CAPÍTULO 3

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Las paredes blancas de la habitación iban dejando paso a un tono anaranjado coloreado por los rayos del sol que se colaban a través de la ventana, indicando que era su hora de esconderse detrás de los altos edificios de la sección de agua, dando casi por terminado el día.

Era un viernes como cualquier otro, cosa que no molestaba a Khai. Este se encontraba sentado en su escritorio frente a la ventana, aprovechando los últimos minutos de luz natural para acabar el dibujo en el que había estado trabajando toda la tarde. Dibujar era una actividad que había hecho desde pequeño junto a escribir. Recordaba con ternura cuando en su infancia le mandaba cartas a su madre junto a un pequeño garabato que podía haber tardado en hacer o un minuto o media hora.

Acurrucado a su derecha encima del escritorio podía notar la presencia de su gato llamado Nube, quien parecía que miraba atentamente cada uno de los trazos que su amo hacía sobre la hoja de papel de su cuaderno de dibujo. Esta situación transmitía a Khai una gran tranquilidad que pocas veces podía sentir, alejándose del resto del mundo a la vez que se centraba en la música que se ponía de fondo y en los ronroneos que su pequeño amigo emitía de vez en cuando.

Entonces, escuchó un sonido que le hizo salir de la realidad en la que se había sumergido y ver cómo su gato levantaba rápidamente las orejas también sorprendido por aquel intruso que parecía haberse introducido con la finalidad de asustarlos a ambos. De pronto, volvieron a escuchar el sonido repetidamente. La mascota se levantó y dirigió su cabeza en dirección a la ventana despidiendo un suave maullido, haciendo que Khai mirase a través de ella, teniendo que taparse los ojos con una mano a causa de los intensos rayos del sol que lo apuntaban directamente. Miró hacia la calle y vio una silueta que no pudo distinguir al principio, pero a medida que sus ojos se fueron adaptando a la luz pudo ver a una persona en una bicicleta que sacudía una de sus manos de izquierda a derecha intentando llamar la atención. «No puede ser», dedujo Khai.

Cogió sus zapatillas negras con rayas blancas para no salir descalzo y dio las gracias de que ese día no había decidido ponerse el pijama al llegar a casa. Miró rápidamente en el espejo de su habitación la parte trasera inferior de su oreja para asegurarse de que podía salir sin peligro, y tras asegurarse bajó las escaleras haciendo que su camisa, la cual no estaba metida dentro del pantalón como de costumbre, tuviera la libertad de balancearse a cada escalón que bajaba.

A continuación, abrió la puerta y pudo ver con más claridad la figura de su amigo sonriéndole desde la acera mientras que sus manos sujetaban el manillar de su bicicleta.

-Hola Andy -comenzó a hablar, todavía algo confuso de la razón por la que estaba aquí.

-Bueno, ya veo que estás listo para irnos -declaró su amigo viendo que ya estaba vestido-. Ve a coger tu bici y nos marchamos.

Debió ver su cara de confusión porque tuvo que intervenir de nuevo para que supiese la razón por la que habían quedado tan tarde.

-Tío, la feria, ¿acaso no te acuerdas que mencionaste que íbamos a ir? -dijo en un intento desesperado de que el otro se lo creyese.

-Emm… Yo no dije eso.

Este pudo ver cómo la cara del castaño pasó a implorar el ir juntos al ver que había fallado en su primera proposición.

-Khai, por favor -rogó poniendo sus manos en posición de rezar, dejando caer la bicicleta al suelo, provocando un gran estruendo-. Ya sabes lo difícil que es que se haga un evento como este. Además, es final de curso y no tenemos ninguna obligación.

-Ya, pero creo que no es nueva información para ti el que no me guste ir a sitios en los que haya mucha gente.

Sin previo aviso, Andy se acercó a Khai y pasó su brazo a lo largo de su hombro, con la intención de no dejarlo dar la vuelta y volver a su casa.

LA ORDEN DEL ZODIACODonde viven las historias. Descúbrelo ahora