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Aome regresó a su habitación pensando en lo que Sesshumaru había dicho durante la cena. Le había dicho a ella que no la tocaría sin su consentimiento, pero a la hora de la cena frente a su familia quiso dar entender otra cosa con su comentario, pero ella tenía algo muy en claro, jamás tendría intimidad con el.
Al subir a su habitación encontró sobre la cama algunos vestidos, zapatos y accesorios. Todo era nuevo y justo de su talla, observó cada vestido eran todos hermosos.

— Los mandé comprar para ti — dijo Sesshumaru entrando en la habitación — si no te gustan mañana puedo llevarte a comprar cosas que sean de tu agrado.

Aome negó con la cabeza, se encontraba realmente agradecida con el peliplata, el vestido que en ese momento llevaba puesto se lo había prestado Sango por lo que claramente no podía decir que no a esa ropa.

— No, es perfecta muchas gracias, no tenía por qué haberlo hecho — dijo la azabache.

Sesshumaru sonrió — Aome, soy tu esposo te guste o no, es normal que le compre cosas a mi mujer.

— No soy su mujer — dijo sin pensar Aome

— Aún no, pero eso no quiere decir que no lo serás algún día, y ya te he dicho que debes dejar de hablarme de usted.

— No somos tan íntimos como para que me pidas eso.

— Si ese es el problema... — dijo Sesshumaru, caminando hacia ella — lo podemos arreglar en este momento.

Aome miraba horrorizada y temerosa como el peliplata avanzaba hacia ella, ese hermoso par de ojos dorados brillaban con una intensidad que la hacían ponerse nerviosa. Al llegar frente a ella, el peliplata tomó el rostro de la azabache entre sus manos y lentamente unió sus labios a los de ella, el beso al principio fue tierno, cálido y lento, pero, poco a poco la intensidad fue aumentando, Aome simplemente se dejó llevar por las sensaciones que estaba sintiendo en ese momento, solo unas cuantas veces había probado ese par de labios y ya sentía que no podría vivir sin ellos ni un solo día.
El peliplata posó sus manos en la cadera de Aome, para permitirse acercarla más a él, fue dejando por el cuello de la azabache un camino de besos, Aome quería apartarse de él, no podía dejar que esos besos dieran paso a caricias más íntimas, pero las sensaciones que sentía en su cuerpo no se lo permitían. La azabache soltó un ligero gemido cuando sintió la cálida lengua del peliplata en medio de su escote, si quería detener todo esto tenía que hacerlo ya.

— Voy a cumplir mi promesa Aome — dijo el peliplata antes de separarse de ella — será mejor que hoy duerma en otra habitación.

Aome se encontraba completamente sonrojada, si el peliplata no hubiera dado por terminadas las caricias ella tal vez no hubiera sido capaz de hacerlo.

Sesshumaru camino hacia la puerta de la habitación, pero antes de salir se detuvo y miró directamente a los ojos de azabache — Espero, querida ahora sí dejes de tutearme, soy tu marido y creo que ahora somos un poco más íntimos — dijo sonriéndole — pero si aún te niegas a aceptarlo no tendré más opción que volver a mostrarte lo íntimo que podemos ser.

Aome no dijo nada, su respiración se había agitado un poco, solo unos beso habían causado estragos en ella, no podía negarlo se había enamorado de Sesshumaru.
Se puso un camisón que se encontraba entre los vestidos, se metió en la cama y no pudo evitar pensar en el peliplata, tal vez esa era su cama, la cama donde dormía cuando visitaba a su familia, se imaginó a ella haciendo el amor en esa cama con Sesshumaru, si el no se hubiera visto obligado a casarse con ella, entonces ella si vería su matrimonio como genuino, pero Sesshumaru solo se había casado con ella por qué no había tenido otra opción.

Al día siguiente al despertarse Aome se sorprendió de encontrar sobre su cama una hermosa rosa roja, nunca antes había recibido una flor, cuando su padre murió ella aún era joven y después Naraku había controlado su vida por completo y como el no la amaba no se había tomado la molestia de regalarle flores, tomó la rosa entre sus manos y aspiró profundamente su aroma.

NINGUNA COMO TÚ. (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora