante porque se llama como mi ex.

Gato sin coloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora