Tac tac tac contra la piedra

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Hernán estaba apedreando una hormiga contra una roca. Tac. Tac. Tac. Le pregunté qué hacía. No me miró. Me alzaba a su espalda dándole sombra y no me dijo nada. Estaba trastornado, luego terminó y se levantó, se quedó parado frente a mí, él más alto que yo por unos cuantos centímetros.

—¿Qué hacías?

No me contestó. Me empujó con el hombro al pasar. Yo me quedé mirando a la hormiga destrozada contra el pavimento. Pensé que Hernán se había vuelto un tarado, que tanto juego de play station lo había pirado mal. Lo oí gritar desde la casa.

—Por las remilputas que te parió.

Me acuclillé y me quedé mirando la hormiga. La cabeza estaba separada del cuerpo. Y las patitas no sé dónde rechucha. Me las quedé buscando un buen rato y luego fui a casa a buscar una lupa. Entré despacio y me escabullí hacia la habitación de los dos, Hernán estaría ayudando a papá a hacer el almuerzo, no le vi ni un pelo y tan rápido como entré, salí y fui a acuclillarme otra vez frente a la hormiga mutilada. La lupa tenía harto aumento. No vi sangre, ni tripas. Ni nada por ese estilo, así que eso no podría haber motivado a Hernán. Me la quedé viendo un buen rato, moviéndome en distintos ángulos con la lupa. Un rato después sentí unos pasos por el pasto venir hacia mí. No alcé la vista y concentré toda mi atención en la lupa aunque ya no había nada que no hubiese visto antes.

—¿Qué haces, chato?

Se acuclilló al lado mío y me quitó la lupa, se la quedó viendo.

—Vamos a almorzar.

—¿Por qué mataste a la hormiga?

Hernán miró la piedra donde se encontraban los restos diseminados.

—Era un insecto.

—Tenía esposa y padres, hijos.

—Parece que no entiendes bien el concepto de insecto, chato. No me huevees.

—Ahora nunca volverá a casa.

—Mira —dijo—. Hubo una vez que atrapé una mariposa y la dejé ir, con eso debería ser suficiente.

Hernán no entendía nada. Todavía eran niños entonces por qué su hermano tenía que ser cruel.

—No llores, pendejo.

—A mamá no le daban igual los insectos.

—Es ridículo.

—No le daban igual.

—Arañas que te pueden picar y matar, chinches, grillos que molestan toda la noche, cucarachas asquerosas. No le daban igual, le importaban demasiado, demasiado los putos insectos. Y ahora yo tengo que explicarte estas mierdas que no tienen ni un sentido. Los insectos son insectos y por eso no importan. Podrías avanzar un paso y matar a cientos de esas hormigas. No hay suficiente cuidado que lo valgan.

—Pero tú lo hiciste adrede.

Hernán se levantó

—No seas ridículo. No me importa una puta hormiga, ¿ahora debería tener recargo de consciencia por aplastarla con una roca? La tenía en la mano y la puse en la roca y se quedó ahí atontada. ¿Has visto que las hormigas se queden paradas como si nada? Parecen que pasan la vida caminando o trotando o la hueá que hagan, pero esta estaba cansada y le di el alivio que quería.

—Podría haber estado perdida

—No, no lo estaba

—Eso tú no lo sabes

—No, pero no lo estaba. Esto es ridículo, vamos a almorzar.

Hernán tiró la lupa al pasto y se fue. Me quedé ahí, sorbiéndome los mocos e infinitamente triste, quizá ni siquiera importaba, pero sentía la pena en la pera tiritona y los ojos y en todas partes, el sol me daba en la cara y no penetraba, estaba afuera, la caricia lenta y tierna. Me soné en la camiseta, me levanté y avancé con cuidado a través del pasto. 

The way the dead loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora