. Prólogo.

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Dicen que cuando estás en el momento de tu muerte ves pasar toda tu vida ante tus ojos. El de lentes siempre creyó que ese momento sería como un flash, un rápido recordatorio de los momentos más importantes de su vida, pero no fue así. Cuando estuvo cayendo por ese edificio no vio nada de eso en sus últimos tres segundos de vida, ni siquiera en ese microsegundo en que su cabeza chocó contra el frío pavimento de la calle, dejando escuchar un ruido sordo y, después, silencio.

Mangel vio negro por unos segundos, teniendo como última imagen esas personas riéndose en lo alto de aquel edificio por donde fue empujado. Pensó que en el momento de su muerte estaría asustado, sintiendo desesperación por aferrarse a la vida y no irse al otro mundo, pero no sintió nada de eso, más bien sintió... vacío, como si no le importase morir.

Desde que era pequeño se vio obligado a vivir así, expuesto a peligros diarios por simplemente sobrevivir. A lo largo de los años aprendió a sobrellevarlos, a hacerlos casi de forma instantánea y repetitiva, aunque nunca le gustó esa vida. Sus manos estaban manchadas de sangre desde que era tan solo un niño, convirtiéndose en un asesino para protegerse a sí mismo, como por ejemplo de aquel hombre que intentó llevarse su flor.

No le gustaba en lo que se convirtió, como una máquina fría cuando estaba con alguien pero en el fondo siendo todo un sentimental. Tal vez no sintió miedo de su muerte porque en el fondo sabía que se lo merecía.

-Hey, chico, despierta- Mangel parpadeó varias veces al escuchar una voz llamarle, viendo una brillante luz blanca. ¿Había sobrevivido a la caída? Era imposible, recordaba que era un edificio de unos 5 pisos de altura, básicamente su muerte estaba escrita-. Vaya, veo que por fin despiertas.

Intentó levantarse, pero no pudo. Sintió miedo al ver que estaba de pie, como si flotara en una especie de limbo. Miró asustado a su alrededor, todo era blanco con algunas manchas beige, como si fueran nubes.

-¿Qué mierda?- se ajustó las gafas, palpando su cabeza en busca de la posible grieta de su caída, restos de sangre o algo, pero ahí estaba su cabeza perfectamente bien, su bandana atada a su frente con un sólido nudo y totalmente seco.

-Esa boca, muchacho- Mangel dio un salto del susto al escuchar una voz a su izquierda, viendo ahí de pie a un hombre de barba blanca y larga, calvo y vestido con una túnica azul-. No es de buena educación.

-¿Quién eres?- el menor se puso en pose de defensa, mirando atentamente al contrario, el cuál empezó a reír levemente, extrañándolo.

-Lo siento, yo hablando de educación sin haberme presentado. Mi nombre es Merlon, Migue-

-Mangel- corrigió el de lentes, haciendo una expresión seria-. Es Mangel. ¿Cómo sabes mi antiguo nombre? ¿Dónde estoy?

-Tranquilo, te lo explicaré todo.

El mayor empezó a caminar, siendo seguido por el menor. ¿Cómo demonios estaba andando si literalmente no había suelo? Era raro, sentía en sus pies algo sólido, pero no había nada.

-Mangel, te he estado observando desde que eras tan solo un niño. Tu vida está manchada de malas acciones, decisiones que te viste obligado a tomar para alargar tu vida y pensamientos que te fueron manchando poco a poco. Tu vida fue mala, por lo que deberías estar ahora mismo en el infierno.

-¿Infierno?- sintió sus labios secarse, lamiendo un poco estos para no dejar notar su nerviosismo- ¿Te refieres al infierno del que hablan las religiones, donde vive el demonio y esas cosas?

Tragó en seco al verle asentir.

-Tus manos han arrebatado decenas de vidas, tus acciones han sido horribles y hasta egoístas, tienes las papeletas necesarias para ir de cabeza. Sin embargo, estás aquí, la línea que divide ambos extremos. A pesar de tus acciones, tu alma no está manchada por la crueldad humana, noto que eres una persona decente y humilde. Por eso, voy a darte una oportunidad.

Karmaland // 7 sinsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora