Por Don ANTONIO DE TRUEBA
En un pueblo de Castilla llamado Animalejos, erigieron los labradores una ermita a San Isidro, a poco tiempo de ser canonizado el santo labrador matritense, y aquel santuario fue adquiriendo gran fama en toda la comarca, por s los favores que otorgaba el Santo a los que los pedían con verdadera fe.
Andando el tiempo, la ermita se arruinó, y en tal estado se hallaba hacia mediados del siglo presente.
Los vecinos de Animalejos, poco peritos en efemérides histórico —religiosas, decían que la ermita se arruinó en el primer tercio del siglo xvi, con motivo de la guerra de las Comunidades, que tantos desastres causó en Castilla la Vieja, y aun en Castilla la Nueva; pero los vecinos de los pueblos cercanos les daban matraca llamándoles, no se sabe por qué, « los que arcabucearon al Santo »; insulto que sacaba de sus casillas a los animalejeños y daba ocasión a tremendas palizas.
Es verdad que hacía siglos no quedaba de la ermita más que un montoncillo de ruinas; pero se conservaba por tradición, así en Animalejos como en los pueblos in mediatos, la devoción al santo patrono de los labradores.
Dícese que cuando el río suena, agua lleva; pero aquella devoción de los animalejeños a San Isidro bas taba para desmentir, si no bastara su propia y sacrílega enormidad, la acusación de haber arcabuceado a San Isidro los animalejeños.
Había en Animalejos un sujeto, llamado por mal nombre el tío Tragasantos, y digo que era llamado así por mal nombre, porque se lo llamaban por la única razón de que buscaba en Dios y en sus elegidos el consuelo de sus tribulaciones y las ajenas.
Las ruinas de la ermita de San Isidro estaban en las id afueras de Animalejos, en un cerrillo que dominaba toda la vega. No pasaba una sola vez por allí el piadoso Traga santos sin arrodillarse sobre ellas y llorar la destrucción del templo.
El día de San Isidro el tío Tragasantos cubría de flores aquellas sagradas ruinas; colocaba sobre ellas una mesita cubierta con un blanco mantel; en este sencillo e improvisado altar ponía, entre dos velas, una tosca imagen de San Isidro hecha de barro, circunstancia que para él constituía su mayor mérito, pues se la habían llevado de Madrid, y suponía que aquel barro procedía de la tierra regada con el sudor del santo labrador, y pasaba casi todo el día rezando entre aquellas ruinas.
El sueño dorado de toda la vida de Tragasantos había sido ir a Madrid, gustar en su propio manantial el agua ¿ brotada milagrosamente al golpe del regatón de Isidro, y orar en el templo erigido al Santo en los campos que éste regó con el sudor de su frente.
Era ya viejo, y temeroso de dejar este mundo sin realizar aquel piadoso sueño, determinó al fin emprender su peregrinación a Madrid, y así lo hizo, llegando a las orillas del Manzanares víspera de la fiesta del glorioso San Isidro. La emoción que sintió al divisar material mente los campos donde se realizó el poema, a la par sencillo, maravilloso y santo, de la vida de Isidro y su santa compañera María de la Cabeza, es para pensada, y no para referida.
—¡Señor —decía para sí—, qué felices son los madrileños, que tienen la gloria de poder llamar compatriota suyo al bendito Isidro, y poco menos a la bendita María de la Cabeza! ¡Qué dicha la suya, pues pueden desde su propio hogar contemplar todos los días los campos donde vivieron en carne mortal los santos labradores! ¡Y con qué santo regocijo y piadoso recogimiento de espíritu discurrirán por aquellos campos, pondrán su planta donde Isidro y María pusieron la suya, y se inclinarán a cada paso a besar aquella tierra, que Isidro regó con su sudor y los ángeles santificaron con su presencia, bajando a ella para regir el arado del bendito labrador!
Pensando así, el tío Tragasantos esperó el alba del siguiente día, y así que el alba despunto, se encaminó a los collados de San Isidro.
Antes de pasar el Manzanares, oyó hacia aquellos colla dos y la pradera interpuesta entre el río y ellos, confuso, interminable y atronador murmullo de la muchedumbre, y dijo, lleno de piadosa emoción:
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EL CRIMEN DE LA CALLE DE LA PERSEGUIDA Y OTROS CUENTOS.
Short StoryHistorias y cuentos escritos por escritores de habla española en el siglo xix o principios del XX. EL CRIMEN DE LA CALLE DE LA PERSEGUIDA de Armando Palacio Valdés. EL SENCILLO DON RAFAEL, CAZADOR Y TRESILLISTA por Miguel de Unamuno