Epílogo

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Jungkook apagó la pantalla del computador mientras suspiraba y se levantó de la silla giratoria para estirarse un poco antes de salir de la oficina.

El agradable aroma a café recién preparado le recibió nada más acercarse a la cocina, sonrió y se acercó intentando ser silencioso para sorprender a Taehyung abrazándole desde atrás. Escuchó la risita de él cuando afirmó los brazos alrededor de su cintura y apoyó el mentón en su hombro pensando en lo jodidamente mucho que le gustaba ese sonido.

—Ah, ¿pensabas asustarme o algo? —El mayor se giró para mirarle sin que Jungkook aflojara ni un poco el agarre, le dedicó una hermosa sonrisa cuadrada y dejó un beso en su frente.

—Cierto, lo siento, señorito sé cuando estás cerca —se burló, pasando a rodear su cuello mientras los brazos de su novio hacían lo mismo con su cintura, acercándole más.

—Ya, mejor dime qué tal la reunión —le dijo y el azabache comenzó a repartir besitos por todo su rostro, haciéndole imposible borrar la sonrisa.

Cuando decidieron ir a vivir como ermitaños, como solía decir Jungkook, en una montaña, acordaron mantener la empresa Kim desde la distancia. Todo lo que poseía Young Mi, que no era poco, había pasado a pertenecer a Taehyung, de modo que todos los trabajadores seguían las instrucciones de un dueño al que no conocían por medio del azabache, el supervisor, que era su rostro ante todos ellos.

Así que el menor solía levantarse temprano para gestionar el correcto funcionamiento de todo por medio de conferencias virtuales, mientras el mayor se reía de la profesionalidad que debía adoptar frente a la pantalla, porque, según él, era divertido y le hacía ver adorable.

Ellos dos estaban mejor que nunca, al principio no había sido nada fácil, superar todo lo que había pasado tomó su tiempo y adaptarse a no vivir en la ciudad también. Habían llegado sin nada y todo lo que tenían en ese momento lo habían conseguido con mucho esfuerzo. La bonita cabaña en la que vivían era espaciosa, la habitación que compartían tenía las paredes llenas de los espectaculares dibujos del mayor, de los paisajes que habían visto y que había decidido plasmar en papel, y de retratos que eran mejores que fotografías y donde se veían los sonrientes rostros de Young Mi, Yuri, el señor Park y el mismo Jungkook. Además, Taehyung había pasado a dibujar momentos también, como ellos dos tendidos en el césped admirando el cielo, caminando con las manos entrelazadas y con sus anillos de promesa o sentados en el sofá simplemente compartiendo miradas y sonrisas.

El azabache estaba feliz, haberse ido con él era la mejor decisión que recordaba haber tomado nunca. Su madre se había mudado a la enorme casa Kim y ella también estaba pasándola bien, había vuelto a reunirse con sus amigas, ya no estaba con Hyun Bin y ahora salía más, puesto que estaba trabajando con ellos en la empresa, supervisando todo presencialmente y con un horario que jamás se habría podido permitir en el hospital. Ella, generalmente, estaba disfrutando de su vida y a su hijo le alegraba eso en demasía, porque él también estaba haciendo lo mismo y ninguno de los dos estaba sacrificándose para que fuera de esa manera, como habían llegado a creer que debía ser.

Taehyung también estaba bien, en esos últimos años había aprendido a soltar el dolor y su alma era de nuevo esa que le transmitía tranquilidad al azabache, y a cualquiera, con tan solo una mirada. Él, a sus veintitrés años, era feliz, Jungkook lo sabía y eso también le hacía jodidamente feliz a él.

—La calidad fue malísima —respondió, enredando delicadamente los dedos en los cabellos ahora castaños de la nuca de su hombre—, por suerte, el señor Park me respaldó cuando fue necesario. Creo que deberíamos revisar la antena, subirla más o qué sé yo. —Se encogió de hombros—. No tener buena señal no es nada profesional.

En el Silencio de la Habitación Siete •⊰Taekook⊱•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora