Todo es confuso. La manera en que llegué hasta aquí me es desconocida. En qué momento. Tampoco reconozco el lugar.
Creo que no me hallaba dormida, solo mantenía los parpados abajo inconsciente de lo que estaba pasando. Al abrir los ojos me encontré en este extraño espacio llano y blanco donde solo el viento unido a la niebla pasea.
Desde el instante en que percaté mi existencia en la sabana sin suelo me envuelve una enorme confusión y sigue mi rumbo un mal presentimiento.
¿Qué estaba haciendo?
Intento recordar. Mis ultimas memorias son frente al espejo. En el reflejo mi figura organizada junto a mi juventud florecida relucían como un diamante.
¿A dónde iba? No lo recuerdo.
Recorro la distancia de manera grácil y rápida junto al aire, como una nube que se desplaza por el cielo a gran velocidad. Desde allí lo vi.
En la habitación del apartamento está mi amado. Empacando. Yo voy hasta allí para estar junto a él.
No puede verme, ni oír mis palabras que lo llaman por su nombre, ni mis manos que parecen estar hechas de nieve logran alcanzarlo.
Entonces lo acepté, de manera breve comprendí que ya no estaba viva.
¿A dónde se fue el cuerpo del que tantas veces me quejé? Mi cabello largo ahora es un manto volátil que existe solo porque yo lo siento flotar como una pluma cuando me muevo.
Estaba afligida, no podría ser verdad que el fuego de mi existencia se habría extinto a tan temprana edad, aun cuando tenía tantas cosas por realizar. Pensé en todo lo que soñaba vivir y el desasosiego me perturbaba, debía ser mentira, aun no podía ser mi tiempo. No estaba lista para decir adiós y olvidar todo aquello por lo que estuvimos luchando. Anhelaba retornar, sentir nuevamente que era sólida, caminar por la baldosa fría, tener mi familia.
¿Podría volver a ingresar a mi cuerpo si lo encontraba? Busqué sin lograr llegar a ninguna parte, estaba en el lugar que mencioné inicialmente sin encontrar una salida, quería despertar y contar el sueño de inmediato.
Ahora el apartamento yace vacío, a oscuras. No tengo a quien visitar ahí, más lo frecuento diariamente a la espera de quien habitó conmigo ese lugar.
También suelo pasarme por la casa de mi niñez para estar junto a mi madre que camina durante el día realizando los trabajos en su tierra con un luto constante, consolándose entre silenciosas lagrimas tras el deceso de su única hija. De hecho permanezco mucho tiempo en la casa de campo.
He estado junto a ella, no sé por cuanto tiempo. No logro adaptarme a la cronología. Quisiera que lograra darse cuenta de mi compañía, deseo que se percate que levito junto a ella mientras camina tras los carneros, cuando va al cafetal, cuando cosecha piñas.
Escucho su voz cuando habla con las terneras, cuando refugia su dolor entablando una conversación casual con mi perra.
La acompaño en las mañanas cargadas de neblina, cuando sale abrigada llevando su hacha a rajar leña para el desayuno. Yo no puedo sentir el frío. La verdad no siento nada.
No logro visualizar a mi padre, ni comprendo porque ella está tan sola aferrándose a la casa de campo que tanto amé.
A veces desde el espacio blanco que habito puedo ver a las personas importantes. A mi joven prima, mi única amiga y quien fue mi pareja. Sobrellevando la vida con sus juegos, su trabajo, sus pantallas.
No entiendo que pasó. De qué manera rompí la promesa de irme después de mi madre. Imaginaba el funeral, el ataúd negro con mi cuerpo apaciguado dentro. Las velas, las oraciones de quienes asistieron a mi despedida. Quisiera hallar a quien pudiera decir donde reposa quien era yo.
El tiempo, sigo sin comprenderlo. Lo que para mi han sido varios días son meses o tal vez años.
Los potreros invadidos de maleza y el cafetal huesudo me informa que el periodo ya es largo, algo que para mi fue breve. También veo al lado de mi esposo a otra mujer que duerme y en su vientre arropa a quien debió ser mi propio hijo. Él vive, ahora sonriente. Y yo pido que sea feliz sin borrarme de su memoria.
Tal vez cuando su tiempo llegué nos reencontremos aquí mismo de manera diferente o simplemente podamos nacer como distintas personas y esta vez podamos amarnos de manera ininterrumpida.
Por ahora sigo acompañando a mi madre envejecida que observa el camino en tierra hasta el portón desde una mecedora. Yo misma puedo verme despidiéndome desde allí cuando iba a la ciudad. Ella espera demacrada mi figura de regreso corriendo enérgicamente por el sendero, mientras yo sigo siendo un trozo de aire a la espera de despertar.
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Relatos Cortos
RandomAquí compartiré diversas voces que cada cierto tiempo llegan a mi mente pidiendo que les permita existir en forma de letras...