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RESUMEN: Siempre a habido tensión sexual entre Aria y Enzo, pero esta se ve dañada gracias a una tarde de pintura.
Intentar hacer algo con Enzo era una tarea difícil. Era flojo y malhumorado la mayor parte del tiempo, pero el problema principal era que ambos siempre estaban peleando. Entonces, a Aria se le ocurrió avisar a Enzo para que la ayudase a pintar sus paredes. Probablemente solo se sentaría en un sillón bebiendo bourbon mientras la morena hacia todo el trabajo, luego, cuando lo llamaba, comenzaba a gritar. El era imposible. A pesar de las discursiones, a la chica le gustaba estar junto a el. Su presencia le hacia sentir cómoda y segura, incluso si estaba siendo una molestia. Ella nunca lo dejó acercarse demasiado y el tampoco la dejaba a ella, entonces ¿porque sentía esa conexión? Algo en ella se activaba, algo que por mucho que quisiera nunca controlaría. Algo dentro de ella cobro vida, algo salvaje y sexual, algo que a veces quería que saliese a la luz. Pero no podía ser así, Aria no era una chica a la cual le gustaba tener sexo constante con cualquier tipo. Eso la hacía sentir como una persona totalmente diferente, y no sabía si le asustaba o le emocinaba.
Suspiró desplazándose por los contactos de su teléfono, viendo pasar los nombres hasta que dio con el de Enzo. Era la única persona que no tenía algo que hacer. Puso los ojos en blanco y presionó el nombre para dar rienda a la llamada.
— Hola preciosa, ¿a qué le debo el placer? — La humana oyó su acento espeso fluir a través de sus oídos, haciendo que algo en su estomago se moviera.
— Hola, necesito tu ayuda, todos los demás están ocupados y tú eres la única persona que no estás ocupado.... desafortunadamente. — Lo último lo murmuro por lo bajo. Pudo escuchar la risa de Enzo al notar su decepción.
— No suenas demasiado feliz amor. Enseguida voy. — No le dio tiempo a contestar cuando ya el vampiro había colgado, y bien sabía Aria que el ya estaba de camino. Tiró el teléfono en el sofá y se puso a abrir las latas de pintura, cubrió los muebles con unas sabanas para que no se mancharan. Unos minutos después el chico aparece en su puerta.
— Tu caballero con armadura brillante ha llegado, ¿con qué necesitas ayuda? — Mira alrededor de la casa, notando las latas de pintura y los muebles cubiertos. Sonrió sabiendo que lo que estaba apunto de decir lo molestaría.
— Necesito que me ayudes a pintar las paredes. — El la miró y se rió un poco.
— ¿Quíeres decirme que me molestaste solo para que te ayudase con las tareas del hogar? Bueno, lo siento, pero puedes encontar a otro lacayo que te ayude con tu pintura porque no... — Aria tomó su bolso y de el sacó una bolsa de sangre fresca, agitándola en su cara. Las venas negras crecierón bajo sus ojos mientras observaba la sangre balancearse frente a él.
Él pasa junto a la morena, la empuja un poco del hombro antes de girarse un poco.
— Tal vez en lugar de la sangre, podrías ser mi pequeño premio por ayudar, ¿eh? — Le guiña un ojo mientras deslizaba sus dedos por los brazos de ella. Aria frunció el ceño y lo alejo de ella, sintiéndose un poco molesta con ella misma por no dejar que la toque. Sus dedos sobre su piel parecían mágicos. Pero el no podía notar el efecto que tenía en ella. Señala la sal de estar dandole a entender que empiece por allí. Caminó hacía la habitación poniendo los ojos en blanco, tomo uno de los pinceles llenos de pintura, haciendo que esta cayese por todos lados.
