RICARDO PALMA [1].
Laura Venegas era bella como un sueño de amor en la primavera. Tenía por padre a D. Egas de Venegas, garnacha de la Real Audiencia de Lima, viejo más seco que un arenal, hinchado de prosopopeya, y que nunca volvió atrás de lo que una vez pensara. Pertenecía a la secta de los infalibles que, de paso sea dicho, son los más propensos a engañarse.
Con padre tal, Laura no podía ser dichosa. La pobre niña amaba locamente a un joven médico español llamado D. Enrique de Padilla, el cual, desesperado de no alcanzar el consentimiento del viejo, había puesto mar de por medio y marchado a Chile. La resistencia del golilla, hombre de voluntad de hierro, nacía de su decisión por unir los veinte abriles de Laura con los cincuenta octubres de un compañero de oficio. En vano Laura, agotando el raudal de sus lágrimas, decía a su padre que ella no amaba al que la deparaba por esposo. —¡Melindres de muchacha! —la contestaba el flemático padre. —El amor se cría.
i El amor se cría! Palabras que envenenaron muchas almas, dando vida más tarde al remordimiento. La virgen, fiada en ellas, se dejaba conducir al altar, y nunca sentía brotar en su espíritu el amor prometido.
i El amor se cría! Frase inmoral que servía de sinapismo para debilitar los latidos del corazón de la mujer, frase típica que pinta por completo el despotismo en la familia.
En aquellos siglos había dos expedientes soberanos para hacer entrar en vereda a las hijas y a las esclavas.
¿Era una esclava ligera de cascos o se espontaneaba sobre algún chichisbeo de su ama? Pues la panadería de D. Jaime, o de cualquier otro desalmado, no estaba lejos, y la infeliz criada pasaba allí semanas o meses sufriendo azotaina diaria, cuaresmal ayuno, trabajo crecido, y todos los rigores del más bárbaro tratamiento. Y cuenta que esos siglos no fueron de librepensadores como el actual, sino siglos cristianos, de evangélico ascetismo y suntuosas procesiones; siglos, en fin, de fundaciones monásticas, de santos, y de milagros.
Para las hijas desobedientes al paternal precepto se abrían las puertas de un monasterio. Como se ve, el expediente era casi tan blando como el de la panadería.
Laura, obstinada en no arrojar de su alma el recuerdo de Enrique, prefirió tomar el velo de novicia en el convento de Santa Clara; y un año después pronunció los solemnes votos, ceremonia que solemnizaron con su presencia los cabildantes y oidores, presididos por el virrey, recién llegado entonces a Lima.
Transcurrieron dos años, y sor Laura llevaba con resignación la clausura.. Una tarde hallábase nuestra monja acompañando en la portería a una anciana religiosa, que ejercía las funciones de tornera, cuando se presentó el nuevo médico nombrado para asistir a las enfermas del monasterio.
Por entonces, cada convento tenía un crecido número de moradoras entre religiosas, educandas, y sirvientas; y el de Santa Clara era el más poblado de Lima.
Fundado este monasterio por Santo Toribio,[4] se inauguró el 4 de enero de 1606; y a los ocho años de su fundación – dice un cronista —contaba con ciento cincuenta monjas de velo negro y treinta y cinco de velo blanco, número que fue, a la vez que las rentas, aumentándose hasta el de cuatrocientas de ambas clases
Las dos monjas, al anuncio del médico, se cubrieron el rostro con el velo; la portera le dio entrada, y la más anciana, haciendo oír el metálico sonido de una campanilla de plata, precedía en el claustro al representante de Hipócrates.
Llegaron a la celda de la enferma, y allí sor Laura, no pudiendo sofocar por más tiempo sus emociones, cayó sin sentido. Desde el primer momento había reconocido en el nuevo médico a su Enrique. Una fiebre nerviosa se apoderó 2 de ella, poniendo en peligro su vida y haciendo precisa la frecuente presencia del médico.
Una noche después de las doce, dos hombres escalaron cautelosamente una tapia del convento, conduciendo un pesado bulto.
Poco después ayudaron a descender a una mujer.
El bulto era un cadáver robado del hospital de Santa Ana. Media hora más tarde, las campanas del monasterio se echaron a vuelo anunciando incendio en el claustro. La celda de sor Laura fue presa de las llamas.
Dominado el incendio, se encontró en la cama un cadáver completamente carbonizado.Al siguiente día, y después del ceremonial religioso, se sepultó en el panteón del monasterio a la que fue en el siglo Laura Venegas. ¿Y?... ¿y?...
Pocos meses después Enrique, acompañado de una bellísima joven, a la que llamaba su esposa, fijó su residencia en una ciudad de Chile.
¿Ahogaron sus remordimientos? ¿Fueron felices? Puntos son éstos que no incumbe al cronista averiguar.
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[1] Literato peruano que murió en 1919. Nació en 1833. Debe su reputación como escritor a sus Tradiciones Peruanas, que son trozos de la historia del Perú en forma de cuentecillos. Muerta en Vida es una de las Tradiciones.
[2] Lima es la capital del Perú. Tiene una población de unos 200, 000 habitantes. El Perú, república en la costa oeste de la América del Sur, tiene una superficie de unas 700, 000 millas cuadradas, con unos 4, 00, 000 habitantes. A principios del siglo XVIII, época de este cuento, era Lima la capital del virreinato del Perú, colonia de España.
[3] República sudamericana al sur del Perú. Tiene una superficie de unas 300, 000 millas cuadradas, con unos 3, 00, 000 habitantes. Santiago, capital de Chile, tiene unos 00, 000 habitantes. En la época de nuestro cuento era Chile, así como el Perú, una colonia española,
[4] Santo Toribio fue arzobispo de Lima a fines del siglo XVI.
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EL CRIMEN DE LA CALLE DE LA PERSEGUIDA Y OTROS CUENTOS.
Historia CortaHistorias y cuentos escritos por escritores de habla española en el siglo xix o principios del XX. EL CRIMEN DE LA CALLE DE LA PERSEGUIDA de Armando Palacio Valdés. EL SENCILLO DON RAFAEL, CAZADOR Y TRESILLISTA por Miguel de Unamuno