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Mientras tomaba una refrescante ducha para recompensar a su cuerpo por toda la tensión y todo el calor que tuvo que soportar a lo largo del día, un antojo se instaló en la mente de Mía

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Mientras tomaba una refrescante ducha para recompensar a su cuerpo por toda la tensión y todo el calor que tuvo que soportar a lo largo del día, un antojo se instaló en la mente de Mía. Porque sí, la chica solía ponerse excesivamente melosa cuando el cansancio tras un día más agotador del que ya de por sí solía tener al compaginar sus estudios en gastronomía y su trabajo, así como otros quehaceres, la obligaban a estar de aquí para allá.

Puede que estuviera acostumbrada a soportar un nivel de agotamiento increíblemente alto, más no todos los días se presentaba la oportunidad de tomar un vuelo para asistir a un maravilloso concierto, o besar a su amor platónico, así como tampoco estaba acostumbrada a soportar una carga emocional tan intensa como la que mantuvo en su mente cada segundo.

La euforia y la satisfacción que corrían por sus venas ante la excitación de un día tan poco común como lo fue aquel, comenzaron a desaparecer a medida que el tiempo transcurría y la soledad de la habitación del hotel en el que se estaba hospedando mandaba señales a su cerebro que le indicaban que era el momento de dejar paso al cansancio, al dolor de sus entumecidos huesos que le provocaban cierto malestar cada vez que deseaba realizar un movimiento y, sobre todo, que era el momento más indicado para dejar paso a la melancolía.

Sin embargo, no había nada de lo que preocuparse, debido a que se conocía tan bien a sí misma, sabía escuchar lo que su cuerpo y su mente le pedían en cada momento, que una buena dosis de comida azucarada sería la más perfecta solución a su malestar.

— ¡Un momento, por favor! —chilló mientras continuaba peleando con las prendas pertenecientes a su pijama, las cuales se negaban a deslizarse por su piel, debido a las gotas de agua que aún permanecían en su piel y que, por tanto, imposibilitaban tal acción porque quedaban adheridas a su piel de una forma increíblemente incómoda— ¡Sólo un momentito!

Ni siquiera se planteó la posibilidad de que el servicio de habitaciones fuera tan rápido como para no dejarle más que un par de minutos para mostrarse lo suficientemente presentable con un cómodo pijama y un revoltoso cabello recién lavado. No obstante, ¿qué más se podía esperar de un lujoso hotel que atendía a personas que pagaban por el mejor servicio?

La rapidez no era realmente una opción, sino algo sumamente esencial, por supuesto.

Más, ¿quién podía culparla, si sólo sabía de la existencia de esos hoteles gracias a reportajes y fotografías? Si no hubiera sido por el hecho de que viajó con todos los gastos cubiertos, Mía probablemente hubiera tenido que rechazar el pase del «Meet & Greet», debido a que ahorrar para comprar tan solo la entrada del concierto habría sido una verdadera locura.

— Perdón... —la voz de la chica murió en el mismo instante en el que abrió la puerta y no encontró pastelitos por doquier, sino a un solo bombón de carne y hueso recostado sobre la pared, en la paciente espera de que Mía abriera la puerta— Pero que mente más sucia, Mía —se reprochó a sí misma en un murmullo— Por el amor de Dios, ni siquiera me reconozco.

Pídeme como deseo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora