XVIII

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México estaba cansado, no; estaba agotado, agotado de llorar, agotado de ver al maldito loco con el que vivía. Estaba triste, lamentándose por haberse enamorado de el maldito canadiense.
No quería creerlo. No quería creer que lo que le había dicho Chile fuera verdad, que la señal de Rusia fuera una excepción, que la maldita fiesta había sido una pesadilla.
Vivía con un psicópata.
Miraba sus propias manos con los ojos hinchados, que suplicaban cerrarse por un momento de descanso, porque sus ojos ya estaban secos, se había quedado sin lagrimas para llorar.
Pero aún tenía mil motivos para gritar.
Quería escapar, darle la cara al canadiense, cualquier cosa, ser...libre, pero estaba asustado.

Llevaba ya más de una semana en un hotel, del cual no salía por ningún motivo. No comía y rara vez desayunaba. Tenía la habitación hecha un desastre pese a las insistencias de las chicas de limpiarlas.

No quería nada más.
No quería herir a nadie más.
No quería amar.
No quería mirar.
No quería ver al canadiense.
No quería respirar.
No quería...nada.

Nuevamente ese pensamiento se instaló en su cabeza.
Morir.
¿Eso es la solución?
Es egoísta.
Soy un egoísta.
Ni siquiera podía huir.
No podía pedir ayuda sin exponer a nadie.

Nadie morirá por mi.
No quiero morir a manos suyas.
Moriré por mi cuenta.
No, viviré.
Viviré feliz.
Por siempre.

Y acabaré con esto, y finalmente seré libre.

Príncipe. /Canmex Donde viven las historias. Descúbrelo ahora