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Iba corriendo por aquel camino oculto en el bosque hasta la casa de Rubius, no podía soportar ya no tenerlo cerca.

Incluso con el diluvio que estaba cayendo, él tenía una sonrisa muy linda adornando su rostro, pues al fin había regresado de su entrenamiento lejos de Karmaland después de dos semanas. Apenas llegó, tocó el timbre de forma muy insistente, le quería dar una sorpresa al chico, quien creía que regresaba la semana siguiente.

–¡Ya voy, pesao'!– Su mueca de cansancio y enojo se iluminó de la nada dejando ver esos colmillos que traían al otro loco –¡Mangel! ¿Qué haces aquí? Merlon te va matar si te ve acá– tomó de la mano a su novio y de un tirón lo dejó entrar a su casa para que ya no estuviera bajo aquella tormenta terrible.

–¿A quién le importa ese viejo verde? Déjame verte, que te extrañé, hombre– no se resistió más y terminó besando esa sonrisa del castaño que no había quitado desde que lo vio.

Ese día había sido una mierda para él en casi todos los sentidos, nada le estaba saliendo y algún idiota le había puesto unas minas a la puerta de su casa (el idiota en cuestión siendo Auron). Ver al chico de lentes mejoró su humor unas mil veces, pues de verdad lo amaba y había extrañado con locura.

El beso continuó hasta que ambos se quedaron sin aire, viéndose obligados a separarse por unos segundos. Los ojos del Mangel se pasearon por todo el rostro de Rubius, haciéndolo darse cuenta de una cicatriz nueva que abarcaba una parte de la mejilla del híbrido.

–¿Fuiste a una misión de la hermandad de nuevo?– Rubius quitó la sonrisa que tenía y la cambió por una mueca poco descifrable, esa mueca que hacemos cuando queremos evitar un tema porque nos incomoda o nos hace sentir mal, que nos recuerda cosas de las que nos arrepentimos y deseamos borrar de nuestra mente de alguna manera.

–Mañana tengo que ir con ellos de nuevo. Quieren volar la puerta de Vegetta, aprovechando que va a estar en el pueblo– Se abrazó a sí mismo, queriendo darse cierta seguridad, pero cada vez que salía con ese par, tenía miedo de ser atrapado y arrestado o peor, no volver con vida.

Maldijo el día en el que descubrió la hermandad, aunque fuera por accidente, pues su silencio tenía un precio demasiado caro.

–Ya te he dicho que me dejes encargarme de ellos, no deberías estar siguiendo órdenes de nadie– Rubius sonrió de la manera más triste que alguna vez lo habían visto, pues ¿cómo le dices a la persona que amas, que su vida corre riesgo si no obedeces?

Tampoco podía decirle quiénes eran los miembros de aquella hermandad, ya había sido una imprudencia muy grande de su parte decirle que pertenecía a ésta.

–Te amo, pero, no puedo. Lo siento...– unas lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. No se había percatado de ellas hasta que el índigo empezó a pasar su pulgar por su cara.

–Hey, está bien. Solo prométeme que tendrás cuidado ¿sí?– El chico asintió con un poco de pena en su corazón. Mangel deseaba haber sabido que ese día iba a ser el último de su relación como la conocía.

Sacudió la cabeza; no sabía por qué de repente, vino a su mente ese recuerdo tan triste, pues aún le dolía mucho pensar cómo perdió su mundo en una noche.

Volvió a la realidad, donde estaba acostado en su cama con cierto pelirrojo abrazado a su cintura, al verlo parecía que sonreía en sueños, pero eso pudo ser un mero error. Pasó su mano por la cabellera del chico y empezó a jugar con los mechones que caían por su espalda, cuidando de no despertarlo.

Era cierto que extrañaba mucho a Rubius, y perderlo fue algo que tal vez nunca iba a superar, tal vez nunca iba a amar como lo amó a él. Pero, estar con Lolito se sentía tan bien, podían hablar por horas y el naranja parecía seguir fascinado con lo que su novio decía, lo apoyaba en todo y sentía que se moría por la manera tan extrema en la que adoraba a Mangel.

Tal vez, también era hora de seguir adelante.

[ℍ𝕠𝕥 𝕟 ℂ𝕠𝕝𝕕] ℝ𝕦𝕓𝕖𝕘𝕖𝕥𝕥𝕒 𝔸𝕌Donde viven las historias. Descúbrelo ahora