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Mientras sobrevolaban el sur de Francia el cielo se despejó del todo.

La línea de la costa era sobre acogedora; un caleidoscopio de múltiples colores y formas. Niall observaba las montañas cubiertas de nieve, maravillado.

El contrato era claro y conciso.

Los términos del acuerdo eran más que razonables y comprensibles, incluso para alguien como él; un millón de dólares irlandeses a cambio de acompañarle durante un mes, con todos los gastos cubiertos y con un billete de vuelta a casa en primera clase. Todo parecía muy sencillo, a no ser porque Niall sabía muy bien con qué clase de hombre estaba tratando.

En teoría, no habría nada de sexo. Sin embargo, sólo tenía que mirarlo a los ojos para sentir un extraño cosquilleo. Entonces lo mejor era no mirarlo en absoluto.

Reclinó el asiento, se quitó los zapatos y subió las piernas. Cuando llegaran a Grecia estaría unas horas más cerca de su hogar, más cerca de Mullingar. Sonrió al pensar en su madre, en su abuela, en sus traviesos hermanastros, que probablemente no se habrían dado cuenta todavía de que se había marchado. Les mandaría una postal tan pronto como pudiera. Tenía que hacerles saber que ya estaba más cerca de casa.

Tiempo más tarde se despertó con un sobresalto. El asiento estaba totalmente reclinado y estaba cubierto con una manta.

—Ya te has despertado —dijo Zayn, dejando a un lado la laptop—. Pronto vamos a aterrizar.

Niall se llevó una mano a la cabeza y después a los ojos. Probablemente habría arruinado sin remedio todo el trabajo del peluquero y estilista.

Miró por la ventana, pero todo estaba oscuro, exceptuando unas luces que se divisaban a lo lejos.

—Me he quedado dormido.

—Estás bien —dijo él de repente.

Niall parpadeó y se volvió hacia él, sin saber si había oído bien. Él estaba guardando el maletín, mirando hacia otra parte.

—Si es eso lo que te preocupa —añadió y entonces lo miró—. De hecho, estás radiante. Creo que no te lo había dicho.

En realidad, nadie se lo había dicho jamás en toda su vida, y mucho menos un hombre cuya barba de medio día no hacía más que aumentar irremediablemente su atractivo irresistible. Se había remangado la camisa y desabrochado los botones del cuello.

—Oh, gracias —le dijo Niall, atarantado.

Hubiera querido pensar que el mareo que sentía era culpa de las maniobras de aterrizaje, pero no podía mentirse a sí mismo.

Zayn volvía a tener otra vez la mirada hambrienta que había visto unas horas antes; suficiente para soltar un enjambre de mariposas dentro de su estómago.

Lover for Money | ZiallDonde viven las historias. Descúbrelo ahora