VIII: White veil

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La nieve cayó durante toda la noche, cubrió cada árbol, edificio, cada grieta, cada imperfección, cada problema. Pero, a eso de las cinco de la madrugada, dejó de caer. El velo blanco se extendió por toda la ciudad, dejando sentir la frialdad con la cual recibía a aquellos que debían levantarse cuando aún no salía el sol.

La alarma de Katsuki sonó a las seis de la mañana, como la mayoría de sus días. El rubio gimió, negándose a salir de debajo de las cálidas mantas, pero debía hacerlo. Somnoliento, abrió los ojos lentamente y sacó su brazo debajo de la calidez, tocó la mesita de noche a un lado de la cama, pero no sintió su teléfono. Solo en ese momento, sintiendo el prematuro temor de haber perdido su móvil, se dio cuenta de dos cosas: no estaba en su "lado" de la cama, estaba en el lado de Shouto, y Shouto no estaba ahí, pero su calor sí.

Su calor lo acurrucó por no sabía cuánto tiempo, y permanecía atrayéndolo a quedarse en ese lugar. Pero no podía. Quería, realmente quería pasarse todo el día en la cama, en el lado de Shouto, con su calor, su olor, su presencia a veces molesta, su silencio o su ira, pero tenía que trabajar.

Extrañamente, el departamento no se sentía demasiado frío. Había un olor dulce en el aire que lo ayudó a levantarse y alistarse para el día.

Antes de ducharse, procuraría encender la cafetera. No iba a empezar otra jornada laboral sin inyectarse cafeína directamente a las venas.

El olor dulce se intensificó mientras más se acercaba a la cocina, la calidez en aquella parte del departamento también era mayor. La televisión estaba encendida en un bajo volumen, el sol apenas comenzaba a asomarse, pero había una buena iluminación ya que las cortinas del ventanal estaban abiertas de par en par y, frente a ellas, sentado en el piso alfombrado y mirando al exterior, encontró a su novio.

—¿Qué estás haciendo? —cuestionó.

Suavemente, los iris bicolores se posaron en él. Notó que la ira e incomodidad del día anterior ya había desaparecido, todo aquello que debían decirse ya no importaba más.

Era un nuevo día. La nieve había caído, cubrió las grietas bajo su manto blanco, pero no las desapareció.

—Nevó —explicó Shouto, y le sonrió—. Sabes lo mucho que me gusta la nieve.

Katsuki le devolvió la sonrisa, un poco menos animada, pero en un gesto suave. Se acercó, mientras los iris bicolores volvían a enfocarse en el manto blanco que cubría gran parte de la ciudad, el rubio se sentó junto a su pareja y observó la distancia; ese vacío, esa pureza falsa que escondía tantas imperfecciones.

No sabía que le molestaba más; esa idea de pureza o las imperfecciones que sabía existían.

—Quiero salir y hacer un muñeco de nieve —murmuró Shouto, el rubio bufó.

—¿Sabes que, en teoría, tú eres la mitad de un muñeco de nieve, no? —bromeó, y, para su alivio, aunque quedaban rastros de las discusiones de los días anterior, Shouto le respondió de buena gana.

—¿Estoy tan gordo y pálido?

—Solo pálido —respondió, y jaló la mejilla izquierda ajena—. Te hace falta comer o la jodida prensa estará diciendo que no te alimento bien.

Shouto rió. En un impulso, tomó la mano ajena antes de que esta se alejara de su rostro y, aunque tenuemente dudando, entrelazó sus dedos.

Ambos se estremecieron, fue extraño. Fue como si hace mucho que sus manos no se tocaban de esa forma; tranquilamente, cómodo, con el aroma dulce alrededor de ellos y sin pensar en todo aquello sin resolver, solo pensando en el "ahora".

Why are you so angry? [©]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora