El Sencillo Don Rafael

40 1 1
                                    

Sentía resbalar las horas, hueras, aéreas, deslizándose sobre el recuerdo muerto de aquel amor de antaño. Muy lejos, detrás de él, dos ojos ya sin brillo entre nieblas. Y un eco vago, como el del mar que se rompe tras la montaña, de palabras olvidadas. Y allá, por debajo del corazón, susurro de aguas soterrañas. Una vida vacía, y él sólo,enteramente sólo. Sólo con su vida.Tenía para justificarla nada más que la caza y el tresillo. 

Y no por eso vivía triste, pues su sencillez heroica no se compadecía con la tristeza. Cuando algún compañero de juego, despreciando un solo, iba a buscar una sola carta para dar bola, solía repetir Don Rafael que hay cosas que no se debe ir a buscar: vienen ellas solas. Era providencialista; es decir, creía en el todo poderío del azar. Tal vez por creer en algo y no tener la mente vacía.

--¿Y por qué no se casa usted?--le preguntó alguna vez con la boca chica su ama de llaves.

--¿Y por qué me he de casar?--Acaso no vaya usted descaminado.

--Hay cosas, señora Rogelia, que no se debe ir a buscar: vienen ellas solas.

--¡Y cuando menos se piensa!

--¡Así se dan las bolas! Pero, mire, hay una razón que me hace pensar en ello...

--¿Cuál?--La de poder morir tranquilo ab intestato.

--¡Vaya una razón! --exclamó el ama, alarmada.

--Para mí la única valedera--respondió el hombre, que presentía no valen las razones, sino el valor que se las da.

Y una mañana de primavera, al salir con achaque de la caza, a ver nacer

el sol, un envoltorio en la puerta de su casa. Encorvóse a mejor percatarse, y de dentro, un ligerísimo susurro como de cosas olvidadas. El rollo se removía. Lo levantó; estaba tibio; lo abrió: era una criatura de horas. Quedóse mirando, y su corazón parecía sentir, no ya el susurro, sino el frescor de sus aguas soterrañas. ¡Vaya una caza queme ha deparado el destino!, pensó.

Volvióse con el envoltorio en brazos, la escopeta a la bandolera, subiendo las escaleras de puntillas para no despertar a aquello, y llamó quedamente varias veces.

--Aquí traigo esto--le dijo al ama de llaves.

--Y eso, ¿qué es?

--Parece un niño.

--¿Parece sólo?

--Lo dejaron a la puerta de la calle.

--¿Y qué hacemos con ello?

--Pues... ¿qué vamos a hacer? Bien claro está, ¡criarlo!

--¿Quién?

--Los dos.

--¿Yo? ¡Yo, no!

--Buscaremos ama.

--¡Pero está usted en su juicio, señorito! ¡Lo que hay que hacer es dar parte al juez, y en cuanto a eso, al Hospicio con ello!

--¡Pobrecillo! ¡Eso sí que no!

--En fin, usted manda.

Una madre vecina le prestó caritativamente las primeras leches, y pronto el médico de Don Rafael encontró una buena nodriza: una chica soltera que acababa de dar a luz un niño muerto.

--Como nodriza, excelente --le dijo el médico--, y como persona, ya ves, un desliz así puede ocurrirle a cualquiera.

--A mí no --contestó con su sencillez característica Don Rafael.

--Lo mejor sería --dijo el ama de llaves-- que se lo llevase a su casa a criarlo.

--No --replicó Don Rafael--, eso tiene graves peligros; no me fío de la madre de la chica. Aquí, aquí, bajo mi vigilancia. Y no hay que darle disgustos a la chica, señora Rogelia, que de ello depende la salud del niño. No quiero que por una sofoquina de Emilia pase el angelito un dolor de tripas.

EL CRIMEN DE LA CALLE DE LA PERSEGUIDA Y OTROS CUENTOS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora