Día 3: AkaKen

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Día 3: AkaKen

Dios AU

Su cuerpo convulsionaba.

Sus brazos, extendidos sobre el piso de losetas grises en el que se encontraba recostado; su espalda, arqueada; sus piernas, entumecidas; sus ojos, sumidos en el inicio de un diluvio.

¿Su corazón? Roto.

Las flores continuaban creciendo y creciendo en su pecho. Los pétalos comenzaban a asomarse por su garganta y orificios nasales. Por más que intentaba mantener los labios sellados —se los mordía hasta hacérselos sangrar—, sabía que se avecinaba una constante regurgitación de pétalos sin espacio a ningún tipo de alivio.

La asfixia era definitiva.

Kenma estaba muriendo en el piso de su habitación.

A centímetros de las yemas de sus dedos se encontraba su celular con un nombre específico en pantalla. Solo bastaba de una pulsación y una llamada para apelar por una oportunidad de salvación. Sin embargo, no estaba dispuesto a malograr la noche de bodas de su amor no correspondido con una confesión solo para tener unos segundos de alivio.

Moriría en soledad, en la oscuridad de su habitación; estaba claro, pero el temor seguía gobernando su organismo, conforme las arcadas hacían de las suyas.

El aire se cortó por completo. La sensación de haberse sumergido en una piscina de rosas y lirios se incrementó; el concepto dejó de tener una naturaleza romántica y se transformó en una sensación tenebrosa.

No estaba sumergido; estaba siendo sepultado.

La desesperación se reflejó en los inútiles intentos de Kenma por alcanzar el celular —sus dedos torpemente alejaron el aparato en lugar de acercarlo. Escupió pétalos, los cuales cayeron flotando sobre su pecho.

Joder.

Kenma arrugó la nariz. Sus orificios nasales también comenzaban a contaminarse. Pétalos y más pétalos, tanto que Kenma supo que ya no tenía opción de salvación: su nariz y garganta estaban inoperativas. Sus ojos se rebalsaron de lágrimas. Sus manos se cerraron en puños. Su espalda se arqueó aún más. Su pecho amenazaba con explotar.

¿Por qué su muerte tardaba tanto? ¿Por qué no podía solo morir en un pestañeo? No podía soportar estar más tiempo de esa manera. Tenía miedo. Mucho miedo.

Un vapor negro de pronto se esparció frente a él. Una figura se delineó en el aire hasta consolidarse. De no tener el cuerpo completamente entumecido, Kenma se hubiera arrastrado en busca de refugio, pero el dolor de su pecho era más grave que los rastros de miedo en su organismo.

Pestañeó con ojos vidriosos.

Una figura... bastante armoniosa de ver: piel pálida, ojos verdes, facciones de porcelana, cabello negro intenso que sobresalía del aura opaca que la rodeaba. Signos fantasmales, pero presencia sólida. Sabía que no lo estaba imaginando; estaba justo ahí.

El miedo se fue extinguiendo al darse cuenta de que no se trataba de una figura temeraria; era una que infundía desolación.

Kenma volvió a tener contracciones en el pecho y entrecerró los ojos. Su tiempo se le estaba terminando, aún demasiado lento para su gusto.

Un parpadeo y la figura desapareció ante él. Otro parpadeo y Kenma tenía su cabeza apoyada en un regazo nebuloso y gélido, como si estuviera recostado sobre una nube de hielo.

—Kozume Kenma —pronunció esa figura su nombre con tanta suavidad, similar a un arrullo. Kenma enfocó su mirada dorada en esas joyitas esmeraldas en las que pudo verse reflejado. Aquellos labios se delinearon en una sonrisa afable. Kenma volvió a arquearse; otra convulsión—. Calma, calma.

Esa mano le acarició el cabello, dedos abriéndose paso entre sus mechones, hasta situarse en la coronilla de su cabeza, con el pulgar desplazándose hasta su frente en donde comenzó a dibujar finos círculos fantasmales.

Un tacto frío; aún así, un tacto consolador.

—Soy Akaashi, Dios comisionado a acompañarte en el marchitamiento de tu vida —dijo aquella figura.

Ah. Estaba sentenciado entonces.

Kenma intentó hablar, pero se atoró. Escupió flores. Más lágrimas salieron de sus ojos. Se estaba rompiendo.

Morirse.

Ni siquiera pudo comer una última tartaleta de manzana, porque cuando se dio cuenta, tenía la garganta obstruida. Tampoco pudo suspender su canal de Youtube porque la asfixia se pronunció a pasos agigantados —¿sus seguidores siquiera lo extrañarían?

Sus padres... la universidad... sus proyectos... aquella persona...

—No estás solo. Aquí estoy para acompañarte —susurró esa voz mientras seguía impartiendo caricias en su frente. Los ojos vidriosos de Kenma se centraron en esa mirada; tenía miedo, pero la presencia de Akaashi, su voz, sus caricias le infundieron una extraña sensación de calma—. Estaré aquí durante todo este trayecto, lo prometo.

Más convulsiones.

El miedo se esfumó, pero las lágrimas siguieron saliendo. De no tener flores atragantadas en la garganta, estaría hipando de una manera tan patética.

¿Debió hacerse la operación?

¿Debió confesarse?

¿Debió hacer esa maldita llamada?

Una ráfaga de recuerdos y arrepentimientos le invadieron la mente y el alma.

—Tranquilo. Todo estará bien —dijo Akaashi. Su otra mano se posó sobre el pecho de Kenma, al nivel de su corazón, y ejerció una gentil presión. Parecía querer acelerar el proceso de marchitamiento, no con crudas intenciones, pues esos ojos eran demasiado nobles como para pregonar tales intenciones; sino por misericordia. Kenma terminó de romperse. Que el Dios de la Muerte fuera el único en ofrecerle aquella sensación de consuelo durante tal desgarradora experiencia era paradójico, y aún así, toda una hermosa tragedia—. El dolor desaparecerá pronto, ¿si? Soporta solo un poco más.

Akaashi inclinó su cabeza y depositó un beso suave y frío en su frente. Kenma entrecerró los ojos. La sensación de asfixia pasó a segundo plano; su cuerpo se sumió en una extraña calma, como si estuviera alcanzando el fondo del mar.

Comenzó a ver la luz al final del túnel.

—Eso es; lo haces muy bien —dijo Akaashi. Kenma le mantuvo la mirada, reticente a dejar que sus ojos se cerraran por completo. Akaashi le brindó una última sonrisa, la más hermosa de todas—. Déjate llevar. No temas —una última caricia en su frente—. Nos veremos del otro lado, lo prometo. Te acompañaré en todo momento —una última presión en su pecho.

Ah.

Palabras que necesitaba escuchar.

La calma se intensificó.

Kenma asintió, creyendo en esas palabras. Vio por última vez esos ojos esmeralda y dejó que sus párpados se cerraran.

Todo se oscureció.

El marchitamiento de su vida.

Kenma Ship Week 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora