—¿Cómo haces para siempre caer de pie sin importar qué o quién te golpee?
Vuelvo a empujar al gato hacia el borde de la cama. Como las quince veces anteriores, cae con gracia y luego se sube con un salto.
No sé por qué no se aleja de mí si lo estoy fastidiando tanto. Tal vez le gusta probar que él tiene control sobre su cuerpo, temperamento y pensamientos, mientras yo no. Se debe estar burlando de mí, es eso.
Con dificultad y entre quejidos por el peso, traigo la máquina de escribir y esta se hunde en el colchón.
Creo que todos somos inestables en mayor o menor medida. Tú también lo eras, porque —al menos hasta donde sé—, eras humana.
Sin embargo, reconozco que siempre tuve menos equilibro que tú. Ante un comentario malintencionado o algo que no salía como quería, me frustraba y daba el día por perdido, deprimiéndome. Tú decías que no era para tanto, y cuando pasaba algo bueno o encontraba una solución y volvía a estar bien, me mirabas como si estuviera loco por pasar de un estado a otro.
Tal vez mi montaña rusa emocional te estresaba. Puede que no te gustara que me afectaran de igual manera las cosas pequeñas tanto como las grandes. Ya que sabías que no podías cambiarme, me dejaste en el parque de diversiones solo y fuiste a un museo.
Porque los museos son para gente madura, ¿no? ¿Encontraste allí a alguien como una estatua, así de estable?
El felino camina sobre la máquina, presionando teclas al azar. Cuando lo aparto de un empujón suave pero irritado, leo:
L o h - e n k O M t r 0 o ! 1
—Tal vez ella no era tan humana y tú no eres tan gato —le digo a mi adoptado.
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Gato sin colores
Short StoryAxel no entiende por qué su novia lo dejó, así que escribe todos sus defectos. No sabe si incluir al gato o no.