VI.- UNIÓN DE MAR Y RÍO

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Dos fuerzas iguales en su forma, pero distintas en su naturaleza interior chocan, se funden, se entrelazan, y se hacen una. Nacido al norte de un cerro, el río que atraviesa esa ciudad recorre una distancia de unos 75 Km, aproximadamente, cual Mercurio, llevando todos los pecados de su pueblo desde tiempos en donde la razón y el recuerdo no quieren llegar. Lo que las personas que lo ven todos los días no saben, es que él a diferencia de ellas que se piensan ya lejanas el dominio de terceros, todavía carga con el yugo simbólico de su rebautizo. Así es como sus corrientes han subido y bajado, ha pasado de verdes riveras a micro desiertos de pena y silencio, sus aguas que en otrora eran cristal y luz, hoy se han vuelto opacas y cancerígenas, como propio resultado de cargar con todos los secretos que han sido lanzados hacia él. Al final de su camino, llega impasible a su último puerto. En esa ciudad, así como está presente la fuerza del río, también está presente la fuerza del mar. Hay quienes piensan que por eso la ciudad ha sido bendita. Por otro lado, siguiendo este mismo concepto y haciendo gala de su desleal superioridad, sus expositores mundiales tomaron esta característica para distinguirla de los demás territorios constituidos que todavía no existían, pero que habrían de tomar. El mar, pantalla y espejo verde-azul del cielo, es donde termina la epopeya fluvial diametralmente opuesta. Estas aguas forman parte del golfo en cuyo nombre se intenta devolver un poco del honor y la gloria de sus pobladores nativos, claro, que eso es material que sus habitantes aún no asimilan. Alimentado por las corrientes del Caribe, representa una insignia que sustenta la definición natural de aquella zona. Aunque en la actualidad las personas han tomado parte de su territorio y, peligrosamente, se acercan cada vez más, él permanece estoico y ecuánime, cual vigilante centinela de la ciudad. Eso, hasta que decida tomar parte de la oposición y dicte sentencia a la gente que se empeña en herir y mutilar a discreción, otra vez.


Siempre he pensado que la unión del mar y el río es casi poética. Como dos amantes que en su tiempo no les permitieron gozar su amor y que hoy por hoy se han hecho distintos para rebasar las fronteras de la forma y de la muerte que nos encapsulan de una manera bestial e implacable, y que ahora yacen fusionados en una delgada línea fronteriza que divide lo dulce y lo salado. Como el encuentro que tuvimos ese día en casa de Ilda con los otros niños que hacían vida es ese lugar, el nuestro, fue como la colisión del mar y el río. Inexorable, natural. Casi poético. Cuando íbamos de camino a su casa, Ilda, nos preguntó nuestros nombres, uno por uno se lo dijimos y ella no paraba de sonreír. Cuando nos presentó a los demás mantenía esa sonrisa socarrona y casi lúdica, como la abuela que pone un billete en la mano de su nieto sin que la madre se percate.


–Ellos son mis nietos: Caleb, Lía, Maia y Bianca –los mencionó en el orden en que habían llegado a la pequeña estancia –Chicos, denle la bienvenida a nuestros invitados.


Caleb era un chico de piel clara y cabello negro que se alzaba hacia arriba en una pequeña onda Sus ojos también eran oscuros, algo vagos. Mantenía una postura ligeramente encorvada hacia adelante y aunque su cuerpo era delgado, se notaba una ligera definición de su sistema musculatorio bajo su ropa. Él era a quien parecía que peor le iba la idea de tener invitados sorpresa. Lía, a su lado, parecía una ola en la playa. Su mirada era impetuosa y enérgica, su piel color canela y su cabello castaño que caía como una red en su espalda, completaba la visión. Por otra parte, Maia, era como una suave brisa. Su cabello oscuro caía lacio, sus ojos enigmáticos y seguros fomentaban la imagen de una dama inglesa de principios de siglo XX. Bianca, sin embargo, parecía ser la más aterrizada, era la más pequeña en tamaño, pero se veía como la más ruda entre todos. Su cabello también era oscuro y lacio, su mirada mostraba un explosivo temperamento, pero al mismo tiempo, poca autovaloración. Muy por el contrario de Caleb.

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