CAPÍTULO 1

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A Khai le gustaría decir que lo que lo despertó aquel día fueron los rayos de sol que se colaban por su ventana, pero la realidad es que lo hizo la discusión que su padre y su hermano tenían abajo. No estaban gritando, pero sí hablando sobre él, y eso le bastó para que se le quitara de encima la neblina del sueño. Se quedó tumbado en la cama, escuchando.

-Y dale. Que sí que lo entiendo, pero lo que no entiendo es para qué añadir riesgo innecesario -aquella era la voz de su hermano.

-Es que no es innecesario -replicó su padre-. Es su madre.

-Si por ir a ver a su madre acaban ambos muertos, es preferible que no la vea.

-Es que no van a acabar muertos.

Un escalofrío ascendió por su columna hasta la nuca. La sola idea de que los pudieran pillar lo hacía estremecer. No soportaría jamás que pillaran a su madre por su culpa. ¿Pero qué podía hacer él? ¿No verla más? ¿Acaso no estaban en peligro igual? Porque sí, en aquel mundo, la mayoría de la gente vivía, pero él sobrevivía. Escondiéndose, escondiendo lo que era, escondiendo parte de su identidad sólo para encajar en un mundo regido por los signos del zodíaco. "Especial" era como lo llamaban sus padres. "Raro" era como se sentía él.

Era una mezcla, una mezcla entre dos signos porque su padre no podía haberse casado con una Cáncer y su madre con un Aries, no. Tenían que enamorarse, enamorarse un cáncer y una aries, un signo regido por el agua y el otro por el fuego, la combinación peor castigada en aquel mundo. Allí, se castigaba todo tipo de relaciones entre personas de distinto signo, aunque había distintos grados según el tipo de relación y con quien la tuvieras. La amistad estaba mal vista, pero no era castigada. La amorosa era ya más difícil. No podías enamorarte de nadie que tuviera un signo distinto al tuyo, aunque si estaban dentro del mismo símbolo (fuego, aire, tierra o agua), probablemente tuvieras que pagar una multa, pasar unos años en la cárcel y jurar que jamás te relacionarías con una persona de distinto signo. Si el signo era distinto pero no era fuego junto a agua, la condena era perpetua. Si la combinación era un signo de agua junto a uno de fuego, el castigo era la muerte. Así de aparentemente simple. Lo peor era que los hijos de las parejas debían cumplir el mismo castigo de sus padres, fuera cual fuera. Era la única forma de evitar que saliera gente como Khai, gente que alteraba el orden y el equilibro en aquel mundo tan equilibrado, en el que cada persona se comportaba como todos los de su signo. Para él era imposible comportarse como un Cáncer o como un Aries. Actuaba para comportarse sólo como un Cáncer, sí, pero no podía evitar los rasgos de carácter que tenía a veces como Aries.

A veces, Khai se preguntaba cuán desesperado e intenso tenía que ser tu amor por esa persona para desafiar así las leyes, para jugarte tu libertad o tu vida, y también la de tus hijos, si los tenías, sólo por amor.

Se incorporó en la cama. Su padre y su hermano seguían conversando. Para su hermano, era más fácil. Era totalmente un Cáncer, ya que era hijo de su padre y de la examante de éste, que había muerto de una enfermedad poco después de que les naciera el hijo. Más tarde, su padre se había casado con la que era la madre de Khai, y, un año después, había nacido. Khai se dirigió al baño a darse una ducha, y el maquillaje sobre su tatuaje se desprendió como la escarcha se desprende bajo el sol. Desapareció y se lo tragó el desagüe. Ahora, bajo su oreja, donde todo el mundo tenía su tatuaje que lo vinculaba a su signo del zodiaco, lo que Khai tenía era la mitad del símbolo de Cáncer unido a la mitad del símbolo de Aries. Aries y Cáncer, rojo y azul, fuego y agua, unidos, entrelazados. Por desgracia, no era lo único que lo marcaba como una mezcla de ambos signos. Sus ojos eran cada uno de un color. Uno, azul cielo, claro como el agua, calmado, casi inexpresivo. El otro, de un marrón que tiraba a naranja, vivo como el fuego. Eso sin añadir su pelo, ahora teñido de gris, al igual que las cenizas cuando se echa agua sobre el fuego. Si no se lo tiñera, lo tendría morado, debido a la combinación entre la exuberante mata pelirroja de su madre y el pelo color agua de su padre. Todo en él parecía una mezcla. No podía evitar sentirse raro, fuera de lugar. Un inadaptado. Pero se había acostumbrado. Sólo tenía que esconderse, pasar inadvertido. Así, día tras día, con el único propósito de salir adelante. Al igual que sus padres.

LA ORDEN DEL ZODIACODonde viven las historias. Descúbrelo ahora